Historias de Quatre Rocs

Aún tengo las patas calientes por la carrera del domingo y aunque lo normal sería escribir sobre ella, el cuerpo me pide hacerlo sobre la experiencia de hace dos semanas en la maratón QuatreRocs.

Aunque algunos días prefiero ponerme a escribir inmediatamente después de correrla, otros, en cambio, necesito hacerlo una vez ha pasado todo, con cierta perspectiva y la mente fría. Esta es de las segundas, de las que necesitan algo más de tiempo.

El día empezaba con la tónica de tantas otras carreras de este año, muy pocas horas de sueño. Unas tres y media o cuatro a lo sumo, porque a las tres de la madrugada ya estaba en pie y poco después pasaría Uri a buscarme, recogeríamos a Neus, que se estrenaba en distancia, y a Pat, que nos haría de supporter.

Venir hasta aquí era una apuesta arriesgada y quizás también precipitada. Primero, porque no tenía ni idea de qué tal me encontraría dos semanas después de cascarme una ultra en la que lo di todo. Y segundo,  porque después de correr y disfrutar de paisajes espectaculares en las dos últimas carreras (Andorra y Val d’Aràn), mis expectativas iban a ser muy altas.

Total, nos presentamos allí con la sensación de el que va a darse un paseo o un entreno casual, cuando la la realidad es que minutos después íbamos a darlo todo. Era una situación extraña, como si no hubieramos asimilado aún que ibamos a correr una jodida maratón.

Poco antes de que empiece todo, después del café de rigor y visita al baño, me llevo una buena sorpresa al encontrarme una cara conocida, Sergio Montes, un corredor de cerca de dónde vivo al que (siempre lo digo) tengo como referente. La última vez que nos vimos fue hace unas semanas en la dura SkyRace Comapedrosa.

Faltan minutos y nos cambiamos deprisa. Sigo estando en otro mundo, pero poco a poco se me van despertando las piernas y siento ese cosquilleo tan especial que viene a decir «¡Estamos listas!». «Creo que he recuperado bien» me digo, para darme algunos ánimos antes de que todo empiece.

Veo las caras de Uri y Neus y parece que ahora sí tienen más presente lo que nos queda por delante.

Bajamos corriendo hasta la plaza desde donde sale la carrera, y al ver las caras de muchos de los corredores que hay en la meta, lo que he hablado con Sergio se confirma. ¡Hoy habrá nivelazo del bueno! Para empezar, con el vasco Jokin Lizeaga, que está en primera línea y es referente mundial de skyrunning.

Me pongo en la salida y Neus y Uri se quedan un poco por detrás. Salgo a competir, pero con la realidad en mente de que quizás el cuerpo no me responda como me gustaría.

Primera fila. El speaker nos dedica algunas palabras, todos levantamos los brazos y miro atrás para ver el espectáculo de caras. Sonrientes, como la mía, nerviosas, serias, concentradas… Esos segundos antes de que todo empiece son una pasada y más cuando lo que tenemos entre manos es una maratón.

Cuentra atrás y ¡Zas! ¡Arrancamos a correr!

¡Que empiece la fiesta!

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De buen inicio algunos corredores, entre los que están el tal Jokin, crean un grupete y se ponen ligeramente por delante hasta dar la primera vuelta al pueblo.

Pese a que lo normal es que hubiera hecho calor, el día nos respeta. Está tapado y húmedo, mis condiciones ideales. Me gusta.

Desde prácticamente el primer momento me pego a Sergio, porque viendo el panorama, quedar en la clasificación a no mucho tiempo de él, ya es un verdadero reto y alcanzar las primeras posiciones entre tanto gallo, una tarea hercúlea para mi realidad actual. En el compás de los primeros minutos el ritmo es rápido pero me siento muy cómodo.

Siempre me alegro de encontrarme con Sergio y me encanta hablar con él cuando nos cruzamos, pero una vez nos ponemos al lío y toca correr, nos mantenemos concentrados e intercambiamos muy pocas palabras. Corro con él, así, algunos minutos hasta que decido descolgarme.

Hoy es la primera vez que compito con pulsómetro y quiero experimentar. El primer objetivo es mantenerme por debajo de las 175ppm y corriendo con Sergio, la cosa se dispara por encima. Definitivamente no es mi ritmo.

Viendo los primeros kilómetros ya me hago una idea de la que nos espera, pero ni de lejos me hubiera imaginado la de veces que nos tocaría atravesar el río.

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Después de una hora de carrera hay tres cosas que empiezan a tocarme la moral. Muy pronto para tener discusiones conmigo mismo…

La primera son las zapatillas. Llevo unas Salomon S-Lab 4 y con el tipo de recorrido de hoy (lo de correr por el río), llevo los pies que no los siento.

Recuerdo en más de una bajada, decirme «Carlos, olvida los pies, como si no tuvieras» e intentar dejar pasar el dolor, soltar piernas y correr a muerte hacía abajo. Las zapatillas hoy no han sido una buena elección.

La segunda. Lo siento mucho, pero el recorrido de los primeros 40 minutos me parece una tocada de cojones. Probablemente esté influenciado por mi actitud de aquel momento, pero yo lo que busco es disfrutar por dónde corro y los primeros kilómetros se me hacen muy pesados.

Por suerte, después de 13 kilómetros y de meter un buen desnivel nada más empezar, delante mío aparece el Pantà de Sant Antoni y aquello cambia un poco mi actitud. Por fin empiezo a gozar el paisaje y aquellas vistas me dan algo de energía.

