UltraPirineu 2018: Cómo no acabar una ultra y aún así acabar contento

Casi sin darme cuenta, estaba en la línea de salida de una de las carreras que más me apetecía correr este año. Casi sin darme cuenta, había llegado el día y estaba allí, de pie, entre centenares de corredores escuchando la canción de El último Mohicano y a ‘Depa’, el speaker, dar la cuenta atrás con toda su voz.

Se hizo la oscuridad. Cientos de frontales se encendieron. El frío desapareció y todo empezó…

A diferencia de tantas otras carreras, a esta venía sin ningún tiempo o referencia en mente. No había mirado ni comparado tiempos de paso ni nada de nada. Iba con lo que recordaba de cuando la corrí el año pasado, pero poco más. Y así quería que fuera. No quería estar condicionado.

Mi objetivo para hoy era disfrutar al máximo de una gran carrera y cruzar la línea de meta. Era una revancha psicológica para lo que fue mi abandono el año pasado.

En una carrera tan larga, los kilómetros ponen a todo el mundo en su sitio y vayas al ritmo que vayas, acabas exigiéndote más de lo que esperabas. Y precisamente por eso, decidí salir a medio-gas y esperaba que eso me permitiera llegar más fresco a la última parte y poder gozarla de verdad.

Cuando después de más de 12 horas aún te sientes con fuerzas para correr… Joder, esa sensación es indescriptible. Todo te pesa y duele, pero hay algo dentro de tí que aporta tanta paz, que las piernas se mueven solas y llegas a ser uno con la naturaleza que te rodea.

Ese silencio en medio de la nada, tus pasos sobre la tierra y la hierba, el crujir de las piedras contra tu suela… Respirar hondo y sentirse vivo pese a estar físicamente bajo mínimos…

Pues allí estaba, en esa línea de salida por segundo año consecutivo, esta vez rodeado de amigos como Jose Torrico, Alex Urbina y Adría Matas, todos pegados entre otros cientos de corredores.

Y luego, al arrancar a correr, me iría encontrando con muchos más colegas: mi compañero de equipo Sergi Masip, a Joan Morera, a Gonzalo Pedroche, a Paulo Batista (el colega con el que corrí casi media Lavaredo) y así un infinito número de amigos y conocidos. Entre esa multitud también estaban Ángel y Neus, otros dos amigos con los que repetía experiencia.

El inicio de un gran día

Se hace la oscuridad y todo el mundo enciende los frontales. De repente, tras la música y la cuenta atrás, todo el mundo sale a toda castaña y yo entre ellos.

Mañana será mi cumpleaños y he recibido un regalo por adelantado de mi chica, una nueva mochila Salomnn. Siempre he sido un poco reacio al material de la marca de Annecy, pero tengo que reconocer que parece un guante cuando me la pongo, pero al empezar a correr las botellas empiezan a botar y se salen por todos sitios.

Los primeros tres o cuatro kilómetros me quedo bastante atrás porque ando luchando con las botellas y el sistema de ajuste, que aún no lo domino. Pero no me preocupa y me lo tomo con filosofía. Estos primeros instantes sirven para acomodarme y entrar en calor.

Llego al Rebost, el primer avituallamiento, más o menos con unos cien corredores por delante, lo que pese al nivel de corredores de hoy, dice mucho del pasotismo que llevo hoy.

Relleno bidones, como unos dátiles y recibo la primera oferta tentadora del día. «¿Una cerveza?» me dicen bromeando dos chicas del avituallamiento.

Suelto una carcajada y un «Quizás más adelante» y me pongo en marcha, aún bajo la oscuridad. Hasta el siguiente tramo tardaré otra hora aproximadamente, y con ello completaré la primera gran subida del día con unos 14 kilómetros y +2.000m positivos hasta el Niu de l’Aguila.

Se dice que una ultra no deberías enfocarla como si fuera una carrera desde el inicio ni pensar en todos los kilómetros por delante, sino dividirla tanto como te apetezca e ir superando tramos pensando sólo en lo que sucede ahora y en tu estado actual. Es decir, si desde el inicio vas pensando que aún te quedan 110 kilómetros… se te puede hacer eterno.

Pues bien, hoy estaba haciendo justo lo contrario. Desde que salí a las seis de la mañana, sólo pensaba en el final y en llegar a esa meta. Pero con la diferencia de que, en lugar de parecerme una burrada, esos ciento diez kilómetros que tenía por delante me parecían un regalo. Era lo que más deseaba hacer, aún con todo el agotamiento físico del mundo. No quería que los kilómetros pasaran.

