Crónica: Ultra Trail Serra de Monsant

Nadie dijo que correr una ultra fuera fácil, de hecho, el simple hecho de llegar a meta es un reto que muchos tardan años en conseguir. Probablemente ya sepas de lo que estoy hablando, sobretodo porque si me conoces, es posible que hayas vivido más de una ultra en tus propias carnes.

¿Pero sabes qué? Aunque corramos la misma carrera, todos tenemos motivaciones diferentes, y es algo que debemos aceptar.

Cuando antes completar una maratón ya era toda una proeza, surgieron las ultras y cuanto más largas y más duras, más atractivas se volvieron para el pelotón. Acabarlas era todo un reto. Pero cuando uno se demuestra que puede completar esa distancia, que está preparado, el verdadero reto se convierte en correrla lo más rápido posible.

Ayer hablaba con una chica que entreno y me decía que no le parecía exigente una carrera de 55km que había corrido ya una vez. Le contesté que si no le perecía lo suficientemente exigente, que la corriera en menos tiempo, que tenía mucho que mejorar.

Luego, otro amigo, en un comentario referente al abandono en mi carrera, me dijo que si no podía competirla, la disfrutara, que lo mismo daba la posición y que olvidara el tiempo. Y en cierta manera le doy la razón, el simple hecho de pasar horas en la montaña me llena de energía y me encanta, y decidí correr muchas menos carreras en asfalto precisamente para olvidar los tiempos, pero aún cuando el tiempo y la posición quizás no sea tan relevante, el exigirme el máximo si lo es.

Mi motivación no es acabar carreras, mi motivación para la mayoría de ellas es correrlas lo más rápido que pueda. Mientras corro, sea la distancia que sea, me pregunto a mi mismo «¿Es este el ritmo máximo que puedo sostener durante X kilómetros?». Y en el proceso de lograrlo, fallamos. Puede ser la gestión de ritmo, la nutrición y los múltiples problemas que surjen en una ultra. De eso van  estas carreras, de sobrellevar los bajones y los problemas una y otra vez. Algunas veces sonreímos de felicidad y dos minutos más tarde estamos llorando en el barro y diciéndonos «Aguanta, aguanta, que ya pasará».

Joder, ¡es que son tan intensas! Y eso me encanta, de verdad, pero a veces simplemente no vale pena aguantar tanto y te retiras.

No es la primera vez que sucede y no será la última. Para tener grandes días también hay que tener días de mierda, y eso forma parte del proceso de aprendizaje. Algunas veces es el cuerpo, otras veces la mente. En esta ocasión fue el cuerpo y por lo tanto, no puedo reprocharme demasiado, sólo prepararme más.

El día siguiente a esta ultra tenía las piernas tan destrozadas que no pude evitar sonreír, respirar profundamente y contentarme con la idea de que lo había dado todo. He corrido muchas carreras durante todo el año y teóricamente mucho más duras, y sinceramente, no había acabado tan tocado físicamente como en ésta.

Mi motivación, repito, es correr exigiéndome el máximo, pero en el momento en el que me veo incapaz de dar una zancada más, de dejar de correr cuando en otra situación podría hacerlo, para mi continuar pierde todo el sentido. ¿Para qué?

Corriendo la Ultra Trail Serra del Montsant

Después de la primera posición en la LTMCD de Abril, parte del premio consistía en una inscripción para una de las distancias de la Ultra Serres del Montsant, que se celebraba justo 4 semanas después de la UltraPirineu en la cual también participaba.

Mi idea era simple: Entrenar lo mejor posible hasta la UP y entre una y otra competición, recuperar, mantener la forma y aprovechar ese estado para hacer un buen papel en la UTSM. La realidad fue que justo después de la UP desconecté totalmente y decidí descansar después de 280 días corriendo a diario y 16 carreras en la espalda. Paré, aunque no totalmente, cogí sobretodo la bici y corrí muy suavemente por asfalto. Ni una salida por montaña, ni una tirada de más de una hora.

Llegaba el día de la carrera con varios kilos de más y sin haber entrenado como es debido. Mi cuerpo era otro, totalmente diferente, pero mi mente seguía siendo la misma, lo cual significaba que aunque iba a resignarme si hacía falta, no iba a correr simplemente para acabar la prueba.

Para mi hay algo peor que no acabar una carrera y es llegar a meta sabiendo que podría haber dado más, que podría haber corrido más rápido. Así que con esa filosofía, sólo podía hacer una cosa, empezar a correr con calma y evaluar cuánto podía exigirme sobre la marcha.

La carrera empezó relativamente rápido y aunque intenté no correr demasiado y me situé en el pelotón, pasamos por el primer avituallamiento en el mismo tiempo que el ganador del año pasado. Decidí bajar una marcha más y después de la hora ya había encontrado un ritmo que me parecía cómodo para las horas que teníamos por delante.

