Ahuyentando a los demonios: Crónica de la primera trail del 2017

Han pasado cuatro meses desde la última vez que me puse un dorsal en una carrera de montaña, cuatro largos meses que han parecido una verdadera eternidad.

Pero fruto de la casualidad y la cabezonería, pese a que el plan inicial era centrarme en el asfalto hasta la próxima Maratón de Malta (5 de marzo), me inscribí por puro impulso a la maratón de montaña de La Llanera.

Lo mío es la montaña… y el asfalto, bueno… también me encanta, pero no puedo evitar que una cosa me tire más que la otra.

Acabar esta carrera pone punto y final a una etapa en el dique seco, a mantener una mentalidad «conservadora» en cuanto a entrenar y correr se refiere, y me libra de muchos de los demonios que me han perseguido los últimos meses.

Crónica de La Llanera

Como de costumbre, no logro dormir demasiado la noche antes. No por nervios, sino por el horario.

Sueño con que me he dormido y no llego a la línea de salida, pero me levanto aliviado al ver que sólo era eso, un sueño. Unas horas más tarde ya hemos llegado a Sabadell y estoy tomándome un café y un croissant con mi hermano en una cafetería cerca de la salida.

Es la primera vez que me hace de soporte en una carrera, aunque la verdad es que sólo lo veré una vez llegue al final. Sin embargo, me motiva la idea de saber que tengo a alguien que quiero en la llegada y que sé que le importa cómo me vaya.

Antes de la salida soy un verdadero mar de dudas. Sé que voy a acabarla. 43km no es una distancia que me imponga tanto respeto como antes, pero me pregunto si acabaré con buenas sensaciones. Necesito de verdad acabar con buen sabor de boca. Necesito recuperar de nuevo la confianza y motivarme para entrenar más y mejor.

Teniendo en cuenta que no he tocado la montaña los últimos meses, la gran duda es qué tal me va a ir en las subidas y las bajadas, pero cuando me sitúo en la salida, me invade una extraña paz mental.

Cientos de corredores a mi alrededor y yo entre el pelotón. No escucho nada. Tampoco la música que ya está en marcha. Una vez me despido de mi hermano, entro en ese estado de trance que sólo logra provocarme la visión de pasar horas corriendo.

Hoy, sin embargo, será una carrera rápida, pero mi única misión sigue siendo conservar, conservar, conservar… Como si me fuera a caer una verdadera tormenta de kilómetros.

No voy a ir a por todas. No quiero estamparme. Eso lo tengo claro.

Cuando dan el pistoletazo de salida las sensaciones no son las mejores. Todo el mundo sale rapidísimo y yo me noto pesado, cansado.

«Joder, ¡hoy va a ser un día larguísimo!»

Pero me tranquilizo y me digo que las sensaciones mejorarán. Ya tengo una excusa para no exprimirme nada más empezar y tomarme esto con tranquilidad.

Los primeros kilómetros nos hacen salir de Sabadell centro y desde el inicio empezamos a correr por las primeras pistas. Todo el mundo aún va muy pegado pero la música no me deja escuchar su respiración. Echo en falta eso para poder calibrar mi propio ritmo.

No me noto nada suelto, pero sonrío… Me invade el pensamiento de que por fin estoy corriendo con un dorsal puesto, de que tengo más de cuarenta kilómetros por delante, de que hace unos meses veía lejano este día.

¡Estoy jodidamente feliz de estar corriendo de nuevo!

Sigo corriendo y me fijo en otro corredor que recuerdo de otra carrera y decido seguirle pensando que lleva el ritmo adecuado.

Corremos y corremos y las subidas que vamos encontrando (no muy pronunciadas), se me hacen muy cuesta arriba. Tengo el gemelo y el cuádriceps izquierdo como una roca y no consigo que ceda, que se relaje. Parece que tengo una piedra ahí dentro y siento que va a reventar en cualquier segundo.

Pero me centro en lo que sí puedo controlar, que es en llevar un ritmo que aeróbicamente no me haga sufrir en exceso. Por suerte en ese aspecto voy sobrado.

Casi nunca lo hago y menos en una carrera de esta distancia, pero he decidido salir con la música puesta. Me gusta escuchar mi ritmo y el de los otros corredores, me gusta oír mi alrededor, el tac-tac de cada paso… pero si la música ayuda en algo, es en llevar un ritmo constante aún cuando apetece bajar el ritmo.

No recuerdo gran cosa del primer tercio de la carrera salvo que pasó muy rápido, que las piernas me pesaban una barbaridad y que aún no estaba disfrutando al cien por cien de la carrera.

