Crónica: Segunda posición en la III Camikursa

El día antes de la Camikursa estaba en Bellver junto a Ángel, un compañero del club, esperando a que otro compañero (Jordi) pasará por allí después de correr 37 kilómetros. En el preciso instante en el que llegara, tan «sólo» le quedarían 66 kilómetros más para completar la Ultrapirineu y sus más de seis mil metros de desnivel positivo.

Visto así asusta un poco, pero sabiendo el tiempo que Jordi llevaba detrás de esta carrera, no me extraño en absoluto que, primero, lograra completarla (21h1’45»), y segundo, que lo hiciera con una sonrisa en la boca de principio a fin de la carrera. Cuando nos lo encontramos sonreía, mientras subíamos sonreía y cuando lo dejamos en aquel avituallamiento sonreía. Todo ello aún sabiendo que le quedaban horas por delante y que cuando llegara a la meta, sería después de pasar casi un día en movimiento.

Recuerdo como en el tramo que le acompañamos, repitió más de una vez lo brutal que sería cruzar la meta en Bagá, y lo cierto es que estaba tan mentalizado que en aquel instante dudaba de que no la acabara. Y así lo hizo, creciéndose y ganando posiciones por cada kilómetro que superaba.

Al final, corrimos con él hasta el siguiente avituallamiento, y Ángel y yo nos dimos la vuelta para acabar de hacer un «entreno» de 19km y algo más de 900m positivos. La subida, que no dejaba correr demasiado hasta el tramo final, la hicimos caminando a buen ritmo, pero intentando que Jordi no se desgastara demasiado (¡aún quedaba una burrada por delante!). Y cuando tocó bajar, sí lo hicimos algo más sueltos, sabiendo que sólo nos quedaba una hora de bajada y saludando y animando a los corredores con los que nos cruzábamos.

El ambiente era brutal y participar como espectador me cargó de energía de cara a la carrera que correría sólo unas horas después. Sin embargo, lo mejor de todo fué que viendo a todos aquellos hombres y mujeres, perseverantes en su decisión de vivir y acabar aquella experiencia, a Ángel y a mí, nos abrió aún más el apetito para la siguiente ultra y que se celebraba dentro de tan sólo dos semanas. Queríamos, quiero, enfrentarme de nuevo a la idea de correr durante horas.

La experiencia fue brutal, y motivacionalmente hablando iba cargado al 100%, pero desgraciadamente las piernas no las notaba tan bien. Pesadas en las subidas, torpes en las bajadas y con molestias por la dichosa fascítis plantar, que parece que últimamente está volviendo a hacer acto de presencia.

Total, fue llegar a casa, y en este orden: pegarme una buena ducha, cenar mientras miraba el recorrido de la carrera de la mañana siguiente, poner las piernas en alto mientras leía un rato, y antes de irme a dormir, tomarme uno de los batidos que llevo probando desde hace meses, el Night Recovery Cream de 226ERS.

Camikursa: Origen

En su tercera edición, la Camikursa era para mi la segunda vez que la corría. El año pasado, cuando sólo lo hacía por asfalto, mi amigo Rafa me enredó para traerme aquí. Hacía menos de dos semanas que tenía unas zapatillas de trail, pero recordaba con cariño los 10 kilómetros que corrí por las montañas de Berga con motivo de la Xterra y supongo que pensé -¡Qué coño! ¡Tengo ganas de volver a correr por montaña!

perfil-camikursa

En su primera subida, fue donde comprendí que esto del trail era más duro de lo que pensaba, y al acabarla, confirmé que aunque competir por montaña era el doble de exigente, también era el doble de satisfactorio.

En aquella ocasión, y pese a no haber entrenado desniveles, hice un buen papel. Eso sí, llegué a meta destrozado, contento pero descompuesto, y con la sensación de que los dos últimos kilómetros, por una pista ligeramente en subida, habían sido una verdadera tortura. Por todo lo anterior, era normal que le tuviera un cariño especial a esta carrera.

Por la mañana, aunque con mucho sueño, me levanté sin molestias aparentes en las piernas ni en la fascia. El «entreno» de 19km del día anterior parecía no tener repercusión alguna y cuando me coloqué en la línea de salida con Rafa, sabía que iba a ser pura diversión.

