Crónica: Trail Els Bastions 2016

Mis piernas al acabar la fiesta
Mis piernas al acabar la fiesta

Me gustaría decirte que fue una carrera fácil y que todo salió como esperaba, pero no te mentiré. Ni la carrera fue fácil, ni tampoco salió como esperaba. Como he dicho más de una vez, cada carrera es una experiencia única y ésta es su crónica.

El año pasado tuve la oportunidad de descubrir esta carrera y aunque no la acabé con buen sabor de boca, su recorrido me enamoró.

Después de las últimas carreras, tenía ganas de desconectar e iba esperar a mediados de Junio para volver a competir, pero había algo que no podía negar y es que Els Bastions era una de las carreras más bonitas que corrí el 2015. Así que aún sin tenerlas todas conmigo, tenía que repetirla.

Además, quería mejorar las sensaciones de la última ocasión y cerrar etapa.

Cuando por razones desconocidas, nos liberamos de toda la presión que muchas veces nos autoimponemos al competir, es cuando mejor corremos y más nos divertimos haciéndolo.

Así empezaba la crónica de la última carrera y con esa misma filosofía, me presenté en la salida, con ganas de disfrutar y sobretodo de poder acabar corriendo, cosa que no había podido hacer la última vez.

No quiero empezar la crónica sin antes dar las gracias a: Javi, un amigo que me acompañó de forma inesperada y que me acogió durante todo el fin de semana en su furgoneta cuando mi tienda de campaña no aguantó el tormentón que cayó la noche antes de la carrera. Y también a Uri y si chica Lorena, que nos enseñaron mucho más de la Vall de Ribes e hicieron de este fin de semana, uno perfecto.

Javi, Uri y "Golfo" el día siguiente a la carrera subiendo a La Covil
Javi, Uri y «Golfo» el día siguiente a la carrera subiendo a La Covil

El asedio a los Bastiones

Son las 5 de la mañana y me levanto con las voces de Javi y otro amigo, Enrique. He dormido de lujo. Estoy en la parte de arriba de la furgo y debajo, están los dos preparándose para la aventura. Ellos dos correrán la ultra que sale a las 6 de la mañana y aunque no lo dicen, la tensión de los minutos antes es evidente.

El día antes, a raíz de los partes meteorológicos, la organización decide cambiar muy acertadamente el recorrido de la Ultra y la Trail, de unos 90km y 67km respectivamente, a unos 75km la suya y 57km la mía.

Para serte sincero, no me desagrada la idea de correr 10 kilómetros menos, y más viendo el tormentón que cayó ayer noche y sabiendo que el tiempo no acompañará lo más mínimo. Sin embargo, al bajar de la furgoneta el día está totalmente despejado y mi ánimo cambia de golpe.

Desayuno rápidamente unas tortitas de maíz con crema de cacahuete y plátano (empieza a ser un clásico de mis desayunos pre-ultra) y los acompaño a la línea de salida donde ya se agrupan un centenar de corredores.

El ambiente es una pasada y la salida desde aquí, al repetir por segundo año, me es familiar. Les hago la última foto, me despido de ellos y me coloco frente a la salida para verlos arrancar y cuando finalmente dan el pistoletazo, corro algunos metros para grabarles.

Son las 6 de la mañana y aún quedan dos horas para que empiece la mía, así que me vuelvo a la furgoneta a acabar de preparar la mochila y mentalizarme de la que se me viene encima.

Poco después, voy al Bar Catalunya donde en total silencio me meto dos americanos antes de la rigurosa visita al baño y finalmente, nervioso perdido, me vuelvo a la furgoneta a recoger el material.

Pese a estar justo al lado y tener todo el tiempo del mundo, llego justo de tiempo y probablemente soy uno de los últimos corredores que pasan el control de material.

Me zambuyo entre los corredores y logro situarme en segunda línea de salida junto a Miguel Ángel, un gran corredor y conocido de todas estas aventuras. Las últimas palabras antes de la salida son con él y aquella pequeña charla me hace quitarme parte de la tensión de encima. La verdad, no se porque estoy tan nervioso.