Sin embargo, a partir de la hora y media, algo empieza a cambiar.

No sé si es que dejo de darle importancia a cómo me encuentro o es que realmente me encuentro mejor, pero logro relajarme y ahora sí, empiezo a notarme mucho más ágil. Es aquí cuando empiezo a disfrutar de verdad, es aquí cuando empiezo a tararear las canciones que van pasando una tras otra.

Me veo acabando la carrera, no con ningún resultado en particular, sino con la sensación de acabar entero y fuerte. Esa visión de mi mismo me da energía y hace que un escalofrío recorra mi espalda de la nuca a los pies de la emoción.

Por estos detalles es cuando uno se da cuenta de que está haciendo lo que le gusta.

Según pasan los kilómetros, me voy soltando y empiezo a jugar con el resto de corredores. Si eres corredor seguro que sabes de lo que estoy hablando… Cuando tienes a alguien a la vista, y como si fuera un instinto animal, algo te pide alcanzarlo, y cuando te pasan, viceversa.

Durante los primeros kilómetros han salido un montón de corredores por delante mío e imagino que según vayan pasando los kilómetros algunos no podrán mantener el ritmo. Así que yo, que forzádamente he contenido un poco el ritmo, me veo un rato después jugando a adelantar corredores.

Veo uno a lo lejos y poco a poco me voy a acercando a él, intentando no desgastar demasiada energía en el esfuerzo de alcanzarlo. Cuando lo hago, mantengo el ritmo, recupero las piernas e imprimo un ritmo un poco más fuerte para dejarlo atrás. Así una y otra vez.

Entre la música, este juego que utilizo para entretenerme y lo divertido del recorrido (algunas veces muy corrible pero juguetón), pasan los kilómetros casi sin darme cuenta.

Cada vez se hace más difícil alcanzar a corredores, pero también han pasado más kilómetros y aún me noto bastante entero. Decido que tras la subida del Puig de la Creu, el punto más alto de la carrera, si me encuentro bien debo arriesgar y dar lo que me quede en la reserva. Son 17km más desde este punto, pero a estas alturas ya casi es seguro que acabaré.

El día es frío, pero perfecto para mi gusto. Correr así es una verdadera gozada. Sin embargo, entre la miopía y las lágrimas que aparecen con el frío, a los corredores los distingo sólo por los colores de su camiseta.

El de rojo, un tío alto que acabo dejando en una subida y con piernas como troncos. Los dos de blanco y gris, del mismo equipo. Se les ve ligeros pero yo me encuentro más fresco y los paso en un tramo jugueteando hacía el final. El de azul, que veo múltiples veces a lo lejos… Lo pierdo de vista cuando me pierdo en un tramo que no sé por donde tirar, pero lo acabo pillando cuando me lo encuentro estirando en un árbol. Y… finalmente el de blanco.

Ya hemos superado casi todo el desnivel y es el momento de emplearse a fondo para llegar al final. Nadie te asegura que en una distancia maratón lo vayas a lograr, pero si a estas alturas llego con semejante fuerza, algo muy gordo debe pasar para que no cruce la meta.

Ya hay pocos senderos por los que deslizarse, ahora todo lo que queda es la vuelta a casa por pistas amplias.

Si esta carrera se diferencia por algo es por lo corrible que es, pero no es de aquellas carreras de montaña que dan asco por la cantidad de pista que hay, sino que se las han apañado para hacer una carrera bastante divertida pese a semejante hartón de correr.

A falta de escasos kilómetros para meta, es cuando me cantan por primera vez en qué posición voy.

«¿¡Qué!? ¿¡Qué!?» digo. Y con la palma de la mano me dicen que quinto.

Tengo a la vista, pero muy a lejos, a un corredor de blanco. Por raro que parezca no he pensando ni un segundo en la posición o el resultado. Ahora mismo sólo me importa recuperar posiciones sin importar como vaya.

Algunas veces es inevitable pensar «Bah, si mantengo esta posición ya me doy por contento» o «Si hago este tiempo estaré contento», pero a estas alturas de carrera y sabiendo que ya está todo hecho, cuando otras veces he soltado el acelerador, esta vez continuo centrado en lo importante, continuar corriendo como si no hubiera un mañana.

La verdadera satisfacción reside en… sentir que lo estás dando todo.

Y eso es lo que hago hasta llegar a meta.

Los últimos kilómetros salen bastante rápidos teniendo en cuenta que sigo siendo un peso pesado y que ya llevamos más de 3 horas corriendo.

