Jugando bajo la lluvia: Ultra Trail Val d’Aràn

Cada carrera es única.
Empezar cada una como si fuera la primera,
como si fuera la última.

Esto es lo que me repito, con el primer pie en el suelo, la mañana de antes de una carrera. Me ayuda a calmar los nervios, pero sobretodo, a disfrutar más del momento. Cuando asimilo esas palabras, veo todo con una perspectiva muy diferente.

Corro intentando prestar a atención a todo lo que me rodea y aprender de todos con los que compito. A la vez, pienso que es mi última carrera y mi última oportunidad de correr por esos paisajes, por lo que intento disfrutar al máximo de la experiencia y dar lo mejor de mi mismo. Después de todo es la última oportunidad para hacerlo y sólo así me sentiría realizado.

De hecho, es fácil darlo todo, porque aunque al final los kilómetros pesen, corriendo por estos paisajes uno siente algo muy especial que sólo conocemos lo que corremos estas distancias. Es una sensación de harmonia, que si no fuera por la limitación física de nuestras piernas, nos permitiría correr indefinidamente.

La Grand Ultra Trail Val d’Aràn (penúltima prueba de la Catalonia Ultra Cup) y sus 122km y 6.800 metros de desnivel positivo, prometían todo esto y más. Algo me decía antes de empezar que iba a vivir experiencias más que memorables.

Y tal como te voy a contar ahora, no, no me equivoqué.

Índice del artículo

Pertenecer a protrailteam

Antes de explicar como fué la carrera, primero quiero explicarte cuál era el planteamiento antes de correrla y dar lo debidos reconocimientos a las personas que me ayudaron. Sinceramente, no tiene sentido dejarlo para el final porque sin ellas las cosas hubieran sido muy diferentes.

Como ya sabrás, desde principios de año pertenezco a protrailteam, un equipo de trail running liderado por Dani Buyo, patrocinado por Veritas y en el que este año tenemos la oportunidad de colaborar con Salomon.

Antes de empezar la temporada no tenía muy claro qué hacer. Por un lado quería correr ultras sueltas que me llamaban la atención y por otro, quería correr un circuito puntuable que me permitiera competir regularmente contra los mismos corredores.

Conocía a Dani desde hace tiempo, así que cuando me ofreció la posibilidad de unirme al equipo con el objetivo de disputar el circuito de la Catalonia Ultra Cup, me fue imposible negarme. Su propuesta me daba un objetivo claro para este año y por fin podía centrarme en lo que más me gusta, correr.

Cuando tocó ponerse manos a la obra, disputando la Ultra Trail de Barcelona y Els Bastions, los resultados no acompañaron lo más mínimo. Con actuaciones bastante pobres por mi parte, llegaba a la Val d’Aràn con el único objetivo de apoyar a mi compañero de equipo, Albert Giné.

Él es un caballo de otra raza y está más que curtido en estas distancias, así que tal y como habíamos hablado, mi papel consistía en acompañarlo el máximo número de kilómetros posible para que llegara mentalmente fresco al último tramo de carrera.

Ésto sólo lo sabían algunos amigos, pero mi planteamiento de carrera era acabar en el kilómetro 54 (Vielha) o como mucho en el 75 (Les). Acabar ahí mi actuación, no forzar más y centrarme en mi gran objetivo del año, la Ultra Trail de Tarragona.

Así que con ese plan en la cabeza, salí de meta con la única presión de estar a la altura de Albert durante todos esos kilómetros y solventar todos los problemas que pudiera tener (que al final fue ninguno).

Como decía, contábamos con Dani, que junto a su pareja, la mujer de Albert, Tere, y su suegro, Paco, estuvieron detrás nuestro en cada uno de los puntos de control y avituallamientos que les era posible acceder, a pesar del tiempo de perros y las horas que ello conlleva.

No quiero enrollarme más. Mil gracias por cada palabra y cada cuidado que nos disteis a Albert y a mi durante la carrera. Siempre formaréis parte del gran recuerdo de ese día.

El día antes de la tormenta

De camino a Val d’Aràn, con Paco al volante de la furgo, voy charlando alegremente con Albert entre cabezada y cabezada. La última vez que nos vimos fue en Barcelona y desde entonces ya han pasado casi cuatro meses.