Me quedo en silencio mirando el arco de meta y el frente. Repaso mentalmente el primer tramo de la carrera y cuando me doy cuenta, ya hemos echado a correr.

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Aún con la única presión de acabar, me situo en las primeras posiciones para coger sitio en el sendero que hay nada más salir del pueblo. Prefiero salir arriba e ir dejando caer posiciones hasta encontrar un ritmo cómodo, que quedarme atrás y verme bloqueado por ritmos más lentos.

Los primeros compases de la carrera son de la mano de Jordi Gamito (de amarillo) liderando, luego Miguel Ángel y yo detrás. Desde el primer repecho saco los palos y no los suelto hasta acabar la carrera.

Al intentar seguirlos durante algunos kilómetros voy acelerado de pulsaciones y pronto bajo el ritmo hasta que encuentro mi ritmo de ultra. Me pregunto porqué cojones sigo ahí delante si mi idea es acabarla con piernas. Me voy fijando en los corredores que me van superando y me entretengo mirando cómo van vestidos, cómo corren, su respiración…

Los primeros kilómetros, pese a ser todos cuesta arriba, pasan casi sin darme cuenta, inmerso en mis pensamientos más que en el paisaje. Todo cambia cuando llegamos a una pradera con vista a las olla de Núria y demás cimas colindantes.

Tengo delante a un par de corredores, hace un sol radiante, la visibilidad es increíble, todo es verde intenso y no puedo evitar embobarme mirando esa estampa. Recuerdo sonreír y sentir extrema felicidad. Eso me recuerda una vez más porqué corro.

Si no estuviera compitiendo pararía a echar una foto, pero estoy seguro que no le haría justicia a lo que ven mis ojos.

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Ya he encontrado «mi ritmo» y me siento muy agusto corriendo, aún así, las piernas tienen algo de descanso cuando bajamos por un sendero hasta la Font de l’Home Mort, alrededor del kilómetro nueve.

Como todas las carreras, ésta la tengo dividida en varios tramos mentalmente y el primero acaba en Núria, después de 18 kilómetros.

Para llegar allí, primero pasamos por el segundo avituallamiento, el de Fontalba, donde paro a rellenar bidones y sales y pruebo por primera vez unas barritas Cliff. Aquí aún no lo sabía, pero estas barritas serían mi combustible durante toda la carrera.

Desde el avituallamiento de Fontalba hasta Núria, tenemos un sendero juguetón bajo los árboles, con tierra fresca y miles de raíces. Este tramo está lleno de pequeños subes y bajas muy corribles con tendencia a descender. Correr por allí, es todo lo opuesto a monótono y como decía, es un sendero juguetón que anima a divertirse.

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Simplemente voy al ritmo que me pide el cuerpo y corro relajadamente sin ninguna prisa. Es aquí cuando Miguel Angel y el que luego me enteraría que es Toti Bes (ganador de la ultra) me pasan.

Soy algo más conservador en los pequeños repechones y ellos suben con fuerza, sin embargo, cuando toca bajar vuelvo a pasarles y a corretear libremente.

La llegada a Núria se hace por el mismo sitio que al año pasado y me quedo embobado mirando ese espacio abierto, las montañas que tengo en frente, la gente que está allí, el Sol que sigue brillando. Corro por el césped en dirección a la ala derecha del edificio y entro a una sala donde está el avituallamiento.

Hay un buen cacao dentro y me ayudan a repostar los bidones rápidamente. Cojo tres o cuatro trozos de plátano y salgo de ahí lo más rápido que puedo, dejando atrás a varios corredores, y pongo rumbo al Coll del Torreneules (2.561m).

Pese a la rapidez de este avituallamiento, éste es con diferencia en el que más tiempo paso.