Llegué a Niu de l’Àliga tras un par de horas y con la misma tranquilidad que al anterior avituallamiento. Repongo sales y agua y me lanzo para abajo sin entretenerme mucho y a continuar haciendo kilómetros.

Mientras bajo por aquí me vienen recuerdos del año pasado, en el que hice toda la bajada con Núria Picas y Toti Bes, dos fueras de serie. También recuerdo el ritmo que llevábamos y comparo con el ritmo de hoy.

Este año las sensaciones son infinitamente mejores, voy mucho más relajado y sobretodo, intento no arañar minutos al crono. Quiero que todo fluya durante toda la carrera y que mi ritmo me permitia sentirme cómodo durante gran parte del recorrido.

La temperatura es espactacular, y eso ayuda una barbaridad. Un poco de frío en la parte más alta, pero el cielo totalmente despejado, y eso hace que sienta que hoy tenemos las condiciones perfectas.

Después de unos minutos bajando me encuentro a Torrico y cuando lo veo, me alegro por tener finalmente un compañero. Empezamos a charlar y caen algunos minutos juntos casi sin darme cuenta. Pero poco antes de llegar al siguiente avituallamiento, en un tramo muy corredor en el que me suelto un poco, nos despegamos y acabo llegando un poco antes al Serrat de les Esposes.

Allí me encuentro entre el público con Edu Villalba. «¡Eduuuu, com ho portes crack?!» Me pregunta lo mismo, salvo con la diferencia que el que corre hoy soy yo. Me alegra un montón ver una cara conocida allí. No esperaba a nadie.

Salgo de allí tranquilo y con ganas de correr los kilómetros de bajada hasta Bellver, para mi y para cientos de corredores, una de las partes más feas de hoy.

No voy haciendo referencias a dolores o cansancio, porque sinceramente, me encuentro como nunca. Sin fatiga, sin dolores de ningún tipo, con fuerza, sin hambre y con un ánimo increíble. Me siento como un crío en un parque de atracciones que cerrará muy muy tarde.

Sin embargo, antes de llegar a Bellever empiezo a notar una pinchazo constante en la parte exterior de la rodilla derecha o gemelo. No lo identifico bien. No es muy agudo, sólo una pequeña sensación y no le doy más importancia. Obviamente cuando lleve el doble de kilómetros puede ser algo que tenga que solucionar.

Me lo apunto en la lista de tareas.

Llego a Bellver y mientras corro me voy encontrado con amigos que han venido a ver la carrera o a hacer de soporte a otros. Paso por las vallas me meten dentro del pavellón, y antes de entrar, me marcan dorsal y me revisan el material obligatorio. Todo correcto.

Entro al mismo pavellón en el que el año pasado me hacían soporte Diego y Eli. Recuerdo que aquel día iba como un cohete, pero hoy lo he planteado de otra manera.

Levanto la cabeza buscando a mi chica y cuando la encuentro corro hacia ella. Me tiene la comida preparada y empiezo a engullirla después de darle un beso. Me he traído sólo cosas que me gustan, para hacerme la carrera más feliz, en lugar de cosas que me irían mejor, pero he intentando buscar un equilibrio. También me tomo un bidón de avena de Bertrand, algo de ensaladilla rusa y taboulé. Me lo como todo sin mucha pausa, pero tomándome más tiempo del que me tomaría otro día (al menos respiro entre bocado y bocado) y salgo de allí con el estómago totalmente lleno.

No es lo mejor para dar el máximo, pero la subida que viene ahora es larga y tendré tiempo de bajar la comida.

La salida de Bellver es basante fea, al igual que su llegada, pero una vez que nos metemos de lleno en el Cadí, el paisaje vuelve a hacerse más ameno.

Aún con el estómago lleno, pesado, voy cómodo y con fuerzas cuesta arriba y continuo pasando corredores casi sin pretenderlo. Y digo sin pretenderlo, porque me había propuesto que entre Bellver, km40, y Gósol, km70, no pasar a nadie y simplemente mantener el tipo para poder darlo todo en el último tramo.

En el tramo hasta el avituallamiento de Cortals, paso a la segunda clasificada, Magdalena Laczak, ganadora de Transgrancanaria o Ultra Sierra Nevada. La verdad… en ese momento no tengo ni idea de quién es ni en qué posición va.