Miro el tiempo para mañana sin esperar encontrar nada descabellado, como el que se pone a ojear una revista cualquiera, cuando veo que precisamente se prevén ligeras lluvias.

Si van a ser cuatro gotas y durante un par de horas, ¡a mi ya me está bien! Además, agradeceré refrescarme un poco porque cuando llegamos a Salardú hace un calor horrible.

Nos instalamos en el hotel Era Cuma, situado a los pies de la salida de la carrera. Recogemos dorsal, nos pegamos una buena siesta y justo antes del briefing, nos reunimos con Dani para comentar como nos organizaremos el día siguiente y que nos cuente que pinta va a tener la carrera. Lo tiene todo controlado.

Durante el briefing me toca traducirle a un corredor japonés la información que dan (ni idea de qué tal le fue) y poco después, cena del corredor en el mismo pavellón.

Arrastro mucha hambre, así que como un poco de todo, excepto de olla aranesa, que caen dos platos porque es con diferencia lo más rico que hay.

Sobre las once de la noche ya estamos los dos en la cama, pero no me digas porqué, ni uno ni otro puede conciliar el sueño y nos pasamos la noche dando vueltas y levantándonos constantemente.

Empieza la aventura

Antes de la salida / Foto de Elena Mate
Antes de la salida / Foto de Elena Mate

Durante la noche no puedo descansar demasiado y como puede verse, no tengo muy buena cara antes de salir. Ojeras, el estómago revuelto, pocas horas de sueño…

El frío y la niebla espesa con la que nos hemos levantado tampoco ayuda. Nada más salir del hotel estoy titiritando y no veo el momento de empezar a correr sólo para entrar en calor.

Pasamos el control de material. «Todo está en orden» nos dicen, y nos colocamos en la meta. Han retrasado la salida quince minutos y anuncian que falta poco para empezar.

Es justo aquí, cuando quedan escasos minutos para ponernos en marcha, cuando siento esa sensación en el estómago. Una extraña mezcla entre ganas por correr y pánico por lo que queda por delante. No es la primera vez que me pasa.

¿Sabes eso que uno siente cuando la montaña rusa empieza a bajar? O mejor aún, ¿antes de tirarte al vacío? ¡Pues precisamente eso! Quizás sea porque sé que una vez den el pistoletazo de salida no habrá marcha atrás y quedará por delante un largo día.

El bozinazo que marca el inicio de nuestra aventura me pilla por sorpresa. Descolocado. Si ha habido cuenta atrás ni me he enterado. Debía estar muy inmerso en mis cosas.

Los primeros metros son puro asfalto, primero ligeramente hacia abajo y luego carretera arriba, tiempo suficiente para encender el frontal y encontrar mi espacio junto a Albert en las primeras posiciones.

El ritmo es cómodo desde el inicio, pero conforme nuestros cuerpos van calentándose todo el mundo coge algo más de velocidad. Sucede al contrario que en carreras más cortas, en las que todo el mundo sale dando palos desde el inicio hasta que la cosa se calma kilómetros después.

Una moto de cross va delante nuestro marcando el recorrido de los primeros kilómetros, y salvo el sonido repetitivo de nuestras pisadas contra el fango y las piedras, sólo se escucha el petardeo del tubo de escape.

La niebla es tan espesa que podría cortarse y untarse. De hecho, es tan compacta que la luz del frontal refleja en las pequeñas partículas de agua que tengo delante y puedo verlas con detalle.

Corremos por un sendero con alguna que otra piedra y rodeados de arboles. Está todo muy oscuro y sólo se percibe, a lo lejos, la luz trasera roja de la moto.

Por unos instantes pienso que Albert quiere ser conservador desde el inicio y poco a poco ir haciéndonos hueco… ¡Pero no! Después de muy poco me sorprende cuando toma el liderazgo del grupo y sin apretar demasiado, empezamos a encabezar la carrera. Conseguimos crear algo de hueco entre nosotros dos y el resto de corredores y cuando miramos atrás nuevamente, no tenemos a nadie siguiéndonos.

Pasan los minutos y conforme vamos ganando altura, corriendo por pistas amplias y sin complicaciones, empieza a clarear. También da tiempo para que se una a nosotros Jaume Folguera (un monstruo de las ultras) y para que otro corredor que no conocemos, nos pase a todos como un cohete. «Menudo ritmazo» pienso.