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Antes de empezar a subir hacia la pista que llega al refugio del Pic de l’Àliga, hago una parada para mear, y ya vacío, me pongo a andar cuesta arriba a un ritmo tranquilo pero constante mientras engullo los trozos de plátano que llevo en la boca intentando respirar mientras mastico.

Aquí me encuentro a Albert Torrent, de Ultres Catalunya y que conozco en el Bar Gusi la noche antes.

En este punto, pasado el refugio, voy mirando constantemente atrás y veo como detrás de mi hay un puñado de corredores bastante cerca. Después de todo, sólo llevamos 18 o 19 kilómetros y las diferencias entre nosotros aún no son muy grandes.

Me digo a mi mismo que pase de mirar atrás y me centre en lo que tengo por delante, que no es poco. Y sobretodo, en mantener «mi ritmo».

Lo único a tener en cuenta ahora mismo es cómo me siento, y no si tengo alguien por detrás o delante. Por un rato consigo vaciarme de todo pensamiento y disfruto de ese «paseo» cuesta arriba, sin descanso, paso tras paso.

Prácticamente llegando arriba me topo con una chica (y la que creo que son su padres) que he conocido mientras tomaba el café antes de la salida. «Ets el Carlos!» me dicen al reconocerme. Me desean suete y para mi desconcierto, me dicen que voy cuarto.

No me lo creo, porque como mínimo debo tener a 8 o 9 corredores por delante (o eso creo), pero la verdad es que he estado tan centrado en correr, en disfrutar del paisaje y en escuchar a mi cuerpo, que los corredores de delante y detrás son una mera anécdota. Me alegra verlos, que me animen y sigo tirando hacia arriba con buen ánimo.

Sin embargo, al llegar al Coll del Torreneules después de 3 horas y 10 minutos, me confirman lo de la cuarta posición. Este es el punto de inflexión. Aquí empiezo a creerme que hoy puede ser un buen día.

Desde aquí toca bajar hasta el Refugio Coma de Vaca, y con la felicidad de saber que voy tan arriba y que hasta ahora he conseguido moderarme con éxito, disfruto esta bajada como si fuera la última. El terreno es muy irregular pero disfruto corriendo rápido encima de esta espesa capa de hierba y tierno barro.

Al llegar abajo, cerca del refugio, hay dos o tres chicos con un toldo en el suelo con algo de comida y agua. La sensación al llegar aquí, en medio de la nada, es de estar en terreno inhóspito. Hago parón, relleno bidones, cojo dos barritas Cliff Bar que me guardo en el bolsillo trasero del pantalón y una más que me llevo en la mano. Saben genial.

Por un momento no estoy seguro de si estoy siguiendo el camino correcto y camino mientras recupero las piernas, me oriento y me como la barrita con calma. Finalmente veo varias de las banderillas amarillas que marcan el recorrido (verlas sin llevar las gafas es una verdadera odisea) y tiro para arriba dirección al Balandrau (2.585m).

He perdido algo de tiempo en este tramo, y el mismo corredor que tengo detrás desde antes de llegar a Núria y que pierdo de vista bajando hacia el refugio, me recorta distancia y vuelve a aparecer detrás mío.

De verde, un chico que entrenaba por ahí y justo detrás el corredor del que hablo
De verde, un chico que entrenaba por ahí y justo detrás el corredor del que hablo

Justo cuando llego al Coll dels Tres Pics, antes de coronar el Balandrau y después de 3km de subida, en el punto de control me dicen que no correremos el tramo final hasta la cima y me mandan para abajo, hacia la izquierda por una larga pista.

Viendo que voy a poder correr alegremente durante un rato, me empieza a invadir la emoción. Primero, porque sé que tengo 15km de descenso por delante y me gusta bajar. Y segundo, porque sólo hay una última subida (al Taga) antes de finiquitar la carrera.

Se podría decir, que todo lo gordo ha pasado. Ahora sólo necesito relajarme, no cagarla e intentar no perder demasiadas posiciones (imaginaba que me vendría a menos).

