Instantes de mi Marató Pirineu

Parece imposible que después de correr tocado toda una carrera, apretando dientes, uno pueda tener ganas nada más acabar (quizás después de una buena ducha) de repetir una aventura similar lo antes posible. Pero las tenía. Las continuo teniendo.

Así de intenso y bello puede llegar a ser correr por montaña.

Disfruté la Ultrapirineu no sólo porque fuera una gran fiesta del trail running, sino porque después de varios meses, tuve la oportunidad de reunirme con amigos con los que no corría desde hacía mucho y pude pasar con ellos varios días descubriendo la zona.

Cuando tocó ponerme debajo del arco de salida (bueno, yo y los otros cientos de corredores que correríamos los 45 kilómetros y 2.400 metros de desnivel positivo), ya estaba más que mentalizado para lo que se me venía encima.

Una hora antes, los valientes que se aventuraron a correr la ultra de 110km, salían de Bagà acompañados por los mejores corredores del mundo. Kilian Jornet llegaría a meta horas después en un tiempo de 12h03′.

Llegé a Bellver mentalizado de que iba a ser una carrera en la que me iba a tocar sufrir, sobretodo por los problemas con la rodilla que vengo arrastrando desde final de temporada, pero también porque el nivel de corredores era altísimo, cosa que me motivaba a lo grande. Total, llegaba allí con la única expectativa de disfrutar de la carrera y ver hasta donde conseguía acelerar.

Al final resultó que mi Marató Pirineu, más que una carrera, fue una prueba de resistencia mental. Después de sólo 4 kilómetros a buen ritmo, la rodilla empezó a fallarme y por poco me doy la vuelta para pegarme una buena ducha. Por suerte decidí continuar. ¡Para eso me había mentalizado! Y logré acabar la carrera y disfrutar de aquellos paisajes.

«No pain, no gain» dicen. Pero yo no soy de esos. No me gusta esa filosofía. ¿Por qué continué entonces? No lo sé, la verdad. Tenía ganas de correr, supongo. Hace tiempo que llegué a la conclusión que las carreras que más disfruto son aquellas que me hacen esforzarme a lo grande.

En el instante de escribir esto no logro recordar la carrera del tirón, si no en pequeños instantes.

Recuerdo…

Cuando nos llamaron para colocarnos en la salida. La banda sonora de Juego de Tronos sonaba de fondo y las palabras de la speaker resonaban entre las calles de Bellver. Las piernas me temblaban por la emoción y las ganas de ponerme a correr eran inmensas. Aún siento esos primeros zapatazos calle abajo.

Los primeros kilómetros, aún con el frío encima, calentando motores. Observando los corredores de mi alrededor. Pau y Joui a mi lado durante un tramo de pista y las montañas que nos tocaría correr en un rato, justo delante nuestro.

La primera subida, que recordaba del año pasado cuando vine como espectador. Y también el primer pinchazo en la rodilla, que me partía el corazon porque significaba que hoy no iba a poder darlo todo.

Los senderos de allí arriba y las vistazas de todo lo que nos rodeaba. Ver como el Sol se elevaba más y más mientras pasaban los minutos.

El frío viento de primera hora de la mañana cuando nos acercabamos al punto más alto de la carrera, y también la sensación tan agradable que tenía cuando el viento paraba y el Sol volvía a calentar mi piel.

Los verdes prados a 2.400 metros antes de bajar por el Pas dels Gosolans y la llegada al segundo avituallamiento en el Prat de l’Aguiló. El sabor dulce del plátano y los frutos secos de cada avituallamiento.

Los diez kilómetros de bajada desde l’Aguiló hasta Martinet, parte de ellos bajo la sombra de los árboles y pisando blando, con mucha tierra húmeda y hoja seca, que daba un respiro a mis piernas.

Los primeros calambres poco antes de llegar a Martinet, quizás fruto de correr extraño, intentando aliviar el peso de la rodilla. Dejando pasar primero a bastantes corredores y luego recuperar posiciones otra vez.

Y poco después de pasar ese avituallamiento, esos kilómetros cruzando el río y pisando hierba fresca. La conversación con otro corredor que por un momento me hizo olvidar todos los dolores y continuar corriendo.

La última subida, muy dura para muchos, pero que pude hacer muy dignamente, incluso recuperar posiciones. El calor empezaba apretar pero las piernas, cuesta arriba, se comportaban con normalidad y estaba relativamente «fresco».

Y los últimos kilómetros, muy pisteros, medio cojo, corriendo sin darme un respiro hasta llegar a meta acompañado por Liz los últimos metros.

Y finalmente la entrada en meta. Los dos platos de pasta de después. El masaje. El hablar con unos y otros. El tumbarme en la hierba rodeado de amigos y también ver como muchos de ellos entraban en meta.

Guardo recuerdos de cada carrera, momentos que permanecerán en mi retina durante espero que muchos años. La carrera y el circuito, especialmente los primeros 34 kilómetros, fueron increíbles (no creo que nadie que la corriera me lo discuta). Y bueno, me quedo con ganas de volver el año que viene y disfrutarla aún más. También correrla como si fuera a ganarla.

El resultado: 55ª posición de 649 finishers. 5 horas 19 minutos.

Muy lejos de lo que podría haber aspirado. Hice todo lo que pude. Supongo que las cosas hubieran sido muy diferentes de haber estado en plenitud de facultades, pero de nada sirve torturarse por un resultado aquí y allá, si al final he tenido la oportunidad de correr por esos paisajes y de acabar la carrera a pesar de las condiciones.

En menos de una semana toca dar el último empujón en la Ultra Trail de Tarragona. Disputarla me parece un objetivo muy lejano, así que me centraré en disfrutarla hasta donde pueda y si tengo un poco de suerte, acabarla.

Después de eso, nada, final temporada. Creo que merezco un buen descanso.

maratopirineu