Una maratón inesperada (Parte II)

resumentemporada2Esta es la segunda parte de la crónica de la Vodafone Malta Marathon. Todo empieza aquí, así que si no has leído la primera parte, te invito a que lo hagas. Y si lo has hecho hace días, refresca tu memoria. La historia tiene mucha más gracia si la lees del tirón.


Cuando el sábado miraba el parte meteorológico, lo único que pedía era que no hiciera viento, porque si por algo se caracteriza esta época del año en Malta es por los fuertes vientos. La lluvia me daba igual, incluso depende del día es un regalo, y el frío, bueno, tampoco vamos a quejarnos más ¿verdad?

Pues de nada sirve rezar al santo, porque cuando empezamos, el viento alcanza los 40km/h y es constante. Desde el inicio se deja ver y nos dice disimuladamente que hoy no va a ser un día fácil, que quién quiera llegar a meta va a tener que apretar los dientes. Y yo los apreto, vaya si los apreto.

Poco antes de empezar me encuentro con Antoine, uno de los trotamontes que forma parte del grupo de trail running que me acogió nada más llegar a la isla. Me pregunta qué ritmo tengo pensado llevar y le digo que los primeros kilómetros me los tomaré con calma, algunos segundos por encima de 4min/km y que según pasen los kilómetros, iré calibrando. Con un poco de suerte podré mantener el ritmo, le digo. Nada más lejos de la realidad.

Dan el pistoletazo de salida y doy el primer paso aún con los ojos cerrados. Cientos de corredores se ponen en marcha y empiezan un viaje especial, el de los 42km que definen la maratón. Para muchos será su primera vez (cómo los envidio), pero para todos será igual de exigente y de incierta. Da igual los meses que lleves entrenando o la experiencia que tengas, nunca sabes si lograrás acabarla o te sentirás lo suficientemente bien como para batir ese tiempo que llevas en mente.

Como decía, empezamos a correr y los de las primeras líneas lo hacemos rápido. Un grupo de marroquíes, entre los que probablemente se disputen la victoria, toman la iniciativa. Detrás de ellos se estira el resto de corredores hasta que se rompe la cadena y se forman los primeros grupos. Yo corro con el segundo grupo y parece que imaginariamente intentamos dar caza a la cabeza de carrera. Debemos estar rodando a 3:25 o 3:30. Unos cientos de metros más adelante decido aminorar, porque aunque emocionante, ese no es ni de lejos mi ritmo. Reduzco un par de marchas y empiezo a encontrar mi velocidad crucero. Sólo dos “peros” hasta ahora, esta brisa tan puñetera y un extraño dolor en el pecho bastante incómodo, cerca de la boca del estómago.

La carrera empieza ligeramente hacia abajo durante un par de minutos, después llanea un rato más y luego continua descendiendo otra vez. Es en esa bajada cuando decido buscar un poco de ayuda para economizar el esfuerzo. Hace demasiado viento.

Veo a un corredor de azul, con un número de dorsal bajo, así que imagino que aspira a un buen tiempo y puede servirme de respaldo durante un rato. Me pongo detrás de él, lo cual no es nada difícil porque es un armario de dos metros de altura, y efectivamente cumple con su función. El viento para de golpe en cuanto me coloco detrás suyo y las condiciones de carrera vuelven a ser “óptimas”.

A todo esto, dejo atrás a Antoine cuando hace escasos minutos le había dicho que no pasaría de cuatro minutos el kilómetro. No debía superarlo. “Espero que esto no me pase factura”. Estamos rodando a 3:40. Pienso en que debería seguir según lo planeado y asegurar el ritmo. Con suerte, si después de hora y media consigo seguir vivo, quizás pueda apretar. Temo llegar muy tocado al kilómetro 20 corriendo a 4min/km así que no quiero ni imaginarme como llegaría corriendo al ritmo de ahora.

El viento no cesa, pero yo ya he calentado motores y no noto ni pizca de frío. Después de todo parece que tengo sangre en la venas y mis piernas parecen responder mejor de lo esperado.

Después de sólo 4 kilómetros pienso en lo que todo corredor de larga distancia debería evitar: Cuánto queda para llegar. Joder, aún quedan 38 kilómetros por delante. “¿En qué coño estás pensando?” me digo, “paciencia”. Tras unos primeros kilómetros bastante bonitos el paisaje empieza a hacerse muy monótono y busco alguna distracción para sobrellevarlo. Me imagino corriendo, en tercera persona, y cómo se tensa cada uno de los músculos que pongo en movimiento. Escucho mi respiración y presto atención al mínimo indicio de acumulación de lactato. Parece que todo va bien.

Despierto de mi trance cuando dos corredores se pegan detrás. Yo sigo a lo mío, pero después de unos minutos veo que siguen ahí. Llevo rato marcándoles el ritmo y cortándoles el viento y como estoy frustrado por el viento que hace, rabio y decido que ya está bien de facilitarles el trabajo. Aminoro y me pongo detrás de uno de ellos, pero hay algo que no cuadra, no me siento bien siguiéndoles el ritmo y vuelvo a ponerme delante.