Por cierto, al recoger el dorsal, otro corredor me reconoció y felicitó por el blog. Me pilló por sorpresa y me quedé sin saber como se llamaba. ¡Igualmente gracias! Es una chorrada, pero tiene su gracia ir conociendo y enterándome de la gente que me lee, y sobretodo, motiva a seguir escribiendo. Al igual que al correr, aunque lo hagamos por nosotros, porque nos gusta, un ¡ánimo! o un ¡vamos! alegra a cualquiera.

Hay bastante corredores detrás del arco de salida pero nadie justo debajo, como si les diera vergüenza ponerse al pie del cañón. Lo cierto es que yo tampoco me pongo hasta que anuncian que queda muy poco y Rafa y yo bromeamos un poco mientras esperamos. Encienden la mecha del cohete que dará la salida, y un par de segundos después, sale silbando hacía el cielo. Algunos corredores adelantan una pierna, dudando de si empezar a correr ya, y al final acaba explotando en las alturas y todos salimos a cuchillo los primeros metros.

Antes de salir, una vez más volví a sentir esa paz peculiar que últimamente me acompaña en la línea de salida de las carreras, pero después, al dar el primer paso, lo primero en lo que pensé fué en la cerveza y el bocadillo de butifarra que me esperaba en la llegada.

Algunas veces somos muy primarios, pero qué iba a hacerle yo, acababa de empezar y no podía evitar vislumbrar mi premio. También quería sentir la satisfacción de acabar la carrera, y por supuesto quería besar a mi novia (que también nos acompañaba). También quería la merecida ducha de después, pero por encima de todo (que me disculpe lo demás), tenía unas ganas enormes de correr cada uno de los metros del recorrido.

Nada más salir del campo de fútbol donde se daba la salida, nos esperaba cerca de un kilómetro y medio por una pista ligeramente en bajada. Salgo con el grupo de cabeza y junto a mí (o muy cerca) tengo a la que sería la ganadora femenina, Jordi, el ganador de la pasada edición, y dos corredores que identificaré como rojo y azul.

He puesto el cronómetro en la salida y para cuando pita el reloj GPS de otro corredor anunciando el primer kilómetro, mi crono marca 3’33». -¡Joder! ¡Normal que me pareciera que íbamos rápido!- pienso. Hay que bajar el ritmo, aunque quizás valga la pena apretar aquí sabiendo que bajaré mucho el ritmo en la primera subida.

La noche antes, al mirar el recorrido, más o menos me planteé como quería correr y en qué puntos iba a apretar o moderarme. Después de ese kilómetro y medio aún quedaban dos ligeramente en subida y finalmente un repecho bastante importante (dónde empecé a sufrir en la anterior edición).

El corredor de rojo se había alejado ligeramente y delante mío tenía a Jordi. Al empezar ese tramo de subida y muy consciente de que era muy pronto para forzar, dejé pasar al corredor de azul y opté por andar más que trotar (que no correr) gran parte de toda la subida, comprobando que después de todo, ellos, corriendo como estaban, tampoco me iban a sacar demasiada ventaja.

Al llegar arriba, kilómetro 5 aproximadamente, tenía las piernas geniales aunque de respiración (no se porqué) no iba tan bien. Sabía que ahora llegaban dos kilómetros de bajada y que era el primer tramo donde podía recuperar e incluso ganar algo de terreno. Y así fué. Le gané la posición a Jordi y nos mantuvimos muy juntos hasta subir la tartera (ésta en concreto).

La tartera había que hacerla zizagendo por un pequeño camino algo más estable, pero yo, con el optimismo del momento, me animé a trazar los primeros metros en línea recta. Un poco más adelante me di cuenta que subir patinando con tanta piedra no era la mejor «gestión» de energía. Llegué arriba con la sensación de haber hecho una subida pésima, muy torpe (la falta de práctica) y con las piernas algo cargadas.

Sin darles tregua, empecé a trotar nada más acabar y empecé a notar como iban descongestionándose después de unos metros. Aún tenía a Jordi muy cerca, pero poco después, descendiendo en la trialera, volvía ponerme al 100%, disfrutando en cada quiebro y salto. Al llegar abajo, aún quedaban cerca de 3 kilómetros para alcanzar el ecuador de la carrera y por suerte había podido sacar algo de ventaja en el descenso.

Ya estaba corriendo nuevamente por una pista y al mirar atrás, veía a Jordi bastante despegado de mi. Poco después empezaba otro sendero, primero con 800 metros para arriba y cerca de dos kilómetros para abajo. Todo era bajo los árboles, resguardados del poco sol que había y pisando sobre terreno cómodo, notando como la tierra y los restos de ojas secas y hierba cedían bajo mis pies.