A partir de aquí, aunque lo intento, cuando vuelvo a querer coger ritmo, veo que hay algo que no encaja. No son las piernas, no es la cabeza… el cuerpo en general no tira. Miro las pulsaciones y veo que no suben. Me siento muy pesado.

En este momento no lo pienso, pero es obvio que no estoy recuperado de la batalla de hace dos semanas. Por mucho que queremos, no, no somos monstruos.

Total, los kilómetros van pasando, con perdida incluida, un clásico en mis carreras (otro y yo nos dejamos unos buenos minutos y tres posiciones alrededor del kilómetro 18), y a partir de ahí y viendo el panorama, me entro en buscar un nuevo objetivo, realista para las situación actual: Recuperar las tres posiciones que he perdido antes de acabar la carrera.

Mi carrera a partir de ahí se basa en eso y aunque el cuerpo no tire como debería, ¡vuelvo a divertirme! Más o menos es el momento en el que me encuentro con Elena y me saca esta foto.

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Mucho del desnivel está hecho y lo que queda es un continuo rompepiernas con no demasiado desnivel y adivínalo… cruzar unas cuantas veces más el río.

Sobre el kilómetro 32 empieza a llegar bastante pista y aprovecho para subir el ritmo. Ya he logrado alcanzar y pasar a dos corredores y tengo a la vista al tercero. Al acabar la carrera sabré que es David Neila, con el que coincidí también en Ultra Trail de Barcelona.

Aumento un poco el ritmo, nada exagerado, pero cuando llego a su lado ¡Zas! ¡Rampón! Y me veo obligado a ponerme a andar justo cuando lo cazo. Y vuelvo a ver como se me pierde de vista. No hay nada más desperanzador que quedarte tirado cuando sabes que falta tan poco.

Y desde allí y con unos 8 kilómetros por delante, sólo espero que la cosa no sea mucho más rompepiernas porque si lo es, me va a hacer llorar. Me conozco y sé que cuando me llega la primera rampa, no hay marcha atrás y sé que sólo va a ir a peor.

Ando un rato, estiro e intento continuar corriendo poco a poco, sin forzar. En las subidas ando (o me arrastro) y sólo espero que haya suficiente margen entre yo y el corredor de detrás para que no me de caza antes de llegar a meta.

Hay dos momentos que me hacen apretar los dientes. Uno, es subiendo una calle de un pueblo poco antes de llegar. Conques creo que se llama el pueblo. Y luego, una última subidita, la última de toda la carrera, en la que vuelve a atizarme una rampa en el aductor y no puedo evitar gritar de dolor. Miro para abajo esperando que no me haya escuchado nadie.

A partir de ahí, intento subir como puedo, pasos muy pequeños hasta que una vez llegado el llano, parece que las piernas vuelven a reaccionar.

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Falta nada para meta y ya empiezo a encontrarme con corredores de la media maratón con la que acabamos compartiendo recorrido y finalmente un tramo de bajada de arena en ziga a zaga, bastante divertido para acabar la faena.

Ahí está el fotógrafo Guillem Casanova, con el que ya me topé en la Ultra Trail Val d’Aràn y aunque no hemos hablado, nos reconocemos y me saca una sonrisilla al hacerme la foto… ¡y porque también estoy a punto de acabar!

Piso asfalto. Me relajo. Sólo toca bajar una rambla y ya estará. Troto cuesta abajo sabiendo que ya no tendré que lidiar con más rampas, ni con el calor, que desde mitad de carrera ha hecho su aparición.

Cruzo la carretera que atraviesa el pueblo, paso por la fuente en la que minutos después acabaré de cabeza y finalmente empiezo a correr por la alfombra. El Garmin hace rato que se ha quedado sin batería y no sé el tiempo, ni me importa. Pat, que ha estado esperando durante toda la carrera, está esperando detrás de meta y joder, vaya si alegra.

¡Y ya está! ¡Acaba la aventura!

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Luego me enteraría de la posición final y del tiempo, 10ª en 4:24:13. No se si está bien o mal, sólo sé que di lo que podía dar hoy, que es lo que busco siempre y lo que me hace sentir… ¿completo?

Ha sido un día extraño. Por un lado la maratón se me ha pasado volando, pero por otro, ha habido algunos tramos en los que (quizás no por el circuito sino por mis condiciones), he tenido que apretar dientes.

No ha sido uno de aquellos días en los que haya disfrutado a lo grande corriendo de principio a fin, pero conforme iba pasando la carrera la cosa ha ido a mejor hasta que he cruzado meta. Ha tocado sufrir. Y cómo siempre, tampoco faltó el momento que nunca falla y endulza cualquier carrera, el de la cerveza y al ambiente post-carrera.

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Con Pat caen alguna cervezas y cuando consiguen cruzar meta Neus (¡primera maratón!) y Uri (como siempre sonriendo a muerte), caen algunas más con ellos. Acabamos ya muy tarde en la piscina que hay a las afueras del pueblo y al volver a casa, ya de noche, barbacoa y piscina para cerrar el día.

Resumiéndolo: ¡Intenso!

A mejorar para otras carreras: El calzado. Quizás venía con los pies tocados de la ultra, pero voy a aparcar las S-Lab 4 por una temporada. La hidratación, causante de los calambres. Buen toque de atención antes de la que supongo será una calurosa Ultra Trail de Tarragona. Debo llevar la hidratación al milímetro. Y el ritmo de carrera, debo ir más bajo de pulsaciones pero más constante. Y como para rematar, cómo no, lo obvio, descansar más entre carreras, ¡pero eso ya es un caso perdido!