Sé que los primeros 25-30km serán un laberinto de giros a izquierda y derecha por el centro de la isla, para luego acabar con 10 kilómetros en sentido a Valletta y dos más bordeando el paseo marítimo hacia Sliema. Esos 12 últimos kilómetros son los que estoy esperando. Si consigo llegar al 30 vivo y con un tiempo aceptable, quizás la emoción de un paisaje más interesante, menos monótono, me ayude a mantener el ritmo.

No hay una distancia más fácil que otra, lo importante, lo que verdaderamente da dificultad al asunto, es el ritmo, y los primeros 12 kilómetros han sido a ritmos demasiado variopintos y todos por debajo de 3:50. Creo que paso los 10km a los 37:50. Es en ese momento cuando decido dejar de mirar el reloj e intentar despreocuparme del tiempo. ¿No he venido a correr? ¡Pues a correr! A partir de aquí empiezo mi maratón, a partir de aquí empiezo a disfrutar.

Me meto el primero de los tres geles Maxifuel que llevo encima. También me he tomado uno 15 minutos antes de empezar. Estos geles vienen con un packaging algo más grande de lo habitual (70g) porque vienen mucho más diluidos, lo que ayuda mucho a tomarlos sin agua. Son los de limón y el sabor es como el de un calipo de lima limón. Hace días congelé uno para ver si realmente estaban buenos y me lo comí después de cenar mientras veía una película. Así de buenos están. Aunque quizás sean un poco grandes para asfalto, pero para trail sin duda los tendría en cuenta.

En el kilómetro 18 me pregunto si llegaré al 20 tan fresco como en la última maratón, porque la verdad, no siento que vaya muy sobrado. Además, no consigo quitarme esa presión que tengo en el pecho y que lleva minándome la moral desde el principio. Pero llega el 20, y esa presión desparece. Además, veo que sigo teniendo piernas y empiezo a sentirme mejor, como si la última hora y media sólo hubiera servido para desentumecerlas. Pienso en eso y me repito algo que suelo creer ferozmente, que estoy hecho para hacer kilómetros.

¿Recuerdas los dos corredores de antes? Pues siguen por aquí, algunas veces muy pegados a mi y otras a metros de distancia, pero por aquí. Ahora vamos muy juntos y al pasar un giro, uno de ellos hace un extraño y patina, porque si no te lo he dicho antes, todos estos kilómetros están encharcadísimos por la tormenta de esta madrugada. Parece que con el resbalón ha tenido un tirón y para a estirar. Ya sólo quedamos dos. Y durante un buen rato no hay nadie más ni delante ni detrás. Estamos solos.

Llegamos a una subida de un kilómetro que se hace durísima, ya no sólo por la pendiente, también por el viento en contra que ahora se ceba con los dos únicos cuerpos que corren por allí. Levanto la prohibición de mirar mi reloj y veo que ¡estoy corriendo a 4:40! Me digo que calma, que conserve la piernas y ya recuperaré ese tiempo más adelante, además, al inicio he ganado algunos segundos con los que no contaba. Esos dos kilómetros acabo haciéndolos en 4:25 y 4:30 aproximadamente.

Finalmente pasamos toda la zona que serpentea alrededor de Ta Qali, Attard y Mosta y ponemos rumbo a Valletta y Sliema. Se acabó lo de dar vueltas, ahora sólo tengo la vista puesta en el final. Pero inesperadamente pasamos el kilómetro 30 y a mi me pilla en bragas. No esperaba estar “tan” cerca. Ahora a esperar el muro. Hago cálculos mentalmente. Si corro a 4min/km ya estaría muy por debajo de mi anterior marca de 2:50:55, pero si mantengo el ritmo de ahora, vete tú a saber.

 

Las piernas no sufren demasiado, pero hace minutos que estoy tentado a parar porque me estoy meando. Empieza a llover, primero suavemente y luego con mucha más fuerza. Eso sumado al viento hace que moleste bastante y tenga que entrecerrar los ojos. Incluso llego a cerrarlos por completo y durante unos minutos juego con las sensaciones de la lluvia pegando en mi cara, juego a cerrarlos e intentar adivinar el camino.

Y después de muchísimo tiempo, yo y el otro corredor pasamos a otros dos que parece que están en sus últimas. Les ha llegado su muro. Aquello me da fuerzas porque yo sigo muy vivo. Siento que podría correr otras dos horas más a este ritmo. Tampoco hay rastro de calambres o molestias musculares o tendinosas, lo único, la incómoda sensación de llevar aguantándome las ganas de mear un buen rato.

Debemos ir por el 37 y acabamos de subir una cuesta que a estas alturas no es demasiado agradable, pero la hago porque hace falta pasarla para llegar a dónde queremos llegar. La lluvia vuelve a apretar, pero a mi lo que me molesta es el viento que sigue sin parar. ¿Lo he repetido ya unas cuantas veces, verdad?

