Crónica: Long Trail Muntanyes Costa Daurada

Me encanta esa sensación de vértigo que da al ponerse en la salida de una ultra… Esa que te hace pensar «Joder, me queda todo el día por delante».

Tiempo atrás hubiera evitado a toda costa pensar en ello, pero ahora lo hago adrede. Me gusta ese presión en el estómago que sientes cuando tienes algo importante por delante.

Y cuando arrancas a correr, cuando ya sabes que no hay vuelta atrás (a excepción de la retirada), tus piernas se van relajando y sin darte cuenta, empiezas a disfrutar. Si lo logras, me refiero a empezar con buen pie, ya tienes media carrera ganada.

Un mes antes, en la Ultra Montseny, abandoné después de «sólo» 40km. Las piernas no tiraban, parecía que mentalmente tampoco estaba preparado y no estaba disfrutando. En cuanto empecé a no notarme bien, al contrario que en otras ocasiones, me vine abajo.

Y ahora, sólo 4 semanas después, ¿me planteaba volver a correr una altra? ¿Por qué? ¿Acaso algo debía ser diferente? ¿Qué ha cambiado? No las tengo todas conmigo. No se si estoy preparado para volver «competir» durante horas.

Una cosa es ir a acabar y la otra es presionarte para, además de acabar, hacerlo en un tiempo competitivo, correr codo con codo con corredores de tu nivel. Eso genera una presión enorme (o disfrute dependiendo del día).

Además, la semana pasada corrí con Javi, Jordi, Xavi y otros amigos, una carrera de dos días por parejas, la Vall de Ribes XS. Y la verdad, las piernas aún siguen tiernas por tanto amor de kilómetros y desnivel.

Uno de mis gemelos va a estallar, pero me tranquilizo pensando que sólo necesito darle un día más de descanso y que para el día de la carrera estaré bien.

Horas antes

La tarde del viernes cojo el coche y me planto en Prades para recoger el dorsal después de hora y algo en coche. Cuando era niño pasé unos días con mis padres por aquí. Creo.

Babeo mientras voy subiendo por una carretera de montaña y alucinando con lo verde y frondoso que es el bosque. Me gusta, me gusta.

Nada más llegar me encuentro con un viejo amigo, un bicharraco de los grandes, Miguel Ángel con su chica Ana (acaba segundo en la ultra). Al entrar al edificio me encuentro con Daniela de Naturetime, que me facilita absolutamente todo para que pueda estar mañana corriendo ahí (¡Gracias gracias gracias!), y Paula y Juan Carlos (que me esperarían en meta hasta mi llegada) y también Txema, con el que discuto si llevar palos o no (no sé si me aguantarán las piernas).

Un par de horas más tarde, pasta party con el resto de corredores y la organización, para rematar un ColaCao antes de ir a dormir y finalmente 7 horas de sueño reparador en un bungalow del Camping de Prades que compartíamos a modo de refugio entre un montón de corredores.

La carrera empieza a las 9, pero hasta las 7:15 no me levanto, y de milagro porque mi despertador no ha sonado.

Se acaba de levantar el chico que tengo al lado y somos los únicos que quedamos aún allí. Como si tuvieramos todo el tiempo del mundo, charlamos un poco y me cuenta que era el speaker de la carrera en ediciones anteriores. Hoy será la primera vez que la corra.

Me cambio y salgo a buscar el desayuno que tengo en el coche. La Nocilla se ha petrificado del frío, así que acabo desayunando un poco de pan con crema de cacahuete mientras espero a que se caliente el coche. Cuatro minutos más tarde estoy en el centro del pueblo, en la plaza del ayuntamiento.

Es una plaza pintoresca, ahora repleta de corredores y con olor a pan recién hecho en el ambiente. ¿He dicho que hace frío? Hace unos días pego una nevada y se nota, además para hoy se preveen lluvias. «No me salvo de una» pienso. Aún quedan 45 minutos para la salida y decido buscar refugio en uno de los bares. Repaso por última vez el recorrido.

Después de un café ya estoy en la salida junto al resto de corredores. Las piernas vuelven a temblar como de costumbre y me lo tomo como una buena señal.

«Carlos, hoy tienes todo el día por delante, el objetivo hoy es acabar, pase lo que pase. Corre con cabeza e intenta guardar fuerzas para acabar bien.»

Es mi forma de mentalizarme de que hoy no hay escapatoria posible. Si cruzo la salida, tengo que volver a Prades… y no con una retirada. No lo soportaría. ¿Empezar dos ultras en un mes y no acabar ninguna? «No ¡por favor!»

¡Y arrancamos a correr!

3, 2, 1… ¡Vamos!