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Después de sólo dos kilómetros corriendo por esta pista, al intentar bajar por una trialera que nos lleva a otra pista de más abajo, me entra la primera rampa en el aductor.

Paro unos segundos a estirar e intento no darle importancia. «Venga va, Carlos. Es inevitable. Calma.» me digo.

Veo un avituallamiento a unos pocos metros y mientras me acerco voy sacando los sobres de sales que utilizo. Cojo el doble de lo que me pondría habitualmente y los cargo hasta los topes. He estado bebiendo de menos y he utilizado la mitad de las sales que tendría que haber utilizado.

Es aquí, cuando de la nada aparece el corredor que llevaba detrás hace rato y me fijo en su dorsal. ¡No es un corredor de mi carrera, si no de la ultra!

Ahora más relajado, sabiendo que él está haciendo su carrera y yo la mía, cojemos un buen ritmo y corremos codo con codo durante algunos kilómetros por una pista interminable. En este tramo se agradece la compañía.

Corremos muy concentrados y no nos decimos demasiado, pero entre otras cosas me entero de que va liderando la ultra y de que es el conocido Toti Bes. Sé que es un grandísimo corredor pero no sabía cómo era físicamente.

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Cuando llegamos al siguiente avituallamiento, que no es punto de control, voy aún con los bidones llenos. Decido no parar y dejo a Toti detrás.

Es un tramo muy rápido y es fácil dejarse llevar por el corazón y no por la cabeza. Así lo demuestra el hecho de que prácticamente sin pretenderlo consigo alcanzar al corredor que va en tercera posición, Raúl.

Ya he olvidado el pequeño susto con las rampas, pero al llegar a un sendero que rompe a mano izquierda desde la pista y que nos lleva a Pardines, vuelven a aparecer, pero esta vez muchísimo más fuertes.

Me quedo quieto para relajar la musculatura pero acabo tirándome al suelo del dolor. Se me viene el mundo encima y lo primero que pienso es que mi carrera ha acabado. Estos 8 kilómetros de pista (me salen a una media de 4:22 min/km) he corrido más de lo que debería. Ahora, con la cabeza fría, se lo achaco más al hecho de no beber y tomar suficentes sales.

El aductor derecho se me vuelve a subir y no pùedo hacer nada para remediarlo. Un paso adelante, y rabio de dolor. Estiro la pierna, y rabio de dolor.

Aprovecho para mear y justo detrás aparece Raúl, que pasa dejándome de nuevo en cuarta posición. Pongo un pie adelante y me salta una rampa en el otro aductor. «¡Joder Carlos!» pienso.

Me repito que ya está, que mi carrera acaba en Pardines. Acepto la realidad. Un minuto después también me pasa Toti.

Me relajo. Vuelvo a estirar…

Pero esta vez, pongo un pie delante de otro, con las piernas lo más juntas que puedo e intentando no forzar, empiezo a bajar, y por arte de magia pongo un pie detrás de otro y las piernas me dejan volver a correr.

Vuelvo a ganar confianza y pronto desaparecen los fantasmas. Me tranquilizo pensando que aunque se me joda la carrera y aparezcan varios corredores por detrás, seguirá siendo un grandísimo resultado.

Al llegar a Pardines, después de casi 5 kilometros de bajada corriendo alegremente, me vuelvo a sentir con fuerzas. Pasear por las calles del pueblo con la gente animando en el exterior vuelve a motivarme para afrontar los últimos kilómetros.

Casi me paso el avituallamiento, pero acabo entrando en el edificio (que recuerdo del año pasado) para reponer agua y comer algo. Cuando entro, veo que el tercero está dentro y paro lo mínimo. Cojo un par de trozos de sandía y salgo volando.

Él llega al punto de control de Pardines en 5 horas 15 minutos, y yo 40 segundos por detrás.

Con la sensación de que puedo seguir corriendo y con la idea de que lo tengo sólo a unos segundos, vuelve a despertar en mi esa chispa de competividad y me digo «Va, Carlos, acaba la carrera en condiciones. Remata la faena.»

