Corriendo la Vuelta al Aneto

Hace varios años me preparé una lista de carreras que me gustaría descubrir algún día, y al venir a Benasque tachaba una de ellas. Poco a poco me fui informando de como eran las carreras y una vez abiertas las inscripciones, me apunté inmediatamente a la Vuelta al Aneto, una carrera «corta» pero que podía hacerse muy larga.

Las últimas semanas no había estado muy allá y definitivamente lejos de lo que yo sentía que es mi mejor estado de forma. Necesitaba un descanso. De hecho, antes de correr la Buff Epic de hace dos semanas, me planteaba seriamente la idea de correr sólo una de las dos. Al final no fue así y el sábado 23 de julio de 2017 estaba en la salida de la Vuelta al Aneto con otros 800 corredores.

Sabía que era una carrera dura y sabía que no estaba al 100%, pero tenía que intentarlo y sobretodo, tenía que descubrir qué era correr por el hermoso Parque Natural del Aneto-Posets.

Empieza la aventura

No he podido calentar, pero cuando me pongo en la línea de salida las piernas me tiemblan como flanes, así que en los 10 minutos de espera delante de la cinta de salida voy moviendo las piernas para que se vayan preparando para lo que se le viene encima y disimular el tembleque.

No he ido con medias tintas y no quiero perder tiempo en la salida, así que sé a lo que he venido, quiero estar entre esos diez primero corredores nada más empezar, y si la cosa va muy bien, quién sabe… Así que me coloco en primera línea.

Con la ayuda de Jorge, otro corredor que la ha corrido varias veces, más o menos sé lo que puedo esperar de esta carrera y lo que sí sé es que hay unos primeros 20km en los que no dejamos de ganar altura por sendero y pista, pero luego, luego se acaba el correr y empieza la parte técnica de la carrera.

Llevo la música puesta y apenas escucho a mi alrededor y cuando dan la cuenta atrás, me retiro los cascos para escuchar los últimos gritos.

¡Salimos volando! ¡Es espectacular!

La música que llevo puesta incita a cometer atrocidades y correr y correr, pero después de unos primeros minutos vuelvo a la calma e intento llevar un ritmo más controlado. Por delante han pasado ya cuatro corredores que se escapan después de algunos kilómetros y por detrás nos quedamos dos más y yo.

No tengo buenas sensaciones desde el inicio, pero pienso en tantas otras carreras en las que así ha sido y al final ha ido bien. Eso me tranquiliza. Vamos corriendo a buen ritmo pero las pulsaciones se mantienen a raya. Siento que tengo el control, aún así, las piernas pesan mucho. No es de aquellos días que uno se nota ligero.

El día, que ha arrancado con bastante niebla, empieza a abrirse y poco a poco voy disfrutando de las vistas. Estamos corriendo por el fondo de un valle dirección a la Renclusa, la que será la primera subida del día.

Tras pasar por los Llanos del Hospital y sus campos «llanos» con hierba y mucha agua, llego a la Refugio de la Renclusa junto al quinto corredor en 2 horas 5 minutos, tiempo de la segunda posición del año pasado. Despúes de 20 kilómetros de carrera este es el primer avituallamiento y llego tres minutos por encima de lo previsto. Parece que este año se ha corrido más rápido hasta llegar aquí.

Relleno los bidones a sabiendas que no volveré a tener agua hasta dentro de un par de horas o más y con el puño bien abierto cojo todo el membrillo que puedo. Será lo primero que coma en carrera durante el día.

Salgo de allí perdiendo el mínimo de tiempo posible y preparado para que empiecen a endurecerse las cosas. Empieza el ascenso a la Renclusa.

Es aquí cuando empieza a verse algún que otro bloque de piedra, pero pese a no ser nada corrible, no siento que se me complique demasiado y eso me levanta el humor. Sin embargo, en el descenso me noto muy muy torpe y veo como el quinto y sexto corredor con lo que he hecho la subida, se me escapan sin poder hacer nada para remediarlo.

Los problemas de estómago empiezan a aparecer. Hace un buen rato que tengo gases, pero joder, se están acumulando más y más y cada pocos minutos me da un fuerte apretón que me deja en el sitio. Tomo la respiración, me aprieto el estómago y poco a poco siento como se disipa el dolor. Digamos que empezará a ser la tónica de la carrera.

Subiendo a Salenques (la segunda gran subida del día) empieza la parte técnica de verdad y es ahí, entre todos esos bloques de piedra, cuando tomo la decisión de dejar competir, olvidar toda esa verborrea mental y empezar a disfrutar.

Hay cosas que no están saliendo bien hoy y meterme presión por hacerlo mejor no ayuda. Quiero disfrutar de esta experiencia lo máximo posible. Así que me tomo las siguientes dos o tres horas como si fuera un día de ruta.