Subiendo a Baqueira / Foto de Guillem Casanova
Subiendo a Baqueira / Foto de Guillem Casanova

Poco antes de llegar al primer avituallamiento y por primera y última vez en toda la carrera, dejamos a nuestros pies la nubes y la niebla al fondo del valle y corremos con una imagen nítida de muchas de las montañas de Val d’Aràn. Parece el perfecto día de verano, pero no teníamos ni idea de la que nos esperaba.

Todas esas pequeñas molestias que uno tiende a tener después de tantos kilómetros de carreras y entrenamiento, van desapareciendo poco a poco en todos estos kilómetros de subida hasta la estación de esquí de Baqueira. Cuando llego arriba me siento lleno de energía y lo único que nos perturba a Albert y a mi después de estos nueve kilómetros, es el estomago.

Parece que aunque la olla aranesa de ayer noche estuviera riquísima, no nos ha sentado del todo bien. No quiero preocuparme, pero un detalle como ese puede dejarte fuera de carrera en una competición tan larga.

En el avituallamiento, nos hacemos cada a uno a un lado, no bajamos los pantalones y soltamos lastre donde podemos mientras Dani nos rellena los bidones. Albert sale volando y yo tardo un minuto más, tiempo suficiente para perderlo de vista.

Nada más salir del punto de control nos dirigen hacia una ladera de hierba y tierra, pero como no tengo referencias suyas y tampoco veo marcaje por ningún sitio, me paro en medio, desorientado y maldiciéndome. «¿¡Para dónde coño tiro!? ¡Joder!»

Cuando empiezo a correr hacía la izquierda de la ladera, dirección a. bosque, veo a Laia Diez (actual líder femenina de la CUP) y dos corredores más, lanzarse en línea recta hacia abajo.

Cambio de dirección rápidamente e intento recuperar terreno. Es una pendiente bastante empinada y la hierva está muy mojada, por lo que resbala una barbaridad. Para más inri, el terreno dista mucho de ser perfecto y hay agujeros cada dos por tres, así que hay que ir muy concentrado.

Resbalo una vez. Y otra. Y otra. Y finalmente puedo recuperar la respiración y me relajo un poco. Levanto la vista, observo el valle, y me doy cuenta de que ¡estamos descendiendo por una pista de esquí! En aquel momento la situación me hace gracia y no puedo evitar soltar una carcajada. «La primera vez que bajo por una pista sin nieve» me digo.

Nos desviamos a la izquierda por un sendero estrecho y metros más adelante, consigo adelantar a Laia y a los otros dos corredores. Tengo que recuperar el tiempo perdido y volver a alcanzar a Albert.

Imprimo un ritmo fuerte, muy corredor, y al final, con la respiración entre cortada, cazo y paso a Juan José Oliva (uno de los favoritos de hoy) y me pongo al lado de Albert que está sólo unos metros más adelante.

«Creía que no iba a volver a verte» le digo, y los dos nos sonreímos.

Cuando acaba todo el tramo de descenso desde Baqueira, nuevamente en una pista ascendente, nos las apañamos para alcanzar otra vez a Jaume, que se había escapado cuando paramos a «defecar».

Corremos al unisono, con un ritmo suave pero constante que me parece hasta relajante. Siento que podría correr horas así y por unos minutos siento que estamos compenetrados. Es en este tramo cuando también pasamos al corredor desconocido, el que nos había adelantado con el turbo puesto antes de llegar a Baqueira. Parece que se ha precipitado porque al pasar por su lado y oír su respiración, escucho que va alto de vueltas.

Finalmente nos metemos en un tramo más juguetón con bastante trialera y los tres vamos comiendo kilómetros casi sin pretenderlo, incluso me puedo permitir el lujo de abrir camino.

Viendo lo rápido que salen estos dos monstruos en los avituallamientos, decido adelantarme unos segundos y llegar primero al segundo punto de control. Relleno los bidones, cojo algunos frutos secos que guardo en el pantalón y salgo andando esperando a Albert mientras me como unos trozos de plátano.

Como en carreras anteriores, mi dieta de hoy se basará en eso: plátanos, frutos secos y cantidades ingentes de agua mezclada con una sobrecitos de sales minerales (para compensar todo lo sudado).

A partir de este punto la lluvia no cesará ni un instante e iremos empapados lo que queda de día.

