Crónica: Rialp Matxicots

Podría decir que llegué a Rialp Matxicots casi de rebote, pero la verdad es que tenía muchas ganas de venir a esta carrera desde hace años. Mucha gente me la había recomendado por su organización y sobretodo porque decían que era de las duras.

Entonces ¿Por que no la había corrido hasta ahora? Muy sencillo, siempre quedaba demasiado cerca de la UltraPirineu. Pero este año no era así, no, este año había cerca de dos semanas de diferencia, y aún siendo una locura, la tentación era demasiado grande.

Hubo un par de factores más que contribuyeron a que me presentara en la línea de salida: El primero era que tenía la oportunidad de hacer de «crítico» para Kompetia, una guía y web de recomendación de carreras que se lanzará proximamente. Básicamente, tenía que tomar nota de todo lo posible y escribir una crónica lo más objetiva posible de la carrera en sí y de su organización. El segundo factor, fue que me presenté a un entrenamiento de la carrera que hacían un par de semanas antes con la presencia de un amigo, Xevi, y de Kiko, director técnico de la carrera. Aquel día, me dejó con ganas de mucho más y me hice una idea de lo que podía ser mi primera Rialp Matxicots.

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Primer día – 60km +5.000m

Llegamos el viernes por la tarde justo a tiempo para ver el inicio del briefing y recoger el dorsal. Casi tres horas de coche después que saben a gloria cuando paramos en Rialp y puedo desentumecer las patas. Veo algunos amigos y caras conocidas, pero he empezado a incubar una gripe o similar y sólo tengo ganas de irme a la cama. Es inevitable que me encuentre con muchos amigos con ganas de fiesta y charla, pero intento entretenerme lo mínimo e irme lo antes posible a la cama. A las diez de la noche ya estoy acurrucado en el edredón, con escalofríos y una sensación de flojera de aupa. Pese a todo, me mantengo positivo y en ningún momento me planteo no empezar mañana. Sin embargo, según van pasando las horas y no puedo conciliar el sueño por el malestar y los problemas de respiración, me vuelvo más blando y me digo… «Bueno, al menos empezaré y luego ya veremos».

Después de dormir un poco, me pongo en pie con bastantes ganas y mejor que cuando me metí en la cama. «Ya es algo» me digo. Además, hay en ocasiones que empezar a correr me da pereza, pero hoy no es un día de esos. Matxicots me tiene hipnotizado incluso antes de empezar.

Desayuno unas pocas galletas y algo de café. No me entra gran cosaa, mientras que otro día hubiera arrasado con todo. No me preocupa, hoy mi ritmo claramente no va a ser un espectáculo y la filosofía será la de uno de esos entrenos largos. Además, esa era mi idea inicial, que esto sirviera de última tirada larga para UltraPirineu e intentar no salir muy machacado para poder recuperar bien. Me gustaría que hoy fuera como esos días en los que simplemente dejo que pasen los kilómetros, como mucho y bien, paro en exceso, hecho fotos y desconecto de todo. «Eso, eso, parar tranquilamente en los avituallamientos». Siempre me digo que me gustaría hacer una marcha larga o carrera muy muy tranquilo y ponerme hasta arriba de todo en los avituallamientos, pero nunca consigo frenar las ganas de correr.

Preparo todo a última hora y me relajo con el café. «Va a ser un buen día, ya verás». Se me va el santo al cielo y cuando faltan menos de cuarenta minutos para la salida despierto a mi chica con prisas. Va a ser un día largo y quiero que como mínimo duerma más que yo, pero se me va la hora. Apenas le da tiempo de coger nada ni de desayunar, y nos vamos pitando para Rialp, a unos veinte minutos de donde estamos. Me dice nerviosa que no le he explicado nada, ni donde puede verme, ni que quiero tomar, ni si me tiene que preparar algo, ni nada. Hasta este año nunca había contando con nadie que me acompañara en las carreras salvo alguna excepción el año pasado con Torete, Javi y Eli. Llevar soporte puede suponer una ayuda increíble, pero si lo es, es sobretodo mental. Pero hoy, en Rialp, estoy demasiado tranquilo y no me he mirado nada. Le explico sobre la marcha y espero a que logre encontrar los tres avituallamientos a los que puede acceder hoy. No necesito gran cosa, sólo que me pase unas pocas sales y quizás el par de zapatillas que más uso porque voy a probar de correr con otro par al que no estoy tan acostumbrado.