Bajo el ritmo e intento no presionarme y simplemente corro (lo que puedo) para llegar lo antes posible. Dicho de otra forma, empiezo a hacer mi carrera, que es lo que debería haber hecho en lugar de correr pensando en posiciones o tiempo.

Casi alcanzando la cima me supera otro corredor que se le ve muy ágil entre ese caos de piedra y envidio como se desenvuelve. Yo no sé si es la práctica, o es que voy destrozado, pero no me permite sentirme como él entre salto de piedra en piedra. ¿Debería haber empezado con más calma? ¿Guardando más piernas?

Aún así voy con buen humor y al llegar arriba charlo un poco con los voluntarios que hay en el collado, un hueco de piedra de 2×2 metros en el que están instalados y donde el frío es helador. Nada más llegar allí lo noto y me congela la piel. De no ser por eso me hubiera quedad un rato más, pero bajo de ahí echando leches junto al otro corredor. Y no se muy bien porqué… empiezo a notar que me desenvuelvo mejor bajando.

Es una bajada con bastante desnivel, con mucha piedra pequeña y arena. Me vengo arriba y me dejo caer sin miramiento mientras resbalo entre las piedras, divirtiéndome, y consigo llegar abajo sacándole unos buenos metros al otro corredor.

Una de los puntos delicados de la carrera es la distancia entre avituallamientos, pero hay agua por todos sitios y cargo bidones en dos o tres ocasiones en algún riachuelo que encuentro.

Llego a Llauset en décimo tercera posición notándose lo obvio, que no me desenvuelvo bien en ese tipo de terrenos. En este refugio me encuentro con Carlos, un viejo conocido de la Ultra Comtes d’Erill de hace 3 años y que al saludarme reconozco al instante. No lo había vuelto a ver hasta hoy. Es agradable ver una cara conocida en el medio de la nada.

En este avituallamiento es en el que más como. Hablo con él y despejo la mente mientras me como un par de trozos de melón, alguna gominolas que me como sobre la marcha, algo de membrillo y frutos secos, además de reponer los bidones de agua con Tailwind.

Salgo de allí con otros ánimos y parece que poco a poco empiezo a recuperarme. Aún así, los dolores de estómago siguen haciéndome apretar los dientes y algunas veces me flaquean las fuerzas.

Superada la tercera gran subida del día, bajando de Vallibierna hacía el Refugio de los Pescadores, es cuando empiezo a hacer mi carrera.

La última parte de la bajada, pese a ser un camino con mucha piedra, se deja correr mucho más que lo anterior y puedo soltar piernas. Y el ritmo más rápido hace evaporar todas mis nubes mentales.

Llego al avituallamiento del km 40 pensando en si habrá baño y ver si puedo acabar ya con la tortura del estómago. Hubiera parado en cualquier sitio como he hecho muchas veces, pero voy de blanco y tal y como está de revoltoso mi estómago… me voy a poner todo perdido como lo intente.

Cuando les pregunto por el baño del refugio, se ríen y me dicen que escoja el árbol que quiera. El comentario me saca una sonrisa y ya resignado, lo que me hace animarme aún más si cabe.

A nivel de sensaciones la carrera va de fatal a genial. Cada vez empiezo a notarme mejor y sé que la parte que viene ahora no será tan técnica como las anteriores. Eso sí, la última subida es la que más desnivel tiene, llegando a la cima del Estiba Freda con 2710m.

Inicio la subida con dos corredores más delante mío y que van charlando entre ellos.

Uno le grita al otro algo así: «Qué pocas ganas de correr hay» y el otro «Pues yo estoy bien, me estaba reservando para esta subida. Te dije que te atacaría aquí».

Se ve que llevaban un buen rato corriendo juntos…

Me noto bien así que me pongo yo a tirar del trío. Unos minutos después, el que se estaba «reservando» me adelanta y empieza a sacarnos ventaja a los dos, pero soprendéntemente, unos minutos después revienta y se tumba en la hierba a descansar y contemplar esas increíbles vistas.

El clima de hoy está siendo increíble y pero en esta subida, con el cielo totalmente azul y el sol por encima de nuestras cabezas, estoy pasando calor de verdad. Al verlo tumbado me dan ganas de sentarme con él, pero decido no ceder tan rápido.

Lo dejamos atrás pensando «Joder, qué envidia me da, si pudiera descansar unos segundos así», pero nos quedan poco más de dos horas por delante para acabar. Siento que vuelvo a competir, empiezo a notarme con ganas y ánimos y sólo pienso que tengo que recuperar tanto tiempo perdido.

Voy hablando con el otro corredor, un malagueño, pero poco antes de llegar arriba vuelvo a encender el mp3 para motivarme cuando la cosa se pone empinada de verdad. Desde lo lejos alguien nos gritaba dando ánimos, y cuando paso por su lado se engancha detrás mío y empieza a gritarme y motivarme como si aquello fuera el final de una etapa ciclista. Después de unos metros, al llegar a la cresta, le choco la mano y sigo a lo mío con la vista bien fija en la cima.