Desde aquí hasta el siguiente avituallamiento (kilómetro 34) es un verdadero paseo. Me siento fenomenal, lo que hace que cada paso que doy me sienta más y más cómodo corriendo. En este tramo pasamos por un sendero precioso, estrecho y pegado a la pared de la montaña y en el que atravesamos diversos túneles labrados en la roca de la montaña.

Llegamos los tres al tercer punto de control después de (creo) unas tres horas. No llevo el reloj GPS encendido.

Dani nos recibe con un par de taburetes (todo un lujo a estas alturas) y en mi caso, me cambia la cinta de tape que llevo para evitar los problemas de rodilla.

Albert viendo las subiditas que tenemos por delante, coge los palos, y yo opto por copiarle. Aunque al principio era bastante reacio, después de correr Bastions decido utilizarlos siempre que puedo.

Los niños que jugaban bajo los rayos

La verdadera aventura empieza aquí. Estas tres o cuatro horas sólo han sido un mero calentamiento.

Por delante nos esperan kilómetros de ascenso en alta montaña hasta el Tuc deth Port de Vielha (2.605m) para luego descender bruscamente hasta Vielha, ya en el kilómetro 54.

Al principio la cosa parece fácil sólo porque corremos por un camino amplio con ligera pendiente, pero poco después nos desviamos por un sendero de montaña, la cosa se endereza y toca ponerse a subir como verdaderos campeones.

Paro un instante a fijar bien los palos, y en esos pocos segundos, pierdo a los dos de vista.

Hace un rato que llueve sin cesar, pero ahora pega y cala más fuerte. Además, aparece de nuevo la niebla y vuelve a ser tan espesa que es difícil distinguir nada más allá que esté a dos pares de mis narices. Como decía, no veo a ninguno de los dos, pero seguramente, aunque los tuviera a unos pocos metros, tampoco los vería.

Durante todo el ascenso cruzamos continuamente riachuelos que a estas alturas no me vale la pena intentar saltar o esquivar. Ya voy empapadísimo. De hecho, de lo que está lloviendo, el propio camino por el que subimos es un riachuelo más.

Tras buen rato subiendo, a punto de llegar al fin del primer ascenso, vuelvo a alcanzarlos. Seguramente íbamos casi pegados, pero aquí la niebla es menos densa y puedo reconocerlos. Albert, que va de blanco, es más difícil distinguirlo. Jaume Folguera, de azul, se identifica entre la niebla bastante mejor.

Mientras acabamos de subir el primer repecho, empieza a escucharse algún que otro trueno. Huérfano.

La lluvia aprieta aún más (si es que ya lo hacía poco antes) y me da por pensar en esos días en los que entrenando cerca de casa, cuando escucho el primer trueno, me digo, «Carlos, date media vuelta que va a caer una buena». Hoy, en una situación similar, sonrío y me digo a mi mismo «Ya verás la que se va a liar. Date caña tío.»

Será masoquismo, o quizás cierto grado de locura (un poco loco tienes que estar si te gustan estas distancias), pero me divierte que la condiciones se pongan un «pelín» más duras durante la carrera. Intensifica la experiencia y el recuerdo.

Lo obvio acaba por cumplirse y al cabo de nada está tronando a lo grande. Allí arriba, por encima de los dos mil y pico metros, con las nubes a tocar con las puntas de los dedos, da la impresión de que el cielo se nos va a caer en pedazos. Entre tanta montaña, todo retumba una barbaridad.

Había vuelto a perder de vista a Albert, pero viendo el panorama decide esperarme unos segundos mientras se coloca la chaqueta. Pasamos por una estación meteorológica y paro a hablar con un chico que hay allí. Me ayuda a quitarme la mochila, a ponerme el cortaviento y finalmente, me da unas palabras de ánimo. También me dice que estamos muy locos.

A algunos metros, ya subiendo hacia el último tramo hasta el Tuc, diviso a Albert que ha empezado a subir y muy cerca suyo, múltiples rayos que caen en cuestión de segundos.

La cosa pinta complicada y no puedo evitar pensar en todos esos corredores que tengo por detrás y que de aquí a un rato van a tener que pasar por aquí. Espero que no vaya a más, porque ésto se está poniendo muy épico.

Camino al cielo, descenso a Vielha

Si creía que hasta ahora había estado lloviendo, estaba realmente equivocado.