Y justo antes de salir del pueblo, consigo volver a alcanzarle, exponiéndome claro a volver a enramparme. Pienso que aunque apriete un poco más de lo debido aquí, en la larga subida al Taga los aductores, quizás no sean un inconveniente.

Me digo que gran parte del trabajo está hecho, que sólo hay 12 kilómetros y 1000m positivos para acabar. Pienso que las rampas y esa distancia son los únicos obstáculos entre yo y la meta, pero la verdad es que no tengo ni idea de que la parte más difícil de la carrera está por llegar.

Después de dejar atrás Pardines, empiezo a subir por una serie de caminos con vegetación muy densa y árboles que tapan mi cabeza.

Por primera vez en horas me fijo en el tiempo y la temperatura. Parece como si estuviera anocheciendo. El viento también es evidente y no puedo evitar fijarme en como se mueven las hojas de los árboles que me rodean.

Me da la impresión de que todo va sobre ruedas y que podría tirarme horas a ese ritmo. Camino en las subidas más fuertes pero troto ligeramente en cuanto la cosa se allana un poco. Sigo teniendo piernas, pero estoy deseando llegar arriba y poder empezar a bajar.

Hasta la cima del Taga tenemos apróximademante unos 6 kilómetros, y unos 900 positivos.

Cuando gano algo de altura y dejo atrás los senderos de árboles, en unos caminos que suben hacia arriba haciendo zig-zag miro hacía abajo para ver si veo al cuarto, pero ni rastro de él.

Miro al horizonte y veo que no tiene buena pinta. Encima de mi el cielo esto tapadísimo y pese a ser sobre la una del mediodía, prácticamente no hay luz. Parece como si fuera última hora de la tarde.

Un poco más adelante, noto como varias gotas frías tocan mi piel y aunque al principio me resisto a la idea, paro para ponerme el impermeable, que simplemente me echo por encima sin llegar a abrocharlo.

Pocos minutos más adelante la lluvia coje consistencia y pronto está granizando delicadamente. ¡Pensaba que me iba a salvar del mal tiempo! pero veo que no he sido lo suficientemente rápido.

Total, continuo hacia arriba diciéndome que no podía ser tan fácil, que la lluvia tenía que aparecer en un momento u otro, pero por extraño que parezca, me alegro de la lluvia finalmente haga su aparición.

Estoy pasando calor y llevo un rato pensando en meter la cabeza en el primer riachuelo que encuentre, «por suerte» la tormenta llega en mi salvación.

Sin embargo, un poco más adelante, los truenos suenan más fuerte, el grosor del granizo aumenta y veo más de un rayo cerca de donde estoy. Me refresco y aún sigo disfrutando de la experiencia, pero esa situación pronto cambia, porque la subida se me está haciendo interminable.

Llego a un punto en el que a lo lejos veo una tienda de campaña y unas banderillas amarillas a la izquierda que continuan subiendo para el Taga.

Empiezo a enfilar el camino, pero después de un minuto subiendo dubitativo, decido darme la vuelta y acercarme a la tienda, de la que sale uno de los voluntarios de la carrera. ¡Era un punto de control! Menos mal que me he dado la vuelta. Le comento que esperaba un avituallamiento, no un punto de control allí.

Ya está cayendo una buena y le pregunto que si el camino es para allí arriba. Me dice que sí, pero que no pinta muy bien, que si quiero puedo quedarme con él allí resguardado.

Le digo que se esté tranquilo, que continuo sin problema, y le pregunto que si queda mucho.

A todo esto, antes de empezar la carrera, decido no poner el reloj GPS para no preocuparme de kilómetros y tiempos (llevo el móvil encendido con Strava para que registre la actividad), así que no tengo referencias de si realmente queda mucho.

Continuo para arriba y conforme voy ganando metros, empiezo a preocuparme más.