Estoy destemplado y tengo frío. Me pongo el impermeable e incluso pienso si salir con los guantes, pero cuando llego a las calles de Rialp, allí todo el mundo anda con manga corta. Me los guardo en la mochila, pero me dejo la chaqueta. Prefiero salir con ella y quitarmela sobre la marcha. A lo lejos se escucha al speaker gritar que quedan 7 minutos para empezar.

Empiezo a trotar para la salida con prisas y llego de los últimos al control de material. Relleno los bidones en una fuente que hay cerca y entro para el corralito con el resto de corredores. Está a reventar y el ambiente es… ¡espectacular! Intento buscar en algún lateral a Henri para despedirme de ella y me zambullo entre la multitud para esperar el pistoletazo de salida.

No soy consciente de la que me espera hoy. La carrera con más desnivel acumulado por kilómetro de todo el año y me la tomo como si fuera un día más. Ni si quiera me he planteado cuanto voy a tardar en acabar. Definitivamente, cuando voy así a una carrera, cuanto menos expectativas e ideas preconcebidas, mejor. Es cuando más disfruto.

Luchando contra las sensaciones

Dan la cuenta atrás y cuando menos me lo espero, todo el mundo sale zumbando. Enciendo el reloj y mientras doy las primeras zancadas del día me empiezo a relajar. Corremos por las calles adoquinadas de Rialp y damos una primera vuelta al pueblo para estirar al grupo de corredores, y poco después enfilamos una pista ancha hacía la primera subida del día. A nuestra derecha lanzan unos fuegos artificiales que me dejan hipnotizado y con el pensamiento que aún recuerdo de «Pobres vecinos, vaya despertar de un sábado». Son las 5:30 de la mañana.

En medio de la oscuridad me empiezo a encontrar a algunos amigos que también están corriendo hoy y con la charleta con varios de ellos, los primeros kilómetros pasan bastante rápido pero con tranquilidad.

Pensaba que cuando empezara a correr, me encontraría mejor que cuando me he levantado esta mañana, pero es justo todo lo contrario. Esa sensación de debilidad, de pinchazos por todo el cuerpo, vuelve a aparecer levemente. Las fosas nasales, tapadas hasta ahora, se abren por suerte y puedo respirar algo mejor.

Poco después me encuentro con Folguera y Vilalta y les doy la chapa con algunas de mis historias, comentamos algunas carreras por etapas y algo más y en el lapso de esos minutos me olvido de esa pésima sensación. Los dos vienen de encadenar varias ultras en los fin de semanas anteriores, y llevan un buen ritmo, pero me animan a que tire. Les explico un poco como me encuentro y el planteamiento de hoy, pero cuando aparece un conocido suyo y empiezan a hablar, empiezo a tirar un poco más por mi cuenta y de nuevo se hace el silencio.

Algunos años atrás le tenía respeto a correr de  noche, pero ahora mismo, correr solo, totalmente en silencio y a oscuras, es una de las sensaciones que más me encantan. Sólo con la luz del frontal delante y con poquísimo rango de visión, todo se reduce y la verborrea mental también desaparece. Para mi correr así  es una forma de meditación en movimiento. Me encanta.

Un poco más adelante llega el primer avituallamiento y allí esta mi chica, esperándome. Cuando me ve llegar, andando y con toda la pasimonia del mundo, pone una cara de preocupación y de «No debes estar muy bien». Me pregunta que cómo estoy y le digo que bueno, que creo que me está subiendo la fiebre otra vez, pero que voy bien. Lo cierto es que antes me ha pasado por la cabeza parar aquí y ver si mañana puedo correr los 23km de la otra carrera en otras condiciones. Al menos habrá salido una semana medio-decente, pero me fastidia tanto no ver la totalidad de estas montañas que la idea de acabar aquí se desvanece y sólo pienso en una cosa: Si hoy consigo acabar con semejante gripazo, habrá sido una prueba de confianza brutal. En dos semanas estaré corriendo UltraPirineu y necesito confianza para acabar lo que empecé el año pasado. Tengo una espinita clavada desde entonces, la de retirarme aún teniendo fuerzas para hacerlo. Me convencí de que no estaba disfrutando, era la realidad, pero muy en el fondo sé que no soy esa clase de persona, me gusta luchar y darlo todo. Y ese día podría haber dado mucho más.