Todo el mundo sale lanzado. Tardo en reaccionar, pero pocos segundos después estoy delante. Después de algunos metros, todo el mundo vuelve a pasarme, corriendo como si aquella fuera la última subida.

Empiezo a mirar a derecha e izquierda, tomando detalle de los corredores, viendo si son de mi carrera (la Long de 72km o la Ultra de 90km) y preguntándome si los volveré a ver.

Desde el inicio voy controlando en las subidas sin hacer el más mínimo esfuerzo por subirlas y en las bajadas o llanos, simplemente me suelto. No pienso gastar ni un suspiro tan pronto, no hoy.

Hace unos minutos que corremos y ya me sobra absolutamente toda la ropa. Los guantes, los manguitos… Eso sí, el aire es frío y no me quito el buff con el que voy tapándome la cara. Hace un par de días cogí un buen gripazo y aún no lo he pasado. Espero que no me afecte mucho hoy.

Después de un rato, la carrera se pone en su sitio y todos los corredores toman su posición. Vuelvo a adelantar a muchos y acabo de nuevo en cabeza de carrera con Miguel Ángel, Isaac, Ivan y otro corredor que no conozco.

Pero aquello dura poco y un poco más adelante, decidido a conservar fuerzas, se me vuelven a escapar y no los vuelvo a ver. Sigo con mi filosofía: «Tengo tiempo de sobras para apretar. El día va a ser largo.»

Después de algo más de una hora corriendo, en el primer avituallamiento en Albarca (km12), me chivan que soy el primero de mi carrera, aunque aún vamos bastante juntos todos y según subo al avituallamiento, veo por detrás mío a bastantes corredores.

Al bajar de Albarca voy siguiendo a dos corredores de la Ultra y nos perdemos en un sendero. Es sólo cuestión de un minuto pero cuando volvemos al camino correcto ya nos han adelantado unos cuantos corredores. «¡Joder! ¡Joder!»

Me las apaño para recuperar algunas posiciones y muy a lo lejos veo a un corredor de blanco, que en ese entonces no conocía, Oriol.

Después de unos minutos intentando no forzar el ritmo lo atrapo y le pregunto por detrás que carrera está corriendo. Me dice que de la de 72km. Estamos corriendo en un sendero en el que sólo cabe uno, así que lo paso y de nuevo siento esa sensación de vértigo o «acojone», la de «Espero que no te tenga que volver a ver» porque eso quizás signifique que las cosas empezarán a ir mal.

Según lo adelanto, me pregunta qué carrera estoy haciendo y le contesto que la Long, su misma carrera. Agacho la cabeza y sigo corriendo sin volver a mirar atrás.

Cuando llego al pantano de Siurana y empiezo a rodear, puedo ver a lo lejos, en la otra orilla como pasan Miguel Ángel y Isaac en primera y segunda posición. Un poco después también veo a Iván, de azul. Cuando llego a esa misma posición, miro al otro lados y veo que he sacado una buena ventaja al segundo en cuestión de minutos.

Estoy en el kilómetro 20 aproximadamente y ahora viene una subida corta pero intensa hasta Siurana, el avituallamiento del km23/24.

Voy sin reloj como de costumbre y es en el primer y último sitio en el que pregunto la hora, curioso por saber cuánto he tardado en llegar aquí. Ha pasado algo más de dos horas y ya llevo un tercio de carrera. Eso sí, los próximos kilómetros van a ser más complicados.

Bajando del pueblo vuelvo a encontrarme a Iván y otro corredor, lo que me da la certeza de que la última subida ha sido a buen ritmo y he recuperado terreno.

Iván es todo un corredor y tiene experiencia a mansalva, pero es un tío alto y lo veo poco suelto bajando entre las piedras, no se si por la altura y las ramas que tenemos alrededor o es cuestión de conservar las piernas. Lleva un ritmo cómodo y decido que es más inteligente no pasarle y seguir su ritmo hasta llegar abajo.

Cuando llegamos abajo, nos empezamos a encontrar con una serie de pistas en subida y un tramo que no recuerdo muy bien. Sólo sé que pasamos un buen rato juntos y cuando llegamos al final de la primer ascenso largo y fuerte del día, hasta Castillejos (mitad de carrera), yo llego primero de la Long e Iván y el otro corredor, tercero y cuarto de los 90km. Sólo tenemos por delante a Miguel Ángel e Isaac liderando en la Ultra.

El día sigue siendo frío y no se atisba un rayo de sol, pero parece que el clima está aguantando porque no ha caído ni una gota de lluvia. A mi me viene perfecto, prefiero algo de frío que pasar calor.

He salido con música desde el inicio, una sesión de 1 hora que se repite una y otra vez. Eso y el paisaje amenizan la carrera y las horas pasan casi sin darme cuenta.