La granizada ha ganado aún más tamaño y fuerza. Estoy empapado y empiezo a coger frío. Los truenos asustan y desearía tener música para no escucharlos. Los rayos acojonan.

Mientras debato si darme o no la vuelta, llego al lateral del Taga, justo en la cresta y desde la que supuestamente sólo faltan unos metros. Decido que ya he avanzado mucho y que sería más rápido acabar.

Antes el granizo me venía por detrás, pero al empezar a crestear hacia arriba, el granizo pega de lado y con aún más fuerza. No me siento las manos desde hace rato y aunque al principio el hielo pica, pronto dejo de sentirlo. Estoy congelado.

Los rayos me preocupan y me hacen decirme: «Te imaginas que por intentar acabar la carrera no acabas».

Pienso en el tormentón que nos cayó en Val d’Aràn el verano pasado y quieras o no, me da fuerzas para seguir tirando hacia arriba.

Me soplo las manos por turnos, varios minutos una, varios minutos la otra, con tal de recuperar algo de sensibilidad. Me meto los dedos en la boca con el mismo fin.

Cuando por fin gano algo de sensibilidad en uno de los dedos, consigo presionar el botón para desmontar los palos porque los rayos que están cayando a mi alrededor me tienen bastante acojonado. Hace nada me he encontrado tirados los palos de (creo) Toti Bes.

En este tramo de carrera la verdadera motivación, más que la competición contra el crono, es la supervivencia pura y dura.

Salir de ahí y hacerlo lo más rápido posible es en lo único que pienso.

Cuando finalmente llego a la cruz que indica la cima del Taga, el humor cambia porque la bajada ya me la conozco y sé que estoy a 6 kilometros escasos de la meta. Todo es cuesta abajo y si las piernas me responden, podré bajar mucho más rápido que he subido y librarme de ese infierno.

Mojado y asustado como un perro, empiezo a bajar intentando recuperar también la sensibilidad que he perdido en los pies. Y según voy descendiendo, el tiempo se va suavizando y voy alejándome de los rayos.

Continua granizando, pero era tal el grosor de antes, que estos son hasta agradables.

Acabo de bajar por la pradera y empiezo a corretear por debajo de los árboles que me llevarán a la pista final.

Empiezo a reírme y me digo que sí, que ya está, que ya ha pasado todo.

No sé de dónde saco las fuerzas, pero corro rápido y finalmente llego a la pista final. Un kilómetro para meta.

¡Joder! ¡Qué subidón!

Sigo sin sentirme las manos, pero he cogido algo de calor y decido quitarme el impermeable mientras continuo corriendo. En realidad es más fácil decirlo que hacerlo, porque no consigo sentir los dedos y coger la cremallera.

Llego a la calle, giro a la izquierda y corro por la acera justo antes de meta y una vez más, izquierda para mirar de frente la meta.

Sólo unos metros más y ya estará. ¡Joder! ¡Ya lo tengo!

Y sí, veo la meta, piso la moqueta y cruzo el arco de llegada totalmente vacío.

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Que mezcla de sensaciones más extraña. Siento euforía por haber acabado, por haber quedado en tercera posición, pero sobretodo por ese último trozo que en comparación con lo demás, es el verdadero reto de la carrera. Que mal lo he pasado, sin embargo, que emoción haberlo superado. Soy masoca.

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Poco después llega justo detrás mío Raúl, en cuarta posición y al que no conocía hasta el final. Después de saber que lo tenía por detrás y que había pasado lo mismo que yo, no puedo hacer más que alegrarme por verlo ahí. Las hemos pasado putas ahí arriba.

Hasta ahora no tengo ni idea de que han neutralizado la carrera, de que ha habido corredores que se han quedado en Núría, el Refugio Coma de Vaca, Balandrau, Pardines…

Estoy feliz de haber acabado. Me siento afortunado. Vaya carrera…

Finalmente, 3ª posición y un tiempo oficial de 7h19′. Creo que he superado con creces lo que esperaba de esta carrera.

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