Salgo de allí comiendo algo y recambio los bidones que me ha preparado. Y encaro para arriba. Esta vez es por una zona mucho más expuesta y vertical con dirección al Coll de Triador (2.160m) y la antigua estación de esquí de Llessui. Es en esta subida en la que puedo compartir tertúlia con un par de corredores que aún no conocía y finalmente con Sergi Cots, que conocí este año en la Garmin Team Trail. Con él hablo un buen rato y como tío positivo que es, la tertulia con él me alegra bastante la subida. Vamos quitándonos positivo casi sin darnos cuenta y poco antes de llegar a la estación de esquí, nos despegamos y él se queda con otro compañero con el que corre por parejas.

Es en esta zona cuando por fin empieza a clarear y poco a poco la luz del frontal es menos necesaria. A la vez, el viento frío me empieza a afectar más y más, y aunque me sienta bien en general, respirarlo me está jodiendo la garganta. Es aquí cuando empiezo a encontrarme francamente mal. Tengo los oídos totalmente taponados por los mocos, las orejas congeladas y me duele mucho al tragar. Decido ponerme el buff cubriéndome toda la cara y me reconforto respirando mi propio aliento, eso sí, mucho más templado que el aire de fuera.

Ahora mismo me arrepiento de no haberme quedado en el avituallamiento de Saurí, porque desde aquí hasta que vuelva a ver a mi chica pasaran como mínimo cinco horas más. Tendría que haberlo pensado detenidamente. Si esto va a más, será una tortura. Lo único que apacigua este malestar general es el mirar atrás y ver el impresionante paisaje que poco a poco voy dejando bajo mis pies.

Una vez que llego a la primera cima, con catorce kilómetros y unos 2.000m positivos, nos espera una bajada pradosa con bastante agujero, pero que con un poco de cuidado se puede hacer bastante rápida. Aquí me pasa un corredor grandote que baja rápido con una zancada amplia y decidida. Cuando llegamos al inicio de la siguiente subida, vuelvo a conectar con él y nos reconocemos. Es Carles Bartrina, hacía mucho tiempo que no coincidiamos.

Llegamos juntos al siguiente avituallamiento y salimos de allí casi a la par, pero nos despegamos cuando empieza el repechón hasta el punto más alto de la carrera, el Montsent del Pallars (2.883m). En esta subida, de unos 2,5km y +650m positivos, es cuando conozco a otro de los corredores de hoy, Yoann. Es un francés afincado en Font Romeu, muy majete él y con el que hago gran parte de la subida. Hablamos en Inglés porque no tiene ni la remota idea de Castellano y yo ni remota idea de Francés, pero nos entendemos la mar de bien. Charlmos de lo típico, las carreras que ya llevamos en las piernas en lo que va de temporada, las siguientes, y me río de él porque no lleva palos. «I don’t know how to use them and I feel more free this way» me dice. Junto a nosotros también andan dos vascos, hermanos creo, que corriendo sin dorsal hacen la heróica y corren los 60km de hoy a su aire. Los dos están muy fuertes, especialmente subiendo.

La subida final el Montsent de Pallars es un verdadero espectaculo. Sólo por esto ya vale la pena la paliza hasta aquí, pero cuando llegamos a la cima, la escena mejora muchísimo más. Subiendo hasta aquí Yoann y yo vamos bromeando con el desnivel que estamos subiendo. «Esto es mínimo un 20%, ¡qué digo! ¡un 30%!», «¡Esto debe ser un 45% o más seguro!».

Hace un día genial, pero durante gran parte de la mañana hemos estado sumido en un mar de nubes. Sin embargo, ahora que ya las hemos dejado bajo nosotros, la imagen de eser mar blanco es preciosa, esponjosa, con sólo algunas montañas por encima.

Bajando del Montsent es cuando todo empieza a encajar. Parece que poco a poco va desapareciendo esa sensación de flojera que me lleva acompañando desde la salida y empiezo a encontrarme sencillamente bien. Puede que mi cuerpo, después de no haberle dado tregua durante tres horas, haya renunciado a la idea de descansar y haya entrado en modo «O me recupero y le ayudo a acabar esto o me voy a tirar aquí todo el santo día».  O también puede que la altura me haya afectado. Sea como sea, empiezo a sentirme despejado y puedo correr nuevamente con fuerzas.

Los siguientes subes y bajas al Montorroio (2.862m), Les Picardes (2.803m) y la Pala d’Eixe (2.686) pasan extremadamente rápido y coincide con la parte más salvaje de la carrera. También hay un par de bajadas por tarteras que serían la delicia de más de uno. La primera es una muy divertida que me recuerda a la del Pedraforca y en la que simplemente hay que dejarse llevar y esquiar sobre el terreno. La otra, es algo más peliaguda y en la parte más alta, cuando empezamos a bajar, está más pelada y resbalo continuamente. Me sollo la mano intentando bajar por aquí. En ambas tarteras, al llegar abajo tengo que buscar una piedra en la que sentarme y quitarme el medio kilo de piedras y arena que tengo en las zapatillas.