Nos lanzan cubos de agua y truena tan fuerte que cuando alcanzo a Albert, no puedo escucharlo con claridad. Me alegra tenerlo cerca y no quiero pensar en lo acojonante que deber ser pasar por esa situación allí arriba solo.

Jaume Folguera, va en primera posición y hace minutos que lo hemos perdido de vista. A partir de la estación meteorológica no hay un camino claro y con tanta lluvia no conseguimos distinguir las marcas por ningún sitio.

La intuición nos dice que debemos ir para arriba, no sabemos exactamente en qué dirección. Lo que menos quiero hacer en estas condiciones es perder el tiempo. Quiero alcanzar la cima rápido y salir de allí lo antes posible.

Estoy empapado desde hace horas pero aún no estoy muerto de frío y los relámpagos que vemos caer no imponen tanto, pero en el momento en el que nos empieza a granizar, me digo a mi mismo que ya lo he visto todo.

Paramos, echamos marcha atrás en varias ocasiones buscando las marcas, y el ritmo baja mucho mientras subimos por aquellas laderas de piedra sin camino algo. Como consecuencia, empiezo a enfriarme rápidamente.

Con algunos metros de diferencia entre Albert y yo, nos gritamos para indicarnos si hemos visto las marcas que indican el camino, pero truena y llueve tan fuerte que nuestros gritos se pierden entre tanto ruido.

Esto es sólo el principio de esta segunda subida hasta el Tuc deth Port de Vielha.

Es aquí, cuando al mirar atrás y por primera vez en toda la carrera, veo a lo lejos a alguien detrás nuestro.

Primero dudo de si es el chico de la estación meteorológica, que ha venido en nuestra busca al vernos dando tumbos de un lado para otro, pero cuando nos alcanza, me doy cuenta de que no es otro que Juan José Oliva, que aparece en medio del temporal vestido de astronauta amarillo.

Voy empapado hasta las trancas y hace un rato que he dejado de sentir las manos y los pies. Joder, siento que estamos un poco al límite, pero ¡cómo me lo estoy pasando! Estas experiencias son imborrables.

Será por la adrenalina, pero pese a los kilómetros y horas encima, me sorprende encontrarme extremadamente tan fresco. Agarro los palos sin tacto alguno (sólo porque sé que los tengo en las manos), e intento apretar el ritmo mientras seguimos subiendo para ganar algo de temperatura. Me estoy muriendo de frío y no paro de titiritar.

Mientras ascendemos, no puedo evitar repetirme una y otra vez «¡Joder! ¡Joder! ¡Esto es para hombres! ¡Esto es para hombres!».

Envidio el traje amarillo de GoreTex de Oliva. Parece tan caliente y tan inmune a todo lo que sucede a nuestro alrededor, que ese día prometo comprarme uno igual en cuanto acabe la carrera.

Y después de un tramo que parece interminable, coronamos el pico y delante de nosotros se hace la luz. Además, con un poco de suerte al bajar la gran ladera de piedra que tenemos por delante, dejaremos atrás la jodida tormenta.

Al llegar a la cima, es cuando realmente veo la diferencia entre esos dos monstruos y yo, porque sin dudarlo un segundo, se dejan caer hacia abajo con una facilidad impresionante.

Les intento seguir el ritmo unos metros pero pronto los veo a lo lejos. No sé cómo lo hacen, de verdad.

No me siento los pies del frío y no se dónde pisar para bajar entre tanta piedra ¡Todas resbalan una barbaridad! Los palos son un estorbo porque con las manos medio congeladas, tampoco puedo agarrarlos con fuerza y cuando las utilizo en algún tramo para apoyarme en alguna roca, tampoco las siento.

Por suerte, parece que en esta parte de la montaña la cosa está un pelín más tranquila. Bajo todo lo rápido que puedo y poco a poco la cosa va a mejor. Llover, seguirá haciéndolo durante toda la carrera, pero el granizo para y al descender de allí arriba, la tormenta impresiona menos.

Después de minutos bajando en solitario aparece el primer sendero y me anima pensar que tenemos Vielha a tiro de piedra.

Poco a poco voy recuperando la sensibilidad en las manos y en los pies y consigo parar de temblar. Y finalmente el sendero por el que corro da paso a una pista que minutos más tarde me lleva al centro de Vielha.

Choca estar hace escasos minutos en una situación tan complicada en alta montaña y minutos después, en el centro de una urbe con gente comprando y pasando el día ajenos a lo que pasa allí arriba.