Llegamos a Vilaplana con una maratón en la piernas. Ivan y yo habíamos estado corriendo un rato sólos y en los últimos metros me sorprende que nos alcance otro corredor, aunque no recuerdo si es el corredor que venía con nosotros hasta el anterior avituallamiento o otro. La cuestión es que siendo bajada, decido aligerar el paso y entrar con algo de ventaja en el avituallamiento para no tener que esperar.

Nos hacen entrar a un edificio, subir unas escaleras, pasar por la bolsa de vida (donde tenemos material de respuesto, etc), bajar otras escaleras y finalmente el avituallamiento. Ana, la chica de Miguel Ángel, está ahí y me ayuda con los bidones mientras yo como membrillo como un energúmeno. Me llevo unos cuantos en la mano y salgo de allí pitando.

Hasta ahora tengo la sensación de que he estado reservando mucho e iba todo el rato pensando… «Carlos, vas primero, no la cagues. Pon un ritmo que sepas que te pueda llevar a meta.» Pero cuando toca la subida a la Mussara (la del km 42 aprox), la cosa empieza a cambiar.

Me veo con fuerzas para arrancar algunos segundos al crono en lo que será la subida más larga y pronunciada del día. Al poco de empezar alcanzo al tercero de la ultra que ha salido más rápido que yo del anterior avituallamiento. Buena señal me digo.

Sigo corriendo con él y charlamos un poco. Llevamos un ritmo cómodo y no hago más que buscar esa sensación de «fluidez» que busco cuando corro durante tantas horas. Sentir que eres ágil, que las piernas van solas, de dejarte llevar…

En el kilómetro 50 mi carrera y la de 90km se separan y por primera vez en toda la carrera «¡Estoy corriendo sólo!».

De nuevo aparece esa sensación de vértigo que me advierte que la carrera de verdad está en marcha. Aquí es cuando despierto y me digo «Tío, estás en una carrera, toca ponerse las pilas». Me siento feliz como una perdiz pero nervioso por la última parte de la carrera.

El vértigo es por «Quedan 22km para el final ¿Y si me alcanzan? ¿Y si algo sale mal?» En realidad no pienso mucho en ello, pero estas dudas aparecen fuzgamente por mi mente.

Un voluntario me indica que mi carrera sigue «para arriba» y sonrío al ver el cortafuegos por el que tenemos que subir, corto pero intenso. Sonrío porque me gusta subir y porque esta cuesta en especial, es de las que podrías tocar con el pecho al suelo si me inclinara lo suficiente.

Empiezo a subir y su verticalidad obliga a apoyar solo la puntera de los pies, haciendo fuerza especialmente con los gemelos.

Después de unos minutos llego arriba y empieza una parte pistera con toboganes que se me hace bastante pesada. Pienso en que a estas alturas prefiero subir o bajar, pero nada de llanear y de correr a ritmos ágiles.

El día era frío pero desde hace un rato se está girando aún más y cuando corre el viento abro los brazos abrazando la temperatura que contrasta con la camiseta empapada que llevo encima. Cierro los ojos y disfruto de esa sensación por unos segundos. Estoy disfrutando la carrera, no puedo negarlo.

Cuando acaban estos toboganes toca una bajada que pone rumbo a Capafonts, el último pueblo antes de Prades, a unos 12km de meta.

Antes de empezar a bajar miro atrás y de repente veo a alguien corriendo detrás de mi. ¡Me da un vuelco al corazón!

Las dos siguientes zancadas son el doble de rápido de lo que estaba corriendo, hasta que razono lo que veo: «Un voluntario persiguiéndome para pedirme el número de dorsal». No lo había visto en ningún sitio y al llevar la música no lo había escuchado. Supongo que lo había cazado de imprevisto.

Sigo bajando hasta Capafonts con la diversión de la anécdota y la escena en mi retina, pero con un miedo agregado, a partir de ahora empiezo a mirar atrás. «Carlos, no puedes dormirte».

Llego a Capafonts y mientras subo al pueblo, con la paranoia, vuelvo a mirar a atrás por si veo al segundo corredor. No tengo ni idea de si lo tengo cerca o lejos, pero sé que si aparece voy a dar guerra, eso seguro.

Llego al avituallamiento, cargo los dos bidones y cojo un puñado de gominolas de CocaCola. Eso, unos trozos de membrillo y Tailwind es hoy mi única nutrición en carrera.

Salgo del pueblo a toda pastilla y aunque la última parte se me ha hecho algo pesada, saber que estoy a 12 kilómetros de meta me da una extra de motivación. Además, pensar en que quizás el segundo me persiga los talones, me inyecta un chute de adrenalina.

