Enfrentando a los primeros demonios de la temporada

4-termes
Correr, y más concretamente, competir, nos obliga a dar la mejor versión de nosotros mismos. Quizás suene romántico o tremendamente exagerado, pero de verdad que lo creo desde lo más profundo de mi ser.

Déjame explicarte.

El domingo pasado fuimos a correr la primera carrera del Circuit Camp de Tarragona, una liga de 8 carreras por montaña con distancias ligeramente superiores a la media maratón. Ésta en concreto, la Cursa 4 Termes, era de 25km y unos 1.156m positivos y le teníamos muchas ganas. Y digo «teníamos» porque ibamos casi todo el equipo de TiulaTrail al completo.

El equipo como tal se formó en Octubre y desde entonces, con un poco de mi ayuda y mucha paciencia y ganas por su parte, estamos entrenando para ésta y otras tantas aventuras. El año pinta pero que muy bien y conforme pasan las semanas, más me alegro de haberlos conocido y de que Jorge me liara para embarcarme en esta experiencia.

Pues bien, siendo ésta la primera prueba del calendario, todos teníamos unas ganas tremendas por correr, imagino que en parte, incentivados por ver como nos iría todo después de los primeros meses del año de entrenos y kilómetros.

Esa mañana hacía un frío considerable y un viento más que moderado, y cuando dieron la salida cada uno inició su viaje particular con la única presión de probarse a uno mismo, intentar hacerlo lo mejor posible y de disfrutar de aquel espléndido día huracanado en las montañas de Mont-roig del Camp.

Cuando digo que una carrera nos obliga a sacar lo mejor de nosotros mismos, lo hago porque al colocarnos un dorsal, muchas cosas cambian. Lo primero es la aparición de esa energía contagiosa que mueve y motiva a la gente que suda y resopla a tu lado. Esa energía nos cala muy dentro nos obliga a comportarnos como verdaderos animales, a exigirnos nada menos que el máximo.

Lo segundo, es que no hay carrera en la que no tengamos que enfrentarnos a algún desafío. En todas hay resultados inesperados, sorpresas y problemas a superar, y por eso es fundamental aprender a gestionar estos baches, algunas veces físicos y otras psicológicos, y aceptar que SIEMPRE van a aparecer.

En mi caso, mi inicio de carrera se vió marcado más por lo mental que por lo físico.

En la salida, en lugar de colocarme en primera línea, decidí meterme algo más atrás, entre el barullo de corredores, para ver si así conseguía no precipitarme en los primeros kilómetros. La estrategia resultó efectiva y logré moderar mi esfuerzo y salir con la mente fría desde el inicio, pero nunca llegando a ver la cabeza de carrera.

Sin embargo, al llegar al primer sendero estrecho, me di cuenta de que quizás la había cagado al dejar a tanta gente por delante y que aquello me ralentizaría. Aquellos pensamientos fueron el inicio de una cascada de pensamientos negativos y que acabaron dejando una idea muy fuerte en mi cabeza: Que era imposible que ese día lograra una posición destacada porque «no me sentía competitivo». No era lo suficientemente rápido, no estaba lo suficientemente preparado, bla… bla… bla. Más y más excusas.

Lo peor que puedes hacer en cualquier carrera, el mayor error, es empezar a pensar en negativo mientras compites. Los pensamientos negativos son la peste, y todos tus miedos, todos tus fantasmas, se te vienen encima si lo haces. Cada uno pues, debe buscar y aprender a utilizar sus propios métodos para combatirlos.

En aquel instante (¡no había llegado al kilómetro 5! y la primera subida estaba aún por delante), me dije que quizás no valía la pena ni siquiera continuar. Qué gilipollas… Así de simple. No me notaba al 100%, entendido, pero de ahí a no acabar una carrera por no sentirme competitivo, por creer que no tengo opciones de liderarla… en fin, sin comentarios.