Cambio de planes… ¡Empecemos a correr!

La señalización en medio de Vielha es un caos y no puedo evitar maldecir al que hizo el marcaje.

Paro en medio de la calle y le pregunto a uno y otro por dónde ir o si saben algo de por dónde pasa la carrera. Pero nada, ellos están ahí de compras y no saben de lo que les hablo.

Después de perder unos preciosos minutos y de recorrer una calle arriba y abajo un par de veces, llego aceleradísimo al avituallamiento donde me está esperando la pareja de Dani, Tere y Paco.

Me preguntan qué tal estoy. Me dicen que me siente y se encargan de mi. Me pasan un plato de espaguetis que dada la situación y todo lo que ha pasado saben a gloria. Inevitablemente cae un segundo plato.

¡Vuelvo a sentirme vivo!

Me cuentan cuándo ha pasado Albert y me entero que desde la cima hasta aquí, entre pitos y flautas, he perdido unos 20 minutos. Joder.

Lo que viene a continuación son 21 kilómetros muy corribles, así que con eso en mente y la palabra CORRER muy presente, me pongo el objetivo de volver a alcanzar a Albert y cumplir con lo dicho: Acompañarlo hasta el kilómetro 75.

El quinto y sexto corredor aparecen en el avituallamiento justo cuando yo salgo de ahí, así que suelto piernas y empiezo a correr alegremente. No pienso dejar que nadie me alcance.

Me siento fuerte físicamente, pero sobretodo mentalmente, porque después de lo que hemos pasado es difícil que las cosas sean más duras.

No tengo ni idea del ritmo que llevo, pero la cuestión es que para cuando llego al avituallamiento de Les (no sin antes volver a perderme), he recuperado gran parte del tiempo perdido.

Ese maravilloso instrumento llamado mente

Este tramo de 21 kilómetros es el que realmente marca la diferencia en mi carrera.

Al empezar a correr y verme tan ágil, una idea con la que voy jugando desde hace rato, se materializa. Aunque el plan inicial es parar en Les, tomo la decisión de correr toda la ultra.

De camino a Es Bordes / Foto por Elena Mate
De camino a Es Bordes / Foto por Elena Mate

Pero un rato después, quizás por quemar demasiado combustible callejeando por Vielha o quizás por correr a trapo estos últimos kilómetros, la rodilla empieza a hacer de las suyas y con ello un fuerte bajón de ánimos.

Empiezo a pensar que no estoy para hacer los 122 kilómetros de una forma digna y por primera vez en toda la carrera, veo «todo lo que queda» por delante y no puedo evitar perder la motivación viendo que las cosas se van a poner peliagudas si la rodilla me falla del todo.

En ningún momento de la carrera había mirado o pensado más allá del siguiente punto de control y ¿ahora estoy pensando ya en el final? Algo definitivamente no va bien.

Digamos que este fue el único bajón físico y anímico de toda la carrera, que ya es mucho teniendo en cuenta las condiciones. Es alucinante ver como funciona la mente de uno en estas situaciones, de quererlo dar todo a nada en cuestión de minutos y viceversa.

Me las apaño para llegar a Les (supuesto kilómetro 75, probablemente kilómetro 80 y pico real) con la idea de que mi carrera acaba ahí. Mi motivación es inexistente pese a cumplir con nota con la meta que habíamos marcado antes de empezar.

Al decidir y auto-proponerme en Vielha acabar la ultra, me siento defraudado al abandonar esa idea sólo veinti pocos kilómetros después. Rendirme me destroza por dentro, pero estoy decidido a hacerlo igualmente.

Cuando Dani me ve llegar al avituallmiento, supongo que al verme la cara, no me da ni un minuto de tregua.

Me rellena bidones rápidamente y cuando le suelto un resoplido y empiezo a decir «La rodilla…», me calla diciéndome que tengo que llegar al siguiente punto, porque visto como está el temporal, probablemente acaben la carrera en Sant Joan de Torán. Un último esfuerzo.

Como decía, llegaba aquí pensando en el final y en que no estaba listo para acabarla, pero cuando me meto en la cabeza ese nuevo objetivo, pequeño, realizable, de correr «sólo» 14 kilómetros más, me devuelve a la vida.