En este punto me cruce con varios grupos de ciclistas. A los primeros, que iban en mi dirección, les pedí paso y adelanté. El que iba en cabeza me siguió muy de cerca, como si yo fuera uno más de los suyos, y al igual que él hubiera hecho en algún que otro salto con su BTT, yo aproveché para lucirme y disfrutar haciendo el cabra. Metiendo el pie aquí y allá y aprovechando el terreno para ir saltando y notando como «volaba». Dentro del frenesí de la carrera estos momentos son los que me permiten disfrutarla de verdad.

Al llegar abajo, sentí que finalmente estaba dentro de la carrera y que llevaba el ritmo cómodo pero exigente con el iba a continuar corriendo hasta el final. Esto fue en el minuto 38 (miré el reloj para recordarlo) y desde ahí en adelante realmente empecé a ser yo. Dos minutos más tarde pasé por el kilómetro 10 y otro dos más (minuto 42), se cruzó delante de mi una ardilla. No me preguntes porqué lo recuerdo y lo escribo, porque la verdad es que no lo sé.

Desde antes de empezar la carrera me inquietaban las rampas me habían obligado a abandonar la última ultra, así que decidí no pasar por alto ningún avituallamiento. La mañana había empezado fresca pero a estas alturas ya tenía una calor tremenda y aunque las nubes no dejaban ver el sol, volvía a estar empapado.

En el último avituallamiento me bebí un vaso grande de isotónica y cogí medio plátano para ir comiendo durante los metros restantes. 21km son kilómetros, pero no los suficientes como para dormirse en los laureles. Intentaba controlar la respiración, pero el trozo de plátano que tenía en la boca me lo ponía complicado. Por suerte recién empezaba a subir de nuevo, el ritmo no era tan alto y aún podía hacer malabares. Metros más adelante recupero la respiración y me limpio las manos, toda pegajosas por el plátano, en el pantalón.

Continuo imprimiendo el ritmo con el que tan cómodo me había sentido escasos minutos atrás, pero esta vez, acompañado por un flato que me acompaña durante lo que queda de carrera. Pienso en que si todos los problemas fueran piernas cansadas o flato, no hubiera abandonado la última ultra.

El siguiente tramo, de unos 5 kilómetros, consiste en una subida intermitente (con un par de pequeñas bajadas) y muy pistera. La única parte que me preocupa es la última subida y que recuerdo bastante rompepiernas. En la anterior edición llegué aquí con el corazón en la mano, así que me muero de curiosidad por ver qué tal se me da después de unos «pocos» entrenos más.

El primer tramo pasa sin mayor problema (aún con el flato bastante presente). En el siguiente avituallamiento tan sólo cojo un trozo de sandía y salgo volando. Continuo corriendo en el segundo tramo y después de un cruce en el que dudo, empiezan a aparecer viejos fantasmas. Como hace rato que no veo a nadie detrás de mi empiezo a pensar -¡¿Me he vuelto a perder?! ¡¿En serio?! No puede ser… Me lo pregunté en más de una ocasión pero poco después volvía a ver otra cinta. Iba por una pista sin pérdida alguna, pero yo qué sé, voy tan inmerso en la carrera, en las sensaciones, que a veces me olvido de que estoy corriendo siguiendo un recorrido y que debo estar atento al marcaje.

Cuando empiezo el tercer y último tramo de subida (el más exigente de los tres), tengo la sensación de que todo lo anterior me había parecido menos duro que la última vez que la corrí. Sé que ahora viene el tramo difícil, pero voy motivado y sé que tomándomelo con filosofía, puedo llegar arriba bastante entero.

En este mismo tramo es en el que experimenté por primera vez la sensación de amplitud y libertad que da observar un paisaje desde la altura. A la izquierda veo el Montmell, las montañas a las que me enfrentaré en la ultra de dentro de unos días, y justo delante tengo Montserrat. Aún viniendo de entrenar el día anterior por los espectaculares paisajes de la zona del Cadí-Moixeró, este paisaje tiene su encanto particular.

Al llegar arriba, después de correr de principio a fin estos últimos cinco kilómetros, ya notaba las piernas algo machacadas, en especial después de los últimos metros. Volví a mirar una vez más el paisaje, luego detrás (no tenía a nadie a la vista) y luego a tres o cuatro personas que tenía delante, que me animaron al pasar y me indicaron que en nada tocaba bajar. Poco después de pasar, escuché como volvían a animar efusivamente a alguien.