Lo pienso una y otra vez y me digo que ya se ha acabado la carrera conservadora. Ahora toca darlo todo.

Esta última parte son 9 kilómetros de subida por mucha pista y finalmente 3km de bajada hasta Prades.

No sabría como describirlo, pero algo cortocircuita en mi cerebro y empiezo a correr sin darme un descanso. Si antes había decidido conservar muchas subidas, andando algunos tramos, ahora sólo pongo una marcha y corro y corro. Las piernas responden.

A cada paso me siento mejor y me digo que no voy a parar hasta llegar a meta. Hace una semana corría por parejas con Javi en la Vall de Ribes XS y recuerdo la imagen de él corriendo delante mío. Aquel día apretó en todas y cada una de las subidas, sin descanso, con tal de no perder ni un minuto.

Me lo imagino delante mío y ese «fantasma» que tengo delante, me hace de liebre durante los 9 kilómetros de subida. Cuando casi llego arriba, sin haber cesado el ritmo, pido que acabe la subida… ansío esos dos o tres kilómetros de bajada hasta meta.

Llego a la cima y el día se empieza a complicar algo más. La niebla arriba es densa y paso entres nubes espesas que se desplazan con calma con las rachas de viento. Por suerte mi carrera va a acabar pronto…

Y empieza la última bajada, al principio trialera, luego corriendo sobre pinaza campo a través y finalmente pisando el asfalto del pueblo. «¿Es esto Prades? ¿De verdad?»

No sé cuanto llevo corriendo, ni cuántos kilómetros marcaría el GPS si lo llevara, pero prefiero no hacerme ilusiones y pensar que aún me quedan unos kilómetros más.

Una calle, otra y otra más. Empiezo a encontrarme gente que anima por el camino. Cruzo la carretera y finalmente me planto delante de una calle en subida que lleva a la plaza donde está la meta. Casi puedo verla.

Sigo corriendo como he venido haciendo hasta ahora pero con una chispa más. No puedo evitar de sonréir… y de correr. Las piernas se vuelven más y más ligeras.

Todo estos últimos kilómetros he subido el ritmo y desde que empecé a hacerlo, dejé de mirar atrás. No podía pensar en nada más.

Corono la calle y ya con la línea de llegada a la vista, a sólo unos metros. Doy la vuelta a la plaza, izquierda, izquierda, otros pasos más y la meta ya está delante de mi…

En estos instantes uno no piensa en nada. Simplemente está presente en el ahora. Todo yo soy felicidad y tras unos paso más… ¡Cruzo la meta!

Paula me felicita y me pone la medalla, también Daniela, Juan Carlos… No recuerdo mucho la verdad. Aún no estoy procesando la llegada.

La tos que me ha estado martirizando media carrera y que ha desaparecido por la adrenalina de los últimos kilómetros, se suelta de sopetón y no puedo parar de toser mientras sonrío y miro el crono. 8 horas 13 minutos. Lo miro y no sé lo que significa, sólo sé he disfrutado como un enano, con el recorrido y con mi carrera, y sobretodo, estoy orgulloso de cómo he gestionado la carrera, conservando bien las piernas para semejante tute y de qué… «¡Joder! ¿Cuándo es la siguiente?»

Unos minutos más tarde estoy en la ducha, apoyado contra la pared y dejando que el agua hirviendo caiga sobre mi, calentando todo el cuerpo. Pensando en tramos como se ha desarrollado todo, qué ha ido bien, qué ha ido mal y qué se podría mejorar.

Me siento enormemente satisfecho pero me doy cuenta de qué pese a ganar la carrera, no siento una felicidad absoluta por el resultado, por lo que realmente estoy feliz es por como me he sentido durante toda la carrera. El juego de la competición y el saber que he hecho lo posible por llegar lo antes posible.

Y me lo pregunto de nuevo «Carlos ¿No crees que lo podrías haber hecho mejor? ¿8 horas peladas? ¿Menos» Seguro. Y volvemos a empezar…

¡Nos vemos el año que viene!

PD: Cuando lo que nos gusta es correr y esforzarnos, el resultado per sé es sólo anecdótico. ¿Una vez lo has conseguido, qué? Nada. En cambio, la sensación de dadas las circunstancias haberte exigido el máximo, haber entrenado lo mejor posible durante semanas o meses… Todo ese juego, esfuerzo, planificación… Ese «Soñar con ello» día tras día, eso es lo que realmente aporta la satisfacción absoluta. Vivir todo eso y además llegar el día de la carrera y darlo todo. Que se cumpla o no nuestros objetivos es sólo la guinda del pastel.

4 comentarios en “Crónica: Long Trail Muntanyes Costa Daurada”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *