Crónica: Trail de Bronchales

13559097_988009197980700_7150467766417848183_oParece mentira que haya pasado un mes desde que corrí Els Bastions y me parece aún más increíble que haya sido capaz de aguantar el mono de ponerme el dorsal hasta este domingo, en el Trail de Bronchales, una carrera que si destaca es por su precioso recorrido bajo pinares por encima de los 1400 metros.

En otras ocasiones me suelo extender mucho. Escribo y edito todo lo escrito para que sea más legible, pero hoy voy a hacer la excepción de publicar la crónica tal y como la escribí al acabar la carrera, con todas sus sensaciones e impresiones iniciales. Con lo bueno y lo malo, sin idealizar nada.

Empezamos.

Bronchales está a petar. Es alucinante que un pueblo tan pequeño haya aglutinado más de 1300 corredores por sus calles. Dejo a mis padres y mi hermano cerca de meta y salgo a calentar media hora antes de la salida. Han pasado un par de años desde la última vez que les dejé venir a verme a una. Salgo trotando suavemente entre el barullo de gente con algo de música y busco algún rincón tranquilo para seguir calentando. Me noto las piernas realmente pesadas, sin energía y en general muy flojo. Qué raro. Me tomo un gel. Quizás no he desayunado suficiente. Llevo varios días con molestias de estómago y mientras troto no me noto del todo bien. Dudo si ir al WC otra vez antes de empezar. Espero que no me de la carrera. Regreso con mis padres y mi hermano y les beso y los abrazo antes de irme para línea de meta. El correr tanto me hace olvidar que hoy voy a correr una maratón de montaña, que a nivel de energía es algo increíble. Me gusta tanto que ni me paro a pensar en el esfuerzo descomunal que lleva afrontar algo así. Si tuviera que hacerlo por obligación, y no por placer, sería un infierno. Me pondría a llorar. Me inmiscuyo entre los corredores a segundos de dar la cuenta atrás. Me tiemblan las piernas. ¿Por qué estoy nervioso? «Sal a correr. Disfruta. Relájate.» Estoy en primera línea y muevo la piernas a propósito para disimular el tembleque tonto que llevo encima. Diez, ocho, siete, … dos, ¡uno! Y salimos a gas los primeros metros. Un grupo de unos cinco abrimos el circuito siguiendo al quad de delante. Aunque al principio soy yo el que empieza a tirar, al cabo de muy poco les dejo que continúen tirando ellos y después de dejar caer algunas posiciones y encontrar mi ritmo, ahore entre árboles, paso a varios corredores y para el primer avituallamiento voy yo abriendo camino en primera posición.

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En una bajada, uno de los corredores me hace un comentario acerca de que no se me da bien bajar en terreno técnico. Me toca la moral y le digo que sólo estoy calentando. Luego comparto con él un buen trozo de la carrera y parecer ser un buen tipo. Hace un calor del quince y estoy sudando la gota gorda. Suerte que mucho de estos tramos son bajo la sombra de los árboles. El paisaje es precioso, podría correr por cualquier parte y eso motiva mucho, pero es demasiado corrible. Hay pocos senderos o caminos y salvo algunos trozos de pista, gran parte del recorrido es siguiendo las cintas atadas a árboles aquí y allí. Tengo a las tres primeros corredores a la vista pero hay un tramo, antes de llegar al avituallamiento del 13, que se me hace eterno y pierdo bastante tiempo. Llegamos a una pista y voy codo con codo con Santiago, el del comentario de antes y cruzamos una carretera y metros más adelante un avituallamiento. Allí veo a mi madre, a mi padre y a mi hermano, pero no me da tiempo a decirles mucho porque sólo paro a rellenar agua rápidamente. Estoy disfrutando de lo que va de carrera pero verles levanta aún más los ánimos. Toca hacer un loop circular de unos 6 kilómetros con subida al Caimodorro (1936m) punto más alto de la carrera y la montaña más alta de los Montes Universales. De camino para arriba nos alcanza el sexto. Quiero avanzar posiciones y no al revés, así que me pongo las pilas, cojo un par de palos a modo de bastón y me pongo a escalar para arriba. La bajada, del mismo estilo, vertical, entre pino y pino y resbalando con las miles de pequeñas ramas que hay en el suelo y saltando troncos aquí y allá. Si no fuera porque es una maratón y se corre tanto… En una ultra estaría disfrutando mucho más de todo este paisaje. Vuelvo a pasar por el avituallamiento y veo de nuevo a mis padres. Les digo que los veo en la salida, como si estuviera a la vuelta de la esquina. Voy cómodo pero quizás un pelín acelerado. Aprovecho los siguientes kilómetros, llanos pero muy incómodos de correr por la hierba alta, los agujeros, riachuelos y troncos que hay que saltar, para recuperar un poco el ritmo. Paso por el punto de control del 23km volando y apenas cojo lo que llevo comiendo toda la carrera, plátano y algún trozo de sandía.

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Es llegando a este punto cuando la carrera se me hace aún más amena porque nos empezamos a encontrar corredores de la carrera de 24k. Aunque crea tapón en múltiples ocasiones, me sigue pareciendo todo un acierto hacer coincidir a corredores de un par de distancias en trozos del recorrido, especialmente para los que hacemos la larga. Bajando algún pequeño repechón, tengo algún amago de calambre. Mierda. Pienso en lo que he bebido y sí, ha sido realmente poco. Me meto un sobre de sales directamente en la boca esperando que el efecto sea más inmediato. Como llevo el móvil con Strava guardando el recorrido, no he encendido el reloj GPS que llevo, así que voy tal y como me suele gustar correr, sin prestar atención a cuántos kilómetros he hecho, cuántos tengo por delante y cuánto tiempo llevo en marcha. Paso por el avituallamiento del 27 y me dicen a broma que ahora viene lo peor, y es cierto en parte, pero les digo que con lo que llevamos hecho, ahora sólo falta rematar la faena y que esto ya está hecho. Tres kilómetros por delante de bajada rápida con fuertes dolores de estómago hasta Noguera. Me digo que si me duele el estómago, como mínimo me olvido del dolor de piernas. «No pienses Carlos, tú sólo corre» es algo que me repito mucho últimamente. Cuanto más pensamos, más sufrimos y más expuesto estás a pensamientos negativos. Me gusta bajar, pero no estoy disfrutando nada. Poco antes de llegar al punto más bajo de la carrera, sucede lo inevitable. Después de varios avisos acabo otra vez tumbado en el suelo con rampas en el aductor. Aprieto los dientes y estiro uno. Se enrampa la derecha y me veo haciendo posturas imposibles con tal de estirar y relajar ambas piernas a la vez. No pienso en nada. Sólo sudo, aprieto dientes y estiro. Estoy parado allí cinco o seis minutos, después de intentar varias veces ponerme en pie. Justo antes de bajar me dicen que tengo el tercero a un minuto y el plan era alcanzarlo antes de llegar abajo, así que cuando escucho los pasos del quinto y lo veo aparecer por arriba, me hierve la sangre. Al verme parado me pregunta si estoy bien antes de alcanzarme y para cuando lo dice vuelvo a estar en marcha, trotando patosamente los últimos metros hasta Noguera. Los últimos kilómetros han estado muy expuestos al sol y con treinta tantos grados de temperatura, han pasado factura. Eso y no beber suficiente, quizás el ritmo acelerado de los primeros kilómetros o quizás el de la última bajada. A saber… Paso por el avituallamiento cogiendo algo de fruta y después de unos metros corriendo, echo a andar en un llano. Cuando siento los pasos del quinto vuelvo a echar a correr pero un poco más adelante, en una pista hacia arriba, él empieza a tirar y cuando toca meterse entre la maleza y los árboles, lo pierdo de vista. Pronto me alcanza el sexto, dejándome a mi con su posición. Intercambiamos un par de palabras y también lo pierdo de vista. Mi mente desconecta el modo «Competición» y se pone en modo «Sólo quiero acabar», así que recurro de nuevo a lo de utilizar un par de ramas como bastones y me ayudo de ellos para evitar las rampas. Son 5km interminables de subida hasta Sierra Alta, el segundo punto más alto de la carrera y lo paso francamente mal. Me escuecen los ojos de sudor, llevo toda la carrera con la sensación de debilidad en las piernas, el estómago haciendo de las suyas y para colmo, aparecen las malditas rampas en la parte más jodida de la carrera. «No quiero correr más» me digo. No tengo ganas de competir. Subo porque tengo que subir y nadie me va a recoger ahí y después de una racha de pensamientos negativos que debe durar los primeros 2 kilómetros de subida, cojo moral de nuevo y pienso totalmente lo opuesto. No corro en absoluto pero me decido a llevar buen ritmo caminando cuesta arriba. Ni el más mínimo intento de trotar. Campo a través, llego a una pista que tenemos que seguir unos metros antes de ir otra vez hacia arriba. Allí me encuentro con un grupo de gente que tenía el coche aparcado, viendo la carrera supongo y antes de llegar allí me ofrecen agua. Voy tan fundido que no pronuncio palabra alguna y sólo asiento efusivamente. Me bebo media botella y le contesto «De Tarragona. Gracias.» cuando me preguntan de dónde soy. En el último tramo de subida, no se si alucino o de verdad veo la camiseta blanca del corredor que tengo delante. Esa alucinación me vuelve a dar vida y despierta esa chispa de competitividad que necesito para volver a la carrera. Si es de verdad el otro corredor, es que pese a todo no he perdido tanto tiempo. Cuando corono Sierra Alta  (1856m), que recuerdo de una visita con mis padres hace unos años, se que estoy cerca de «casa». Lo peor ha pasado y sólo quedan unos 6 kilómetros hasta meta. Me quito la gorra y les pido a los del avituallamiento que me echen algo de agua por encima. Intento salir corriendo de allí pero después de unos metros vuelvo a enramparme, pero esta vez estiro sólo unos segundos y con la ayuda de los palos salgo para abajo como puedo. Cuando la cosa se vuelve a poner más corrible puedo alargar zancada y a correr casi sin problemas. ¡Milagro! Me motivo aún más y me digo que tengo que aprovechar, que hay que correr si las piernas dejan. Además, fantaseo con la idea de toparme con el quinto. La cuestión es que empieza a haber mucha gente por el camino y el ambiente de carrera y de que la meta está muy cerca es evidente. Me vengo arriba moralmente y también mis piernas. Ya casi está. Nos hacen cruzar por el camping de Bronchales y a lo lejos, AHORA SÍ, veo al quinto clasificado. ¡Ahora si ardo por dentro! Voy medio ahogado y las piernas no dan para mucho, pero subo el ritmo y logro alcanzarlo y superarlo. Me vengo aún más arriba, por avanzar una posición, por recuperar las piernas, por no haber tirado a la basura la carrera y haber aguantado y por que sólo queda kilómetro y medio para meta. Al dejar el camping, unos me dicen que tengo el siguiente corredor a 150 metros… No sé si me da o no tiempo, pero decido continuar apretando. No sé si por la adrenalina o porque este deporte me tiene demasiado enamorado, pero me olvido de absolutamente todo, dejo de sentir todo y sólo doy lo que en ese momento puedo dar. En ese estado de «trance», por llamarlo de alguna manera, me siento bien, agusto. De bajada en lo que es el último sendero técnico alcanzo al cuarto y le pido paso, y sigo apretando. Cruzamos la carretera y ya es una calle cuesta abajo hasta meta. Cruzo la carretera, miro atrás, y veo de azul al corredor que acabo de pasar, apretando en lo que imagino un último intento de ganarme la posición. Dos veces esta temporada me han adelantado en los últimos metros. Me digo que esta vez no. Aprieto y aparece de nuevo la rampa en el aductor, pero no dejo de correr. Miro atrás. Sigo apretando. Rampa. Miro atrás. Sigo apretando. Aguanto el dolor de la rampa y finalmente… cruzo la meta, en la que junto con Bastions, ha sido la llegada a meta más frenética, dolorosa y a la vez gratificante del año. Llego vacio de fuerzas, pero también mentalmente. No hay nada más.

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Que se te vaya abajo la carrera y se te quiten las ganas de competir sobre el kilómetro 30, ser capaz de recuperarte y darle la vuelta a la carrera adelantado dos posiciones en el último tramo, es… no sé, indescriptible. Una carrera que no esperaba que fuera demasiado dura, ha demostrado ser todo lo contrario. Nada más acabar, después de ver a mis padres que me estaban esperando en la meta y recuperarme un poco, pienso en que hace un rato no hubiera vuelto a correr jamás, pero ahora, después de haber acabado no hay cosa que me apetezca más.

Al final, 4h42’59», 4ª posición de la general, 3er senior. Decimo cuarta carrera del año y ya con la mente puesta en el último test antes de la Ultra Val D’Aran, la maratón de la Buff Epic del próximo 23 de julio.

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2 comentarios en “Crónica: Trail de Bronchales”

    1. Muchas gracias a ti por leerme Verónica, comentarios como el tuyo son lo que hace que me siga gustando tanto contar mis experiencias por aquí 😉

      ¡Un abrazo enorme!

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