Crónica de la primera trail del año, la Half UTMC

Música de fondo y delante mío, una pantalla en blanco. En ocasiones produce la misma sensación de vértigo que cuando empiezas una carrera… Si pensaramos en todo lo que queda por delante ni empezaríamos. Hace siglos que no escribo una crónica, asústa, pero también hacía meses que no corría una carrera por montaña y aquí estoy, escribiendo como la acabé.

Todo apuntaba a que nunca iba a escribir una crónica cómo esta, porque para empezar, no iba a correrla. Nadia, una corredora a la que entreno, y yo, teníamos planeado hacer una tirada larga sábado y domingo, pero por el tiempo decidimos buscar una alternativa al recorrido que teníamos pensado. Después de mirar mucho, vi que la UTMC se celebrabra ese mismo fin de semana y que una amiga, Laia, era parte de la organización. Le escribí preguntando qué le parecía y si aún era posible inscribirse y antes de que me diera tiempo o nada, ya estaba inscrito para mi primera trail de la temporada.

Total, que ahí estaba, una semana después de correr la Maratón de Tarragona y con las piernas como flanes en la salida de la Half de la UTMC. Quizás era que hacía un frío del carajo o quizás era la mera idea de volver a correr por montaña con un dorsal puesto… la cuestión es que era un mar de dudas y nervios.

La noche antes no lo tenía nada claro. La idea era acompañar a Nadia en su carrera, hacer la «tirada larga», pero cuando me levanté por la mañana, mi cuerpo tenía ganas de fiesta y sobretodo, de meterme en la ducha lo más reventado posible.

Hay que escuchar al cuerpo.

Crónica de la Half UTMC

Aún tengo agujetas del pasado fin de semana y las piernas, no sé si por el frío o por las palizas a las que las someto, están rigídas como troncos. Nadia y yo, después de calentarnos pies y manos en el fuego de una cafetería, nos dirigimos al autobús que nos llevará a la salida de la carrera. Es un circuito en una sóla dirección. No es circular ni hay bucles que te hagan pasar por meta antes de llegar.

Me gusta.

En al autobús, sentado a mi lado tengo a otro corredor que parece dormir placidamente, pero mi cabeza ya va a mil por hora. ¿Son nervios? No lo sé. Me digo a mi mismo que no hay presión, que lo único que puedo esperar de hoy es acabar y… machacarme. Pero claro, esto último es lo que da más miedo. Si te machacas, si das lo mejor de tí, sabes que el esfuerzo es brutal, titánico. Y también sabes que va a doler.

Mientras escribo esto pienso en las carreras que me digo, «Esto va a ser un entreno» por quitarle hierro al asunto, pero en realidad estoy siendo perezoso. Me estoy diciendo que no tengo ganas de dar lo mejor de mi mismo. Son excusas…

Pues bien, con la música a toda pastilla y esa voz incesante dentro de mi cabeza, llegamos a Arenys d’Amunt minutos antes de la salida.

Salimos del autobús y hace un frío de cojones. Empezamos a calentar poco antes y nos vamos quitando las mil capas que llevamos encima según vamos entrando en calor.

Para cuando ha empezado la carrera ya no noto el frío y pocos minutos después me sobra todo.


Nos arremolinamos todos en la salida y poco después empiezan a dar la cuenta atrás…

«Cinc, quatre, tres…»

«Joder, otra vez con un dorsal, ¡parece que hayan pasado semanas desde la maratón de Tarragona!». Y con eso en mente y con la incertidumbre de cómo se comportarán mis piernas, de si lograré llegar al final…

«Dos, un… Som-hi!»

… y arrancamos a correr.

Los primeros compases de la carrera no son demasiado rápidos. Simplemente intento colocarme delante y ver cómo se desarrolla la acción. Nada más empezar ya comenzamos a subir por una pista ancha y larga y es ahí donde ajusto el ritmo e intento hacerme a la idea de que quedan unas cuantas horas por delante.

Cuando subimos, siento las piernas pesadas, sin fuerza y los gemelos, nada más empezar están cargados y poco después, a punto de explotar. No me noto suelto, justo todo lo contrario. Me tranquilzo diciéndome que no me preocupa, que no he calentado suficiente y que las piernas se relajarán conforme pase la carrera. «No apretar, no apretar, relajarse…» Me repito para mi mismo.

Por delante mío cuento 7 corredores. No me preocupa, no es mi carrera. No quiero competir, aún no, no sin saber si voy a llegar al final.

Continuamos corriendo cuesta arriba y aprovecho cualquier repechón para andar y ver si consigo relajar las piernas. Lo intento, lo intento, pero nada. No arrancan. Me tiró así hasta que llego a la cima de la primera subida, y cuando hecho la mirada atrás ya no veo a nadie detrás.

Desde ahí arriba hasta la mitad de la carrera, parece que es una zona de bajada y llano muy corrible… al menos sobre el papel.