Joder… me voy a arrepentir de decir que 3 horas es mucho correr cuando lleguen las «largas» del año y 3 horas sea un mero calentamiento… pero ahora mismo, 3 horas de competición pesan ¡y mucho!

Corro y corro y siento que lo alcanzo. Pero luego parece que vuelve a ganarme distancia. «¡Pero si estoy corriendo igual de rápido!» me digo frustrado.

Es aquí cuando el gemelo izquierdo empieza a encalambrarse y obligatoriamente hago un chequeo rápido. ¿Qué he comido? ¿Qué he bebido?

He parado en sólo dos avituallamientos y he salido sólo con un botellín de 500ml, lo que hace un total de 1,5L. Eso y un buen puñado de orejones ha sido lo que me ha movido durante el día de hoy.

Llega la última subida, una en S que permite ver a lo lejos quién hay arriba o quién viene por deabajo.

Al acabar esa subida pisaremos las calles de Sabadell y ya sólo quedarán uno o dos kilómetros muy rápidos sobre asfalto.

Ahí está el de blanco y mientras él sube mira a un lado y me ve ahí. Yo también le estoy observando, tratando de alcanzarlo con la mirada. No sé lo que piensa él en ese instante, pero sé lo que pensaría yo en su situación: «No voy a dejar que me coja».

No dejo de correr ni un segundo en la última subida y cuando llego arriba y piso asfalto, sé que ya está hecho, pero no hay rastro de él.

Sigo corriendo y corriendo. Hay cantidad de gente y coches por las calles. Llevo el móvil con Strava en la mochila y no tengo ni idea de cuánto llevo corriendo, sólo sé que falta poco para llegar…

Y finalmente llega la calle que da a la plaza donde acaba la carrera. 200 o 300 metros.

Entro por un lateral a la Plaza Dr. Robert y chequeo la cantidad de fuerzas que aún tengo. La rampas con las que llevo luchando hace un rato, no sé si por la adrenalina o vetetúasaberporqué, no aparecen.

No veo al otro corredor… tampoco nadie por detrás. Debería aflojar, pero lo único que me apetece es seguir apretando, rascando segundos al crono… y corro para cruzar la meta lo más rápido que puedo. Esto tiene mucho sabor a este otro final.

Mientras llego a meta miro a mi alrededor… hace tiempo que no sentía esta sensación. Me abstraigo de todo y la saboreo. Estoy cansado… ¡pero qué bien sienta! No me extraña que me guste correr, no me extraña que me guste competir. No puedo evitar sonreír.

Al final está mi hermano. Le veo y le beso. Y una vez que hablado con él, que he bebido algo y me he quitado la mochila, sé que esto sólo acaba de empezar.

En el preciso instante en el que cruzo la meta, pongo fin a una etapa y empiezo a escribir las primeras líneas de otra.

Con esta carrera destruyo a algunos de los demonios que han estado drenando mi energía día a día… y ahora que los he ahuyentado, no puedo evitar pensar en lo siguiente.

Hoy he dado lo que podía dar y estoy inmensamente feliz… pero esto no ha sido más que un «test», uno que me recuerda: «¡Eh tío! Hoy no ha ido mal, parece que puedes correr». Pero es sólo eso, el principio de algo mejor.

Hace tres meses mi objetivo era correr sin dolor, recuperarme. En esta carrera el objetivo era acabar con buen sabor de boca, volver a demostrarme que puedo acabar una carrera así ¡Y lo he conseguido con nota!

Pero ahora el objetivo es otro… quiero volver a sentirme ligero, rápido y sobretodo «durable», correr durante horas haciendo que esto parezca un juego.

4 comentarios en “Ahuyentando a los demonios: Crónica de la primera trail del 2017”

  1. Grande cracckk , me alegro mucho de tu resultado y sensaciones. Espero que nos veamos pronto , en algun entreno o carrera. Este año que te has planificado ? Deuuu.

    1. ¡Ostras tío, qué tarde! No había visto los comentarios hasta ahora 🙂 ¡Muchas gracias!

      Y sí, ya tengo más o menos una idea de todo lo que va a caer este año y menudas ganas. En unos días vuelvo a España para otra carrera y Carnavales, a ver si hacemos por vernos 😉

  2. Eres una makina Carlos!!!!!aquí en Vendrell todos lo sabemos y todos y personalmente yo estamos contigo!!!!!hagas lo que hagas!!!!km y mucho trail!!!

    1. Jajajaja ¡Qué grande Víctor! Gracias por el comentario y cómo dices… ¡Kms y mucho trail!

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