La cuestión es que pensar en mi equipo y en dar ejemplo a la gente que entreno, y en toda esa gente que corría detrás mío, me hizo entender en ese momento de locura, lo obvio… que todos corremos para dar lo mejor de nosotros mismos. Y fue en eso en lo que decidí centrarme lo que quedaba de carrera. Olvidar estas paranoias mentales, espantar mis miedos y en correr por el simple placer de correr y apretar los dientes cuando hiciera falta por el simple placer de dar el máximo.

Para cuando había llegado a arriba de la Muntanya Blanca, concretamente en el kilómetro 7, la carrera dío un vuelco total para mi y finalmente empecé a encontrar esas sensaciones que busco y que tanto me gustan cuando corro. Empecé a divertirme de una santa vez.

La siguiente bajada (de unos 4/5km) la hice a ritmos bastante cañeros y conseguí pasar a 4 o 5 corredores. En la siguiente subida, que volvía a trepar hasta el punto donde había recuperado mi identidad, el del kilómetro 7, no adelanté a nadie y mantuve la calma, intentando guardar piernas para apretar pasado el ecuador de la carrera.

Aquí tengo la imagen, corriendo allí arriba, con el sol de cara, medio cegándome y el viento azotándome por detrás e impulsándome hacia el vacio, hacia el barranco, el mismo tramo que técnico que antes había  subido casi llorando, pero ahora gritando de euforía (deseando que no me escuchara nadie), corriendo como un poseso cuesta abajo y resbalando en la tierra rojiza y humeda después de una noche de lluvias.

A partir del ecuador, empecé a cruzarme y a adelantar a otros corredores de las distancia más cortas y a los participantes de la caminata.

Aunque es verdad que no es lo más cómodo (el ir pidiendo paso en el camino constantemente), sí lo hacía mucho más ameno y para cuando me di cuenta ya había llegado a la última subida destacada de la carrera. Una zona preciosa en la cual se sube con unas cuerdas a lo que llaman La Roca de Montroig. La foto del post es bajándola por el lado opuesto.

Desde aquí hasta el final quedaban sólo 5 kilómetros y todos de bajada. El pastel estaba ya casi hecho y ahora sólo quedaba poner la guinda. Complicado cagarla.

Yo, que venía ganando fuerza con cada kilómetro, físicamente pero sobretodo anímicamente, continue pasando a algún que otro corredor y esperaba alcanzar a alguno más en esos 5 kilómetros de bajada. Me notaba fuerte y así fue hasta llegar casi al final, cuando al pisar el asfalto de nuevo y con sólo unos pocos metros por delante, otro corredor que venía por detrás se me avalanzó y acabó pasándome. La verdad, no tenía ni idea ni de la posición ni del tiempo y en aquel momento no me preocupó demasiado.

La carrera acababa dentro del polideportivo, lo cual se agradecía con aquel viento (aunque al final hacía bastante calor) y pasé por meta disfrutando y con una sonrisa de oreja a oreja desde el kilómetro 7 al 25. Me quedo con eso y con las experiencias de todos mis compañeros de equipo que corrieron el domingo, además de la merecida comilóna y estupenda tarde que pasamos todos juntos después.

Como ya he dicho alguna vez, todas las carreras son únicas y de todas podemos aprender algo nuevo (o recordárnoslo). De este domingo me quedo con ese bache inicial y lo que aprendí sobrepasándolo, y con la frase que me salvó la carrera al repetirla una y otra vez mentalmente: «Dar lo mejor de uno mismo a pesar de las circunstancias».

La próxima carrera del circuito es el día 20 de marzo, una semana después de la Maratón de Barcelona. No es para nada lo recomendado y no tengo ni idea de qué tal estaré, recuperado seguro que no, pero en la liga puntuan sólo las 5 mejores carreras de 8, así que tengo algunas balas en la recámara. Algo me dice que dentro de unos pocos meses tendré alguna que otra alegría.

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