Mi única esperanza para hoy es poder correr a un ritmo decente en las partes más rápidas, porque sé que las subidas, sin haber hecho desnivel en meses, se me van a atragantar. Pero cuando llega esta parte de la carrera, la «corrible», uno se da cuenta de que es una parte rápida pero rompepiernas. De esas de correr arriba y a bajo constantemente, girando a izquierda y derecha sin parar.

Aunque las piernas se sienten pesadas, consigo relajarme. No puedo evitar sonreír y decirme «Ya era hora tío, ¡vuelves a correr por montaña!». Estoy feliz. Este romance con el asfalto se alargó hasta la semana pasada y ya echaba de menos volver a correr en medio de la naturaleza.

El día ha empezado frío pero después de un rato me sobra todo y la temperatura ayuda a refrigerar el motor, lo cual viene de lujo. Todo está humedo y al pasar por depende que sitios aún puedes notar las hojas frescas por la helada del día anterior y el relente de la noche.

Finalmente llego a Dosrius, segundo avituallamiento de carrera en el que, cuando paro, diviso a lo lejos otro corredor. Es en ese punto, en el ecuador de la carrera, cuando cambio de chip y pienso en que ya es momento de empezar a pensar en competir y dejará atrás mis miedos por no poder acabar.

Si hoy me paso corriendo, me veo parado a un lado del camino, enrampado y llorando por llegar. Las piernas no están bien y tampoco tengo la musculatura acostumbrada a meter caña cuesta arriba (y creeme que lo noto en cada subida pese a que intento olvidarlo), pero total, ahí estoy, a mitad de carrera y creyendo que voy en 5ta posición. Con 24 kilómetros por delante y dos grandes subidas, bueno, tres, y sin la certeza de si subo el ritmo moriré en algún momento antes de llegar a meta, pero me da igual todo, decido empezar a competir.

Los primeros compases de la carrera iban de disfrutar del paisaje, del Montseny nevado en el horizonte, de disfrutar de la tierra mojada y los arboles frescos, de ir re-encontrando sensaciones… La segunda parte de carrera trata de jugar a ese juego llamado competición.

Repongo agua rápidamente del avituallamiento y cojo unas gominolas que voy masticando una a una mientras intento divisar al otro corredor. Decido guardar distancias e ir recuperándole terreno poco a poco.

Le veo corriendo cuesta arriba y no puedo evitar pensar «Está malgastando fuerza… pero si la última subida la corre así me tendré que comer mis palabras».

Seguimos subiendo y poco a poco le recorto metros hasta que finalmente lo alcanzo y durante unos minutos el juego es… Corro un trozo de la subida, relajo piernas andando, me pasa y vuelvo a echar a correr para pasarlo. Hasta que finalmente, llega una subida en la que decido cambiar el ritmo y la hago corriendo hasta llegar arriba y finalmente, cuando echo la mirada atrás, ya no lo tengo cerca.

Voy cuarto y con fuerzas renovadas.

Es aquí cuando empiezo a decirme «Haz que valga la pena, trabaja por ello. Suceda lo que suceda, acaba de darlo todo y corre». Paso por un punto en el que me encuentro con mi buen amigo Lluís Galí «Boig de la Muntanya» haciendo fotos y le pregunto referencias. «A 5 minutos» dice. Es cuando empiezo a hacer cálculos y llego a la conclusión de… Si corro 15segundos por kilometro más rápido que él hasta llegar a meta quizás pueda acabar tercero. «Sería un estrenazo para empezar la temporada, inesperado, sí, pero ESTRENO en mayúsculas».

Me motivo a mi mismo y decido seguir corriendo y con esa idea de correr 15segundos más rápido por kilómetro que el resto. En realidad no siento que suba el ritmo, los kilómetros ya pesan, pero intento no perder ritmo y tengo la esperanza que serán los de delante los que vayan cediendo terreno.

Y poco después me encuentro con otro corredor a lo lejos, que sube andando la penúltima cuesta del día. Lo veo a lo lejos y no reduzco el ritmo hasta que lo alcanzo y lo paso. Quizás ha sido un mal día, quizás no ha gestionado bien la carrera, quizás…

Tercera posición. Estamos jugando a competir de nuevo. Las piernas van bien y me relajo, no pienso que nadie más vaya a aparecer por detrás, pero en el kilómetro 40 o 41, justo cuando empieza la última subida del día, miro atrás como arte reflejo y ahí me encuentro a otro corredor, Toni, que aparece de la nada y ¡prácticamente lo tengo encima!

Subo una marcha y corro para que no me de caza. «Mierda, mierda….¿Me he relajado mucho? Pensaba que llevaba buen ritmo. Mierda, mierda» Llevo la música a tope y corremos cuesta arriba durante unos instantes y de repente. ¡Zassss! El aductor se me enrampa. Paro, estiro unos segundos. Intento correr. ¡Zasssssss! Vuelvo a estirar. «Mierda, mierda, mierda.» No quiero mirar atrás. Y sin poder hacer nada al respecto, Toni me pasa.