Al llegar al refugio de Cortals me vienen recuerdos de hace un par de meses, cuando vinimos aquí a dormir durante Cavalls de Vent.

En el avituallamiento vuelvo a encontrarme con Edu, que está allí animando. Me pregunta qué tal y le digo que genial. Joder, en realidad no me siento genial, me siento de puta madre. Pero no quiero ser tan positivo porque llegará un momento en el que sí o sí esté en la más profunda miseria. De eso van estas carreras.

Así que cojo algo de comida, relleno bidones y a por el siguiente tramo hasta Prat d’Aguiló.

En este tramo, empieza a torcerse todo.

Salgo del avituallamiento y un par de minutos después me encuentro a lo lejos con dos corredores que van codo con codo. Al principio no los identifico.

Primero me topo con Rafa, que conocí en Ultra Montseny este año y que para brevemente a mear.

Y unos segundos después reconozco a Gil, un colega de donde vivo y grandísimo corredor con el que he compartido más de una aventura juntos. Me alegro de volver a correr con amigos y de encontrarme con gente tan fuerte a esta altura de carrera, eso certifica que pese a ir relajado, llevo un buen ritmo competitivo.

Nos juntamos un rato y vamos charlando animádamente, aunque Rafa va algo tocado del estómago. Después de unos minutos corriendo… ¡Bammm! Llegamos al final de un camino sin salida. ¡¿Cómo?!

Nos habíamos metido tanto en la conversación que nos habíamos olvidado de la carrera, el marcaje y de todo. Hemos continuado por el camino por el que ibamos sin fijarnos si había algún quiebro.

¡Ostia, no puede ser! Damos la vuelta y echo a correr para rehacer el camino y encontrar dónde nos hemos perdido. Después de perder unos minutos volvemos a encontrar el camino, un pequeño sendero cuesta arriba que quedaba a mano derecha.

Al final la charla duró unos pocos minutos y en la subida, que es donde más cómodo me siento, pongo mi ritmo de crucero y me despego de ellos poco a poco.

Vuelvo a sumergirme en mi propio silencio y mis propios pasos.

Al final de la subida, ya en las lomas del Cadí y con unas vistas alucinantes tanto del Pirineo por un lado de la ladera, como del Prepirineo por la otra, me encuentro con un corredor que me reconoce de cuando corrieron la Garmin Team Trail. Hablamos un rato y me dice que va bastante mareado. Está en uno de esos bajones que sí o sí toca pasar. Aún sigo esperando el mío.

Pese a sus mareos no lleva mal ritmo y vamos haciendo poco a poco el camino, pero cuando toca correr en llano, veo que algo no va bien.

Los pinchacitos que llevo sintiendo desde antes de Bellever hacen que ahora, en depende que posiciones, la rodilla me falle y pierda el equilibrio. Cuando eso pasa, en los siguientes paso, siento un pinchazo agudo y hace que no pueda apoyar el pie.

Mierda. ¿De verdad me tiene que pasar esto?

Nada, nada, siempre positivo. A solucionar el problema, que aún te llegarán un montón más.

Lo primero que pienso es en el Enantyum que le he pedido a mi chica que compre y poder tomármelo en Gósol, pero temo de que cuando llegue allí ya sea demasiado tarde.

Llevo un ibuprofeno encima pero las útlimas veces que me tomé uno en carrera me sentaron fatal y acabé o por los suelos o deshidratado. Decido no tomarlo e ir haciendo poco a poco.

En el siguiente tramo de bajada, me intento aislar del dolor y correrla a un ritmo normal. Gil me da alcance y me toca por detrás mientras me pasa por la derecha.

Intento cogerme a él para llevar una referencia de ritmo y que todo se haga más ameno en este momento de incertidumbre. Corremos un par de minutos juntos y ¡bam! Otro fallo de la rodilla.

Decido parar un instante e intentar desbloquearme la rodilla. Me pongo de rodillas y me fuerzo un poco. Doy unos pasos y parece que ayuda. Dos pasos más y el mismo dolor.

Me siento totalmente neutralizado.

Continuo bajando a lo que me deja la pierna y me empieza a pasar varios de los corredores que había pasado en este tramo desde Bellver y hago el tramo hasta Prat d’Aguiló como puedo.

