Espíritu de gladiador: Crónica de la Ultra Trail de Tarragona

A veces, querer algo no es suficiente por mucho que lo desees con toda tu alma.

Esa mañana me levanté a las cinco de la madrugada con la sensación de que la carrera que iba a empezar en sólo dos horas, probablemente la última de la temporada, iba a poder correrla a lo grande.

Estaba ansioso por mover las piernas (llevaba varios días parado) y sobretodo, tenía ganas de darlo todo antes de cerrar la temporada. Necesitaba hacerlo bien y disfrutar de la carrera. Necesitaba acabar el año con buen sabor de boca.

Sin embargo, la realidad era que sólo una semana atrás había corrido la Marató Pirineu y la rodilla no daba señales de que fuera a recuperarse. Todo lo contrario.

Mis amigos más cercanos, los mismos que me fueron a ver aquel día y con los que me tomé las birras de después (¡sois enormes!), me preguntaban insistentemente los días previos a la carrera por mi rodilla y yo les contestaba con «Mejor. Parece que está bien». Pero yo bien sabía que cuando me pusiera a correr, era cuestión de tiempo que aquello estallara de un momento a otro.

Así que la gran pregunta era: ¿Lograría acabar la ultra más importante de la temporada?

Pero como optimista que soy, decidí no pensar en ello más de lo necesario y cuando tocó ponerse a correr, lo hice con sólo una idea en mente, darlo todo.

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Ni el gripazo que llevaba encima, ni los kilos de más por haber estado bastante parado durante las últimas tres semanas, ni los problemas con la rodilla, iban a evitar que hoy estuviera en la línea de salida con mis 3 objetivos de siempre muy presentes: Disfrutar, acabar y correr al máximo.

Tras la salida, todo se mezcla un poco en mi memoria, porque la verdad, pasa volando. Quizás el ritmo que llevamos durante los primeros kilómetros ayuda a que así sea.

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Recuerdo los primeros instantes callejeando por las frías y tranquilas calles de Tarragona, en las que sólo unos días antes había estado celebrando las fiestas de Santa Tecla. Y recuerdo tomar una cerveza (o dos, o tres…) pensando en esta salida y en que dentro de unos días estaría allí corriendo en una fiesta muy diferente.

Recuerdo los kilómetros del inicio en la costa, jugando sobre las rocas y la arena de playa. Aquel terreno me divierte y me pone nostálgico a la vez porque me recuerda mucho a las salidas por Malta con los chicos. Tengo ganas de volver a correr por allí, ¿quizás para la próxima Gozo Ultra?

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Recuerdo el torreón después del primer tramo de subida y perderme metros después por no seguir el marcaje. 3 o 4 posiciones cayeron ahí. Tontamente.

También recuerdo volver a alcanzar al grupo de cabeza y la sensación de alivio que me dio al verlos de nuevo. Allí están los corredores más fuertes de la carrera y con los que por una cosa u otra, conozco bastante bien. Más que competir contra ellos, me inspiran a seguir corriendo.

Por un lado, mi compañero de equipo Albert Giné, qué me pregunta qué me ha pasado nada más alcanzar al grupo. Él acabaría décimo después de liderar algunos kilómetros la ultra y por problemas de estómago, acabar andando los últimos 20 totalmente vacío. Sobre-esfuerzo. Super-clase. Juanjo Oliva, que acabaría ganando la Ultra Trail de Tarragona y además, con tiempazo. Increíble. Fue espectacular verlo correr con tanta fuerza hasta el mismísimo final. Y por último y para nada menos importante, Miguel Ángel González, que acaba cuarto pese a las rampas de los últimos kilómetros. Enorme.

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Recuerdo pasar a su lado, escuchar su respiración y sin pensarlo demasiado, tomar la decisión de dejarme llevar, superarlos y correr a mi ritmo. Con tan poco desnivel me siento muy cómodo y me encanta la sensación que proporciona correr sólo, a mi aire. Libertad total.

Es imposible no recordar también los diversos apretones de estómago que tuve durante «toda» la carrera. Creo que fueron culpa de probar lo que no debía durante el desayuno. En realidad, este iba a ser el menor de los problemas.

Recuerdo liderar algunos kilómetros la carrera, los avituallamientos rápidos dignos de formulas 1 y el preciso instante en el que todo empezó a ir cuesta abajo, cuando el primer pinchazo apareció a escena.

Recuerdo la subida con la que alcanzábamos el techo de carrera, en la que uno a uno me de caza Juanjo, Albert y Miguel Ángel. Sin problema alguno. Cabeza baja y desanimado, hice como pude lo que a priori era la parte más complicada del recorrido.

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Recuerdo llevar el dolor al límite al bajar de ahí los escasos metros de desnivel que teníamos por delante y los últimos kilómetros de pista antes de llegar a Brafim, kilómetro 43.

Recuerdo correr con la cabeza, no con las piernas, y finalmente tomar la decisión de renunciar al sueño de acabar.

Recuerdo llegar al avituallamiento roto, hacerme a un lado y tras un par de minutos, escribir a un par de amigos para contarles que acababa ahí. Y poco después, la llamada de Ángel preguntándome cómo estaba e intentar animarme a continuar. Me ha visto jodido en más de una ocasión y aún así tirar adelante, pero hoy no era uno de esos días. Había alcanzado mi límite.

Recuerdo ver los corredores llegar al avituallamiento y pensar una y otra vez en arrancar de nuevo. «Sólo 40 kilómetros y la mayoría del desnivel ya está hecho» me decía. Estar allí parado me ardía por dentro.

Y recuerdo ponerme en pie para volver ponerme a correr, o andar, ¡qué más da! y cambiar de idea sólo tres pasos después.

Game over.

Por suerte, poco después vino a buscarme Dani Buyo (team manager del equipo) y pudimos hacer el seguimiento del top de carrera durante los siguientes avituallamientos, y aunque verlos «sufrir» me diera una envidia enorme (¡quería estar ahí!), aquello ayudó a apaciguar mis ánimos.

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Hay carreras buenas, carreras no tan buenas y carreras malas… y necesariamente tiene que haber de las últimas para tener grandes días.

Después de una mala carrera, al levantarnos a la mañana siguiente, todo no se ve tan negro como cuando acabó. Y al contrario de lo que uno pueda pensar, aquella experiencia no hace más que curtirnos y darnos fuerza para intentarlo aún más fuerte.

Ahí radica la belleza de la superación y el esfuerzo, y por suerte, corriendo tenemos mucho de esto.

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