Conforme dejo el avituallamiento, mi motivación empieza a aumentar y como me había dicho antes de empezar, me digo a mi mismo que ¡hoy va a ser un grandísimo día!

Foto por Elena Mate
Foto por Elena Mate

Intento aislarme del dolor de la rodilla y pienso que quizás pueda aguantar algunos kilómetros así.

Cuando llevo unos minutos corriendo, Dani me suelta por radio que el quinto y el sexto están a más de 20 minutos por detrás.

Viendo la cantidad de minutos que les saco, me crezco y recupero la confianza que me ha acompañado durante toda la carrera. Después de un buen rato, vuelvo a ser yo y vuelvo a tener ganas de comerme lo que se me ponga por delante.

Paso varios kilómetros corriendo al lado del río, por la zona de Baix Aran, y después toca subir a lo bestia hasta Canejan. La rodilla es lo único que me tiene tocado, pero me sigue alucinando que después de horas y horas corriendo pueda sentirme con tanta energía.

Mientras corro sin parar, al son del «Tac Tac» de mis bastones, pienso en que por mucho que Dani me haya dicho que quizás la carrera acabe en el siguiente avituallamiento, si al final no es así, seguiré corriendo igualmente. Yo hoy no me paro más cueste lo que cueste.

Esta foto es de ese tramo.

Foto por Elena Mate
Foto por Elena Mate

Y después de varios kilómetros en subida y empezar a bajar de nuevo por un sendero, la radio vuelve a coger la señal de Dani (lo que significa que está muy cerca) y me confirma que cuando llegue al avituallamiento habrá acabado todo. Me dice que ya me ve, que me está esperando con el coche en la siguiente carretera.

Acaba el camino, bajo unas escaleras y piso asfalto. ¡Sólo quedan un par de kilómetros!

Me coloco al lado de su coche y corro al ritmo que me pide el cuerpo, que no es precisamente lento. Estos últimos kilómetros me confirman una vez más que, más que por físico, tener éxito en estas distancias, es cuestión de tener buena cabeza.

Creo entender que Dani me dice que después del asfalto, debo hacer algunos cientos de metros más por un sendero antes de llegar al avituallamiento, así que cuando veo gente al acabar la carretera, me pilla por sorpresa y me voy corriendo a Dani a preguntarle,  muy desconcertado: -«¿Pero ya está?» -«Sí, sí, ya está.»

Me hubiera gustado verme la cara en aquel instante, probablemente en una mezcla de felicidad e incredulidad.

De felicidad por haber acabado ya el día. Felicidad por no sólo haber acompañado a Albert un buen tramo (aunque se sepa cuidar muy bien solito), sino por haber acabado la carrera y por brutal que parezca, por haberla disfrutado durante más del 90%, exceptuando esos pocos kilómetros en los que no entiendo porqué, el mundo parecía que se desmoronaba.

Y incredulidad por haberla acabado en 11 horas 52 minutos. Incredulidad por haber hecho un cuarto puesto cuando en mi mejor de las pronósticos, hacer top10 ya hubiera sido un resultado enorme y más en una carrera de estás características.

Incredulidad por haber quedado en cuarta posición detrás de tres monstruos dignos de mi admiración, verdaderos ejemplos a seguir, y por haber tenido la oportunidad de correr a su lado. Albert, Jaume y Juan José, están a otro nivel, y es increíble ver como administran una carrera o verlos desenvolverse en alta montaña. Observándolos uno se da cuenta de porque están dónde están y consiguen los resultados que consiguen.

Al verlos correr no puedo evitar preguntarme si las motivaciones de alguien como yo, son similares a las suyas. Si lo que hay detrás de tantas horas de entreno es consecuencia de la misma pasión que siento yo.

Una vez más, gracias a Dani y su pareja, a Tere y a Paco, a todos los voluntarios de la organización con los que me crucé y a Albert, por su compañía durante esos kilómetros y todo el fin de semana. A protrailteam le queda mucho gas por delante. Y por supuesto a Folguera y Oliva. Fue un placer compartir montaña con vosotros. Llamarme raro pero disfruto viendo como corréis los grandes.

Han pasado ya varios días desde la ultra y la verdad es que es sorprendente lo bien que me siento después de semejante tute. Ahora sólo tengo en mente el siguiente objetivo, la última prueba de la Catalonia Ultra Cup, la Ultra Trail de Tarragona de finales de Septiembre.