Pasamos cerca del parque de Floriana y por donde muchas veces entreno. Ya huelo el final y no se si quiero acabar. Los últimos 4 kilómetros los he corrido una y otra vez para llegar a ese parque, así que me los conozco perfectamente. La única diferencia es que ahora puedo correr por el centro de la calle y hay multitud de ojos curiosos observándonos.

El otro corredor, que pensaba que estaba muy justo de fuerzas, saca unas piernas nuevas de su chistera y se pone a correr a 3:40 de nuevo. Le sigo un kilómetro pero el siguiente vuelvo a los “cómodos” 3:50 y me saca distancia. Quiero creer que si nos estuvieramos jugando un podio o algo así, yo tendría más piernas y cojones que él, y no por ser mejor que él per se, sino porque realmente se convertiría en un juego y me motivaría a competir. Ahora corro por el placer de correr y contra mi anterior marca, que sé que está increíblemente superada, aunque no por cuanto porque sigo sin mirar el reloj. Tampoco tengo ni idea de nuestras posiciones.

Últimos 2 kilómetros. Hay muchísima gente animando. Pienso en que ya han pasado 40 kilómetros, ¡casi una maratón!, y que no tengo la sensación de haberla corrido. La climatología ha endurecido mucho lo que ya de por sí es una distancia brutal, pero todo ha pasado rapidísimo. Pienso en lo bien que me siento y en que después de todas mis dudas, parece que estoy en buena forma. Soy demasiado crítico conmigo mismo, debería darme un poco más de cancha, exigirme menos.

Todos tenemos días buenos y días malos, pero es en los malos cuando más me machaco. Cuando me noto flojo, no puedo evitar poner en duda mi entrenamiento y mi estado de forma. Aprieto lo inapretable y si no lo hago no me quedo contento. Al final, ese día pasa y para cuando vuelvo a ponerme las zapatillas, veo todo desde una perspectiva muy diferente.

Todos los días no pueden ser buenos y los malos días no son más que un paso necesario para crecer aún más, hablando de correr y en cualquier otro aspecto de la vida. Necesitamos de esas dificultades e incomodidades para poder mejorar.

Últimos metros. Ya veo la llegada y sigo corriendo, pero con la diferencia de que los últimos kilómetros he estado marcando tiempos similares a los del principio de carrera y que al contrario que en la última maratón, estoy acabando muy fuerte.

¡Ya veo el reloj! Y no me creo lo que marca. Aprieto aún más. Y después de un largo camino… cruzo la meta.

Paro el reloj y veo el tiempo. Aún estoy descolocado por el esfuerzo y no sé muy bien qué pensar ¿De verdad acabo de bajar 8 minutos mi anterior marca? ¿En una maratón? Cuando cruzo la meta no lo sé, pero la he acabado en 2:43:16, quedando 11º y en 2ª posición en la categoría de 23-34 años. ¿Nada mal, verdad?

Menos mal que dicen que correr por montaña nos hace lentos.

Esta historia continúa

Han pasado unos días y aún no lo tengo del todo asimilado. Todo lo que fuera bajar de 2:50 me daba vértigo. ¿Sabes lo duro que se debe entrenar para bajar de ahí? Me estoy poniendo las cosas muy difíciles. Yo sólo pedía no dejar demasiado en evidencia mi estado de forma. Iba a por unas más que aceptables 3 horas y si por casualidad conseguía acercarme a mi anterior marca, ya me parecería un éxito, pero ¿superarla tan holgadamente?

No puedo evitar preguntarme qué tal me hubiera ido si el tiempo hubiera acompañado, si las condiciones hubieran sido ideales. Tampoco puedo evitar preguntarme qué tal habría corrido entrenando realmente para la maratón, tocando más a menudo ritmos rápidos. ¿Podría haber rozados las 2 horas 40 minutos? ¿Menos? No lo sabré hasta la siguiente, quizás ya en el 2016.

Lo que sí sé es que por fin puedo dejar atrás la idea de correr una maratón de asfalto y puedo centrarme en lo que de verdad me motiva para este 2015. No te puedes hacer a la idea de lo ilusionado que me tiene. Supone hacer muchos más kilómetros y entrenar muchas más horas, pero también supone hacerlos a menor intensidad y para mi eso sinónimo de disfrute, como cuando me como un plato con mucha calma sólo para saborearlo mejor.

Los próximos dos meses van a estar centrados en hacer muchísima carga para estar preparado para las ultras que me esperan esta primavera y verano. Estos próximos dos meses servirán para redefinir mi zona de confort y el reto será ver hasta dónde soy capaz de llegar. También quiero comprobar si soy capaz de suplir la montaña por los entrenos en el gimnasio y aún así rendir a mi 100%. Si lo consigo será una verdadera sorpresa.

Muy probablemente no alcance mi pico de forma hasta muy avanzada la temporada, en agosto o septiembre, así que tendré la suerte de correr mis primeras ultras con 0 presión, algo que me permitirá disfrutar mucho más y correr como a mi me gusta.

Dentro de muy poco contaré cuál es la primera ultra, eso sí, será en casa ¡y qué ganas de volver!