Esta montaña es totalmente diferente a lo que ha sido el resto de la carrera. Estoy en el Estiba Freda, punto más alto de la Sierra Negra. Y se llama así no por capricho, si no porque su piedra es negra como la noche. Recuerda a la tierra de un volcán, me recuerda a Transvulcania.

La cima se distingue por varios voluntarios y algún fotógrafo, y cuando llego arriba, sé que ya sólo quedan 10 o 12 kilómetros para llegar a Benasque y todos de bajada.

Cuando llego arriba, no descanso ni un segundo y echo a correr cuesta abajo. Tengo las piernas congestionadas por la subida pero poco a poco se van relajando y consigo alargar más y más la zancada. ¡Por fin puedo correr! ¡Sí joder! El terreno no tiene mayor dificultad y puedo levantar la vista mientras desciendo. Las vistas desde allí son una locura y el paisaje es totalmente diferente al resto de la carrera.

Corro cuesta abajo por la cresta de la montaña, totalmente pelada, todo tierra y piedras como el carbón. Después de un rato bajando me pregunto donde estará el malagueño y el del reventón (que se acercaba peligrosamente de nuevo antes de llegar a la cima).

A media descenso camino a Benasque, llega la parte más complicada de la bajada. Dejamos atrás la montaña pelada y corrible y nos metemos de lleno en un bosque frondoso y húmedo.

Todo es barro, raíces, hierbajos y una trialera estrecha con bastante desnivel. De las que te hacen extremar la precaución.  Aún así, no sé si es la idea de llegar a meta o la sensación de finalmente poder correr, las piernas responden y puedo bajar a lo que creo que es un buen ritmo. Sobre unas 8 horas corriendo llevo ya, las piernas magulladas, pero me estoy divirtiendo como un crío.

Además, desde el ascenso a la última subida, no dejo de pasar corredores de la Ultra, que van a un ritmo inferior, y eso le da algo de vida a la carrera. No se si me entiendes… la motivación de tener algo que alcanzar y superar me da mayor fuerza.

En este tramo no me molesto en mirar atrás porque tengo la seguridad de que la velocidad a la que bajo es buena, no creo que me alcancen. Y de hecho así es. Repasando los tiempos ahora llego a  Benasque con tiempos de cabeza de carrera en este último tramo.

Al acabar la última parte del descenso se llega a una pista y unos últimos 4 o 5 kilómetros muy llanos hasta Benasque, que bien pueden ser un alivio o una tortura según como llegues.

A estas alturas, con tanto hacer la goma y tanto corredor arriba y abajo, no tengo ni idea de en que posición voy, sólo sé que vengo enchufado de la bajada y de nuevo estoy en modo competición. A lo lejos, veo a un corredor de azul que la verme, inmediatamente empieza a subir el ritmo cual gacela asustada. No me da tiempo de pensar y las piernas ya están apretando.

Decido pasarle sin darle tiempo de engancharse a mi y aprieto lo que me dejan las piernas para marcar una diferencia que no le permita seguirme. Corro a lo que me parece que es un buen ritmo durante algo más de un kilómetro (4’14») y después de ahí las piernas pesan más y más y empiezo a sufrir pensando en que me va a volver a dar caza.

Miro hacía atrás y no veo nada. Mi reloj ya marca 55km pero ni rastro de Benasque, aunque sé que estoy cerca…

Y finalmente llego a un puente que reconozco de la salida. Estoy a minutos de llegar. Lo cruzo pensando en la meta y piso el asfalto que me llevará al inicio del pueblo y sus calles de piedra. Las calles están abarrotadas de gente observando a los corredores llegar.

Las piernas, magulladas pero enteras, siguen corriendo en piloto automático animadas por los aplausos y la visión de algo con lo que llevo soñando desde hace media carrera: Un baño, una cerveza y una piscina.

No pienso en nada más, sólo corro… y así logro llegar a la alfombra roja que marca el final de esta aventura. El speaker a un lado animando, gente a ambos lados de las vallas y yo cruzando la meta…

8 horas 52 minutos dando la Vuelta al Aneto. 10ª posición.»¡Joder, qué dura!» no dejo de repetirme. Esos caos de bloques me las ha hecho pasar putas. «No es mi tipo de carrera» y mil un comentarios más…

Pero ahora, en frío, lo único que pienso es que no estaba suficientemente preparado para intentar darlo todo en esta carrera. No hay excusas. Logré acabar con fuerza pese a todo, corrí por lugares increíbles y disfruté como un enano. No puedo pedir nada más.

Hay muchas más carreras por delante y mucho trabajo por hacer si quiero hacerlo bien en carreras así de técnicas, así que…

¡Manos a la obra!

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