Por aquel entonces, y pese a lo que me habían informado en algún punto, yo seguía pensando que iba tercero, y la verdad, en ese punto de la carrera y con una bajada como la que tocaba ahora, no pensaba ceder ni un metro ni mi posición en el podio. Al final, resultó que iba segundo desde hacía kilómetros y que el podio no peligraba en absoluto.

Después de tres o cuatro cientos metros en llano, cresteando la montaña, me encuentro con tres o cuatro personas de la organización y de repente, un giro brusco a la izquierda. -¡Comencemos a bajar! me digo.

Corro todo lo que puedo y noto que cuánto más me relajo, mejor me siento. Mientras bajo voy recordando la impresión que me daba tiempo atrás bajar por sitios así y lo divertido que me parece ahora. ¡Es lo que me da la vidilla en las carreras!

Es una trialera estrecha y en más de una curva cerrada tengo que ayudarme agarrándome a las plantas para darme algo más de estabilidad. Cuando salgo de ahí y después de haber disfrutado como un enano, continúo pista abajo al ritmo máximo que daban mis piernas. No era un entreno, ni tampoco quedaban muchos kilómetros, por lo tanto, ¿por qué iba a ser conservador? En este punto empiezo a cruzarme con corredores de la carrera de 10km y tengo que gritar ¡Paso paso! para evitar llevármelos por delante.

Cuando finalmente llego a abajo del todo, tengo la sensación de haber volado pero con la respiración bastante alterada. ¡Ya no queda nada! 2,5 kilómetros más (ligeramente en subida) y llegaré a meta. Pongo una marcha alta pero que me parece sostenible (ni idea del ritmo al que iba) y empiezo a controlar la respiración tal y como lo hace Nickademus Hollon en la Tor des Geants 2014. Respiraba profundamente y contaba, y así hasta 10 y vuelta a empezar. Aquello me entretuvo durante el primer kilómetro.

Seguía pasando corredores de la carrera de 10km pero en un momento me crucé con una madre y dos niños pequeños en bici. Estaban pasando justo un badén y viendo a los pequeñajos, aproveché el desnivel para delante suyo saltar todo lo alto que pude, cruzando las piernas por detrás, para poco después escuchar un ¡Uala! de los niños. Vacilada o no, estaba contento y poder hacer aquella tontería sin que saltara ningún músculo, me daba la seguridad de que en ese kilómetro y medio que quedaba, no podía suceder nada más.

En todo este tramo no me molesté en mirar atrás. Sabía que era prácticamente imposible que si no me habían alcanzado en la subida, tampoco lo iban a hacer después, así que pasaron los metros y al final acabé vislumbrando a lo lejos el campo de fútbol. Carla estaba ahí y empezó a animarme. Empecé a pensar en lo raro que me parecía acabar en las primeras posiciones, aún sin saber muy bien porqué, y entré al campo con la sensación de haber corrido con cabeza y haberlo dado todo. Satisfacción. Y luego… luego vacío.

No vacío como algo malo. Simplemente vacío. Un estado como el que sientes cuando ya has conseguido algo, superar un nivel, acabar algo que te ha costado horas de trabajo, y miras con atención el próximo «objetivo».

Antes de abrir la primera cerveza, aún empapado en sudor, me recuerdo a mi mismo que la gracia de todo (no sólo de correr) está en el camino, en el proceso, y no en el final o objetivo. Cuando se acaba o consigues algo se acaba la gracia y tienes que volver a empezar. No es para nada un punto pesimista, simplemente me gusta recordarme que no hace falta obsesionarse con el final, que algunas veces tenemos que disfrutar con lo que estamos viviendo ahora.

Nada más acabar, me fuí en busca del masajista, pero lo cierto es que me encontraba fenómenal. No sólo acababa llevándome una segunda posición, un resultado genial, sino también me llevaba la sensación de que las piernas habían respondido como tocaba y que podría haber corrido durante horas de aquella manera.

Quedan dos semanas para los 85km de la Trenkakames, y al igual que el primer puesto en la carrera de casa (la Filirun) me dió la confianza necesaria para empezar la Comtes d’Erill tranquilo, el resultado en la Camikursa, me deja ansioso por que pasen ya estos dos fines de semana y pueda al fin,  correr y competir durante horas.

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