Creo que es en Les Picardes, en el punto de control que hay arriba, cuando pienso por primera vez en la carrera en sí. Al pasar por allí me animan unos voluntarios y me dicen que voy cuarto de la Trail, es decir, de los que sólo corren hoy. «¿Cómo? Yo soy de la Combinada» les digo sorprendido. «Pues entonces vas segundo» me contestan. No he sido consciente de que estaba en una carrera como tal hasta este preciso momento.

¿Cómo puede ser? ¿De verdad voy tan adelante? En ese momento cualquier otro día hubiera cambiado el chip y me hubiera puesto a apretar como si no hubiera mañana, pero después de cómo he empezado el día… de verdad, tengo suficiente con reservarme y llegar lo más entero que pueda a meta. Además, ahora mismo estoy disfrutando de lo lindo.

A esta altura de la carrera ya llevamos 30 kilómetros y +4.000m positivos, por lo que estamos en el ecuador de carrera y ahora «casi» todo es para abajo. Una auténtica salvajada.

Desde la Pala d’Eixe, que tiene una subida espectacular, bajamos en picado hacia la estación de esquí de Espot. Pasamos después de kilómetros de un terreno aspero, duro y pedregoso a pisar hierba y tierra blanda. Para mis pies, muy delicados desde que corrí en Penyagolosa en mayo, les parece como si los sumergiera en una esponjosa superficie, suave y amable.

En la bajada vuelvo a conectar con el francés que se me ha escapado cuando paro a quitarme los chinotes de los zapatos y en esta zona tan corrible, poco a poco me voy alejando de él hasta que llego al siguiente avituallamiento y veo a Henri casi cinco horas después.

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No pierdo mucho tiempo allí, cojo algo de comer, bidones llenos y salgo de allí pitando después de darle un beso. Para mi, la sensación que llevo encima ahora es como si todo acabara de empezar. Me siento animado y con mucha energía.

Mientras hago la siguiente subida del día, de apenas kilómetro y medio y 270m positivos, me como lo que he cogido del avituallamiento. Me pongo la música y doy rienda suelta a mi mente para que tararé algunas de las canciones que llevo en el mp3. Después de más de seis horas a solas con el silencio de aquellas montañas, necesito algo de ritmo para acabar con aquello.

La bajada hasta el siguiente avituallamiento, en Caregue, es bastante rápida y entretenida. Aborrezco el isotónico que llevo hoy y paro varias veces en riachuelos para coger agua fresca sin sabor alguno. Mientras bajo, pierdo un par de minutos espantando a un grupo entero de vacas. El sendero es muy estrecho y no hay más sitio por el que pasar. Empiezo a dar palmadas y a correr suavemente hacia ellas y finalmente consigo que se aparten y empiezo a reirme a solas y con una anécdota más que contar.

Cuando llego a Caregué lo hago igual de animado que en Espot. Miro a mi alrededor pero no veo a Henri por ninguna parte. Si no está allí quizás me la encuentre en otro avituallamiento, si es que lo hay. Me hubiera gustado verla pero para mi aquello ya está apunto de acabar. Como algo de sandia y salgo de allí con el agua que me quedaba del último riachuelo en el que he parado.

Al salir del pueblo me la encuentro con cara de sorpresa y sin parar de correr le suelto un «¡Tranquila, nos vemos en meta!» No puedo evitar reírme para mis adentros al verle la cara. Para mi, todo aquello es un juego y apenas faltan diez kilómetros y +600m de desnivel para acabar el día. No soy consciente de las horas que llevo, pero el día ha pasado extremadamente rápido.

La siguiente subida me la tomo con filosofia y a mitad de ésta, me pasan los dos vascos que iban por libre. Menudas bestias. Poco a poco hago el camino hasta la última cima del día y cuando menos me lo espero, ya estoy bajando los últimos kilómetros y voy adelantando a algunos corredores de la maratón que tienen el mismo final que nosotros.

Tras 8 horas y 54 minutos vuelvo a donde empecé y entro por la meta de mi primera Rialp Matxicots. Mañana toca más.