Estiro otro buen minuto largo para asegurarme de que pueda correr y sólo pido que aquello no me acabe de joder la carrera. Ya voy cuarto, pero quiero seguir compitiendo. El cambio de posiciones no me desmotiva, al contrario «¿Qué esperaba? Llegas pasado de peso y sin entrenamiento de montaña desde hace siglos. Hace un par de semanas a duras penas pude acabar un entreno con Jordi por Miravet. Muy bien estaba respondiendo el cuerpo.»

Todo eso es lo que tengo en mi mente en ese momento y lo que me digo para arrancar y perder el mínimo tiempo posible.

Consigo echar a correr y finalmente llego a una zona preciosa, amplia y despejada de hierba, en la parte más alta de la carrera, el Santuari del Corredor. Después de cruzar todo ese inmenso parque llego al avituallamiento y les pregunto cuanto queda. 7,5km me dicen. En mi mente, el perfil que descargué de la web tiene una bajada hasta meta con un pequeño repechón de un kilometro al final, pero en el perfil del dorsal no aparece.

Les pregunto: «¿Pero es todo bajada? ¿Hay alguna subida?» «Sí, sí, me contestan. Tot cap avall» Y rezo para que así sea, porque no me veo con fuerzas de correr otra subida.

Empiezo a bajar rápido, soltando piernas y sin el menor amago de calambres, pero cuando al final de la bajada llegamos a una zona poco corredora, no diría técnica, pero es de las que vas saltando de piedra en piedra, al menor intento de torcer la rodilla para aterrizar se me suben ambos aductores y hago lo posible para correr lo más rigido posible. Si me hubieran grabado intentando bajar así, sería un buen show, pero por suerte estaba sólo y no miraba nadie.

Aprieto los dientes y pido una y otra vez que aquello que se ve a lo lejos, sea el final de esa bajada. Y así es… después de tanto llorar llego a un camino más o menos llano y continuo corriendo sin saber exactamente cuanto queda para meta. Espero que no mucho más. Me cojo el dorsal y miro el perfil impreso en él. «Sí, parece que ahora es todo llano».

En un par de ocasiones tengo la incertidumbre de donde ir porque veo cintas a ambos lados de un camino, pero después de rectificar continuo corriendo y se empiezan a ver edificios. Veo a una chica a lo lejos y le pregunto «¡¿Es esto Vallorguina?!», «Sí sí, ja et queda poc!» Y continuo corriendo, no todo lo rápido que me gustaría pero si todo lo rápido que puedo.

Finalmente, como traca final, las cintas marcan hasta el interior de un puente, bajito, oscuro y en el que no se ve absolutamente nada, ni el final. Justo hay otra corredora de una de las otras carreras y ahí estamos, intentando adivinar si lo que tenemos delante y toda esa tierra blanda es un agujero. El techo está tan bajo que no es suficiente con agachar la cabeza y pasar por allí, en ese instante, en el que todo se encalambra al flexionarme… es un verdadero quebradero de cabeza. Al final se ve la luz, puede ser que fuera un minuto en ese túnel, pero a esta altura todos se intensifica.

Veo la luz y gente aplaudiendo y animando. Toca subir de la riera en la que estamos hacía la calle y pido una mano para ayudarme a subir sin recibir ayuda alguna. Piso la calle y veo a Laia, parte de la organización de la carrera y culpable de que Nadia y yo pudieramos correr hoy. ¡Mil gracias Lai! Ya veo el pavellón desde el que cogimos el bus esta mañana y finalmente la alfombra ¿roja? ¿azúl? que lleva a meta.

En ese momento sigo pensando que voy cuarto y que aunque haya sido una lástima rozar el podio, he hecho lo posible por llegar a meta sin ceder lo más mínimo. Después de meses sin tocar la montaña y una semana después de correr una maratón de asfalto… en fin, mucho he hecho ¿Pero es suficiente? ¿Podría haber dado algo más? Sí, creo que sí. Siempre hay más.

Cruzo la meta y me relajo finalmente después de cuatro horas y media corriendo sin parar. Hacía meses que no corría durante tanto tiempo. El speaker habla, pero no escucho mucho, tengo la mente en blanco… y muy de fondo, escucho «¡Tercer clasificado!».

Me recuerdo diciéndome en medio de la carrera «No dejes de correr, sigue empujando. Sea lo que sea te lo merecerás». Estaba satisfecho por haberme esforzado, haber redifindo un poco más mi umbral de esfuerzo, de dolor, pero darte cuenta que habías ido en segunda posición durante el día de hoy y has acabado tercero… para lo que esperaba de mi hoy, ¡menudo colofón!

Si el año empieza así, no quiero pensar cómo puede acabar.

Me encanta correr.

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