La salida de la ultra de 106km era conjunta con la de 70km, así que en los primeros compases de la carrera era difícil estar solo. La primera bajada del día llegó en el kilómetro 13,5 y aunque las sensaciones no habían sido espectaculares al empezar, cuando tocó empezó a bajar la cosa se puso mucho más tensa. Mis tobillos al descender, pinchaban y dolían como si no tuvieran fuerza alguna. Los kilos de más junto con 28 días sin tocar la montaña los habían debilitado al máximo, y la verdad, no contaba con ello. Qué desagradecido es el cuerpo…

Es en este punto cuando me resigné y me dije que el día iba a ser mucho más largo de lo que pensaba. Se me pasó por la cabeza en varias ocasiones acabar allí, pero no iba a permitirme quedarme tirado sólo 14km después de empezar. Eso sí que no, aunque todo indicaba que no era el día, había que intentarlo y una hora y poco corriendo no eran suficientes para tirar la toalla.

Me convencí diciéndome a mi mismo que podía ser un buen entreno de cara a las próximas +100kms del próximo año. Que superar todo aquello a pesar de las condiciones sería un buen entreno mental.

La maratón cayó en 4 horas 5 minutos. Tenía una primera parte con una subida potente al inicio y luego unos 25km muy corribles. Se me hizo pesado correr tanto, aunque en otra situación, aquí podría haber pulverizado ese tiempo incluso con el peso de más. Recuerdo que no estaba de buen humor y que todo me molestaba… Cruzar un riachuelo, que se me enganchara una rama, la humedad… No conseguía encontrar sensaciones y no estaba disfrutando en absoluto.

Tras semejante tute de correr, llegó una subida potente en la que me tocó ponerme el mono de trabajo y subir con decisión pero con paciencia. Esta subida marcaba un punto de inflexión en la carrera, el ecuador de la ultra.

Mientras corría me decía: «En una ultra todos sufrimos por igual, así que déjate de tonterías. Acéptalo y continua… y disfruta de esta oportunidad.» o «No pienses, sólo corre».

En la subida del km45 al 54, estaba tan inmerso en mi mundo que no podía dejar de repetirme no sé muy bien porqué: «3, 2, 1… 4, 5, 6…»

Después de un rato me pillé a mi mismo repitiendo aún ese patrón autista y me dije: «¡¿Qué cojones haces?! Si vas a gastar fuerzas pensando en algo, como mínimo di algo positivo». Así que empecé con un: «Life is short, push or you will regret it». Repetido una y otra vez, y de nuevo otra vez el dichoso «3, 2, 1… 4, 5, 6…»

La subida no me pareció dura pero pero llegué arriba literalmente empapado. Me miraba los pantalones y los veía gotear como si me hubiera metido en la ducha. La sudor bajaba por mis piernas mezclandose con el barro de los primeros kilómetros de la carrera y mis gemelos palpitaban por el esfuerzo.

Por fin alcancé la cima y joder, después de hora y media corriendo entre árboles y matorrales, asomar la cabeza en la cresta de aquella montaña y recibir la brisa junto con el sol en el fondo, fue una bendición. Bebí algo de agua, cerré los ojos y saboreé aquel momento, aquellas vistas.

Empecé a correr en la meseta de la montaña y si ya iba con el ánimo arriba al alcanzar la cima, sentir aquello me hizo darme cuenta de lo mucho que me gusta correr y lo bien que me sentía en ese preciso instante… después de casi 6 horas corriendo sin la menor ganas de hacerlo.

Joder, por eso me gustan estas carreras…

Mientras bajaba, ya había pasado la fase de «Me duele todo» y había entrado en aquella otra en la que el dolor de pies, de tobillos, la rigidez de piernas, el calor y todas las molestias, eran parte de una realidad que no podía desaparecer y por lo tanto aceptaba. Eso estaba ahí, pero aprendes a sobrellevarlo.

Apenas había empezado a bajar y ya estaba pensando en qué iba a coger en el punto de vida del próximo avituallamiento, en las faldas de aquel descenso.

Cogería los palos para ayudar a mis pobres piernas en las últimas subidas de la carrera. Me cambiaría la camiseta, empapada hasta ahora y así sentir algo seco pegado en mi cuerpo durante unos minutos. Y cogería el buff y los guantes por si una vez llegada la noche tenía frío…

Estaba decidido a continuar.

Cuando corres una ultra, no siempre eres dueño de lo que piensas y cuando una idea entra en tu cabeza, puede permanecer ahí mucho tiempo. Te obsesionas con ella como el «3, 2, 1… 4, 5, 6…» o con alguna melodía de una canción. Entramos en trance y cualquier cosa nos sirve para pasar las horas, que pese a todo ¡vuelan!

En aquella bajada empecé a pensar que me gustaría escribir un libro o un post muy largo, recogiendo todas las experiencias de la temporada, explicando cada una de las carreras y cómo había vivido un año así. Sé que suena un poco presuntoso, quién soy yo para escribir algo así, y sobretodo ¿Quién iba a leerlo? Pero la verdad, no era con la idea de enseñar nada a nadie, sino porque me gusta escribir y quién sabe, quizás a algún alma perdida le resultaba entretenido o se sentía identificado con mis penurias.