Segundo día, la machacada final – 23km +1500m

Ayer comí y cené estupendamente. El desayuno de hoy, muy ligero, como el de ayer. El café ayuda a darme algo de vida. Cuando me levanto de la cama lo hago con precaución y las primeras sensaciones sirven para evaluar como tengo las piernas y el resto de mi cuerpo. Me encuentro genial. Esta noche he dormido infinitamente mejor que ayer y eso se nota.

También me presento con más tiempo en la salida y puedo aprovechar para calentar decentemente acompañado de Jon, un amigo que también está corriendo la combinada.

Hoy el plan, en teoría, es salir con calma y apretar a partir del kilómetro once, que viene una parte muy corredora. Y la última subida y bajada… hacerlo con lo que quede. Pero bueno, al final lo hago todo al revés.

Me noto las piernas muy bien y como vengo a jugar, decido destruirme desde el principio cambiando totalmente lo que tenía en mente. El primer kilómetro, en asfalto, salgo tirando yo de la carrera, pero en la primera subida los isquios me devuelven a la realidad. Dejo pasar a unos cuantos corredores y a lo largo de los siguientes kilómetros me las apaño para sin descansar demasiado, ir recuperando terreno y volver a pasar a muchos de ellos.

Me conozco el recorrido del entrenamiento de hace dos semanas y sé lo que me queda por delante. La carrera se me hace muy rápida pese al palizón de ayer. Sin embargo, cuando intento apretar y subir pulsaciones, no lo consigo. A partir del kilómetro 16 o así, pasando por Altron, las piernas me abandonan por la mala gestión y sin llegar a enramparme, me veo en el límite de hacerlo. Intento no apretar demasiado y simplemente pasar el resto de kilómetros como puedo. Supongo, que con lo que he corrido en la primera parte de la carrera, no perderé ninguna posición, sin embargo, tenía ganas de como mínimo entrar con el primer clasificado o probar a hacer mejor tiempo.

Cuando llego al fin de la última subida, me parece que pese a ir tocado, todo esto ha sido un juego de niños. La carrera de hoy es divertida, corredora pero muy diferente a lo de ayer. Un terreno totalmente diferente y obviamente mucho menos alpina. La última bajada la hago a un ritmo ridículo y me pasa todo cristo, pero ahora mismo no tengo ninguna prisa y la hago sin presión alguna, probablemente quizás incluso más lenta que un día de entrenamiento cualquiera. Sea como sea, hoy me las apaño para entrar en una décimo tercera posición de la general, aunque la impresión es de muchísimo más.

Cuando cruzo la meta lo hago con una mezcla mayúscula de sensaciones y con la satisfacción de haber cerrado un fin de semana estupendo, en una carrera estupenda y subiendo al cajón en segunda posición con un total de 11 horas 43 minutos para los 83km +6.500m positivos.

Como decía, tengo una mezcla de sensaciones ¿Pero qué siento exactamente? Incredulidad. Felicidad. Alivio. Satisfacción. Inspiración.

Incredulidad porque Matxicots es para mi una de las ultras míticas del calendario catalán. Ni en broma hubiera imaginado una segunda posición aquí y menos después de las condiciones con las que empezaba el fin de semana.

Felicidad por poder disfrutar una vez más de lo que más me gusta. Tener la salud y la fuerza para recorrer kilómetros con una libertad absoluta en medio de la montaña es increíble. Y hacerlo acompañado de gente que me importa, muchísimo más.

Alivio. Por que la rodilla que me fastidié hace un par de semanas entrenando por Cavalls del Vent, aunque duele, parece aguanta bastantes horas corriendo y no es nada grave.

Satisfacción, por que pese a haber empezado el fin de semana con mucha tranquilidad y sin mentalidad competitiva (que es una gozada máxima), el domingo pude reventarme sin ton ni son y sentir como las piernas me pedían llegar a meta. Me encanta esa sensación, lo siento.

Inspiración porque parece que vuelven las buenas sensaciones después de un Agosto bastante delicado. Porque parece que los entrenos me están volviendo a poner en forma y porque por primera vez en muchas temporadas, llego a Septiembre en buen estado de forma. Normalmente estoy demasiado trinchado para correr nada en condiciones a partir de Agosto.

Sobre Matxicots, sólo puedo decir una cosa: Es una carrera increíble. Su recorrido y paisajes, los avituallamientos, el marcaje, el ambiente de carrera y la cercania de sus voluntarios. Después de esta experiencia, me resulta casi imposible no querer repetir en el 2019.

4 comentarios en “Crónica: Rialp Matxicots”

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