En este momento me acuerdo de mi primera participación en Bastions. Me pasó algo parecido. Aquel día acabé haciendo los últimos treinte y pico kilómetros andando y me tiré hasta la primavera siguiente sin poder correr en condiciones. Antes de llegar a Prat d’Aguiló tengo clarísimo que no voy a acabar la carrera. Decisión 100% fría y sin demasiado remordimiento.

Aún así me doy una ventana de márgen y me digo que quizás, si un milagro sucede, en este tramo hasta Gósol quizás algo cambie. Pero vaya, es imposible.

Llego a Prat d’Aguiló y me tienta quedarme allí y echarme una cerveza, pero tengo que llegar hasta Gósol donde me están esperando para el avituallamiento. Relleno bidones, como tranquilamente y me dispongo a hacer la subida de Pas de Gosolans como si fuera un día de ruta.

Al llegar casi arriba de Pas de Gosolans me encuentro a un hombre que siempre hace que me salte una sonrisa, el señor Lluis Boig de la Muntanya, que está allí haciendo fotos, como no en los lugares menos inesperados. Ya se me hacía raro no haberlo visto hasta ahora.

Cuando llego a él, paro y charlamos unos minutos. Le cuento que pararé en Gósol y me hace un informe de como se está desarrollando la carrera desde fuera, tal y como se ve desde las vallas. Me pongo el impermeable porque corre bastante aire y continuo para arriba lo poco que me falta.

En la parte de arriba, en una parte bastante corrible hasta la siguiente bajada, se me hace imposible correr. Intento trotar unos metros pero tengo que parar poco después. Todo esto es un dejavú del año pasado y cuando me doy cuenta, no puedo hacer otra cosa que echarme a reír.

El año pasado al llegar aquí, eché todo lo que había comido en Prat d’Aguiló y los avituallamientos anteriores. Me senté en una piedra y ande como pude los kilómetros hasta Gósol con un mareo de diez pares de narices.

Esta vez, más agridulce. Con piernas y fuerzas, pero con un tendón que me impide hacerlo. Joder, qué injusto es esto.

Totalmente resignado hago como puedo aquella parte y empiezo a bajar. Mientras lo hago, aún con unos seis o siete kilómetros por delante, descubro que si doy pasitos muy muy muy pequeños, y apoyo el bastón para liberar algo de tensión, me duele menos. La contra es que la rodilla izquierda se me va cargando más y más.

Y ojo, en este punto ya lo poco que corro no es por continuar o probar, ya lo hago concienciado de que acabaré abajo. Si corro algo es para no tirarme todo el santo día allí tirado.

En esa bajada conozco a un señor que está siguendo la carrera y que lleva todo el día arriba y abajo a sus 61 años. Mientras charlamos calculo que hoy se ha pegado casi cuarenta kilómetros siguiendo algunas partes de la carrera. Le pregunto por sus rodillas y me dice que de lujo. Enric me dice que se llama.

Me acompaña corriendo la bajada (él podría hacerla mucho más rápido) y durante unos minutos tengo a alguien que me da charla y me permite olvidarme del dolor. Al llegar a la pista que lleva al Estasen, me despido y yo sigo corriendo por el sendero en dirección Gósol, creo que en menos de una hora ya estaré allí.

En este tramo me sige pasando corredor tras corredor hasta que me encuentro con Albert, con el que también coincidí en Valls d’Àneu, de hecho, en una situación calcada a esta. Me comenta qué tal lleva su carrera, le cuento qué tal llevo la mía y me anima a continuar.

Hablar con él me levanta el ánimo y por unos instantes me da fuerzas para correr por encima de lo que creía que podía. También comentamos en qué carrera nos vamos a ver próximamente y en si deberíamos «cerrar ya la temporada».

Pienso en el asfalto y en la maratón de Valencia con el equipo y el resto de RunRockers. En ese momento no me apetece correr nada más de trail durante un par o tres de meses.

Nos despedimos y el sigue a su ritmo.

No mucho después entro en Gósol trotando como puedo, intentando entrar lo más dignamente posible. Veo a muchas caras conocidas que me ven entrar «fresco», incluida la de mi chica, aunque algo preocupada porque según el live debería haber llegado allí hacía un buen rato.

La miro fijamente y le digo: «Paro aquí».

Su cara refleja su incomprensión, pero yo me siento más que satisfecho que nunca. Después de todo ha sido un gran día.

¿Volveré por tercer año consecutivo a intentar cruzar la meta de la UltraPirineu? Quién sabe, sólo el tiempo lo dirá.

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