En fin, que mientras bajaba, empecé a escribir capitulos mentalmente. Decidí qué iba a explicar, qué hechos debía contar y cómo empezar. Decidí que cada capítulo empezaría con una cita que me había ayudado en algún momento u otro, y sobretodo, me acordé de todos los amigos con los que había compartido momentos estos últimos meses.

Esa bajada me dio para mucho y para cuando me desperté de ese trance, ya había llegado el siguiente pueblo, Cabacés, después de 61km.

Entre corriendo y sonriente, preparado para rematar aquella historia y relativamente bien de piernas, aunque quizás es que no había pensado mucho en ellas. Un hombre me grabó con su móvil mientras bajaba hasta entrar al avituallamiento. Pagaría por saber quién era y ver aquel vídeo.

Entré en el edificio subiendo unas escaleras y saludé a los voluntarios que estaban ahí. Me lo tomé con calma, comí de todo y rellené los bidones. Pasé a una sala interior y recogí mi bolsa de vida, cogí mis palos, también algo de ropa y cuando fui a cambiarme las zapatillas… No podía agacharme sin que se me enganchara un músculo u otro. Pedí ayuda a una voluntaria para que me quitara las zapatillas, apreté dientes mientras me ponía otras y salí de allí pitando.

Saliendo del pueblo había media hora muy corredera, con varios subes y bajas. Aquella parte me dejó tocado y supliqué para que llegara ya la siguiente subida y así podría dejar de correr.

Y cuando empecé a subir, me faltaban las fuerzas y me sentía más y más débil qué nunca. ¿La digestión? Pensaba. «Joder, no debía haberme comido aquellos croisants de chocolate. ¿Cómo puedes llegar hasta aquí y cagarla así?» Y me contestaba a mi mismo «Estoy hasta los cojones del platano, la fruta y el Tailwind, me apetecía un puto croisant». Me había comido cuatro en un santiamén.

No sentía mareos, ni nada por el estilo, sólo falta de fuerza. Debilidad. Avanzaba cuesta arriba, apoyaba una pierna, y sentía como toda la sangre de mi cuerpo iba hacía ella y el resto del cuerpo se quedaba vacío. Cerraba los ojos por un instante, y de nuevo, avanzaba la otra pierna repitiendo así el proceso una y otra vez.

De nuevo, me dije que era otro bache más. Qué las ultras son así, que si aguantas el tirón, luego vuelves a crecerte. Pensé en eso y poco después desconecté y volví con el «3, 2, 1… 4, 5, 6… 3, 2, 1… 4, 5, 6…». En algún punto recuerdo parar, mientras seguía subiendo, y mirar al horizonte y pensar que pese a todo era realmente feliz. Me sentía lleno, en esa situación, empapado como estaba, sucio y maloliente, con un dorsal en el torso y con más de siete horas en las piernas y otros tantos kilómetros por delante. Estaba reventado, pero me sentía afortunado.

Cuando casí había llegado arriba, en un tramo llano, volví a echar a correr y joder, era rídiculo. No podía alargar la zancada. Mis pasos eran mínusculos, así que seguí andando a buen ritmo porque parecía que así avanzaba más rápido.

Pocos minutos después, me dije que ya era suficiente, que debía de superar eso y tenía que volver a intentar correr. Y una vez más lo intenté apretando los dientes. Aguantaba un par de minutos y me rendía poco después. Así una y otra vez durante más de media hora. Era descorazonador. No podía con mi alma.

Finalmente llegué al siguiente punto de control, me fui a rellenar los bidones en una fuente y allí me alcanzó el sexto corredor. Le pregunté que qué tal iba y mientras lo veía, me di cuenta de que no quería seguir corriendo. Me acerqué a la mesa del punto de control y cogí un buen puñado de nueces. Mientras me las comía le pregunté como estaba la cosa para abandonar y me dijo que debía llegar al siguiente punto de control para hacerlo.

En cierta manera aquello me supuso una liberación, porque estaba a 6km y eso suponía un buen rato para convencerme de lo contrario, de que valía la pena continuar. Así que sin mucha más aventura, me puse en marcha con un paso detrás de otro para llegar a Vilella Baixa y finalmente, resignarme al abandono.

Me pasaron tres corredores más poco después y recuerdo verlos correr y pensar «Joder, ¿cómo pueden hacerlo? Joder, quiero correr» y ponerme otra vez a trotar y rendirme de nuevo al cabo de unos segundos.

La bajada andando hasta Vilella Baixa se me hizo eterna y sirvió precisamente para lo contrario, convencerme de que retirarme en el kilómetro 73 era una gran idea… Había sido un gran viaje, pero le iba a poner punto y final nada más llegar al pueblo.

Mientras bajaba, empecé a pensar en qué me había llevado hasta esa situación, qué podía cambiar y mejorar y sobretodo, me pregunté si realmente me gustaba lo que estaba haciendo y porqué.

Para cuando llegué abajo había encontrado la paz mental y me subí a un autobús que me llevó al inicio sin remordimiento alguno y probablemente mucho más fuerte que cuando empecé la carrera.

No fue una gran carrera, pero pese a todo, sí fue un gran día.

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