Una vuelta por el Montsant

111Suena el despertador poco antes de las 6 de la mañana. Me levanto aún con legañas en los ojos y voy a buscar un par de pedazos de una pizza vegetal que preparé dos o tres días antes. Eso y un larguísimo americano será mi combustible para la carrera de dentro de unas horas. Sabe genial.

Pasan unos minutos y se despiertan Marc y Eric. Compañeros de casa, dos de mis mejores amigos y también parte del equipo que entreno. Hoy nos veremos el grupo entero a excepción de un par de bajas, Jorge, por trabajo, y Angel, que correrá una carrera más rápida en la Pobla de Montornés. A nosotros la que nos espera se llama Un tomb pel Montsant. Van a ser 23 kilómetros con +1500 positivos de los que me han hablado muy bien. Esta carrera es también la 3ª prueba de la liga CCTGN y después del mal sabor de boca de la última carrera, en esta prometo descornarme si hace falta.

Han pasado cuatro semanas desde entonces y aunque he entrenado en cantidad, creo que he recuperado en condiciones. Sólo hay una cosa que me hace dudar, la paliza que me pegó el viernes Alfonso, uno de los fisios de +Natural. Debería haber ido algunos días antes porque ayer aún tenía las piernas molidas.

Cogemos el coche y después de hora y media, la última media de curvas interminables, llegamos alegres y nerviosos a la Mora de Montsant a eso de las 8 de la mañana.

Recogemos el dorsal en el pavellón donde acabaríamos comiendo y bebiendo hasta reventar al cruzar la meta, y cuando finalmente nos reunimos todo el equipo, desfilamos juntos en busca del bar del pueblo a por un café. Como si de un ritual se tratase, ese café de minutos antes de la carrera, es la valeriana que aligera nuestros nervios y nuestro estómago.

A falta de 20 minutos nos ponemos a calentar y finalmente nos metemos en el cajón de salida. 300 corredores nos apretujamos en una plaza minúscula, preparados para los kilómetros que tenemos por delante. Me recuerda, aunque a pequeñísima escala, a la salida de esta otra carrera.

Nos despedimos y deseamos suerte. El recorrido, aunque no lo hemos hecho antes, está más que repasado. Sabemos a lo que vamos, o eso creemos.

Tengo a mi compañero Jordi al lado y su mujer nos hace la última foto para el recuerdo. Empieza a sonar la música y dan la cuenta atrás.

¡Quince! … ¡Diez! … ¡Cuatro! ¡Tres! ¡Dos! ¡Uno!

¡Empieza la carrera!

Arrancamos a correr y tengo muy claro cual va a ser mi plan hoy. Como le digo a mi amigo Eric un rato antes, hoy pienso correr como si la carrera acabara en el segundo avituallamiento, después de sólo 12 kilómetros.

Esta loca idea se introduce en mi mente horas antes de la carrera. Llego a la conclusión de que he perdido confianza y que psicológicamente no he estado dando todo lo que podía ofrecer. Me he estado moderando demasiado, quizás precisamente por esa falta de confianza.

No tenía ganas de sufrir. No estaba dispuesto a darlo todo.

No más. Hoy, con esta carrera, y después de varias semanas de entreno con cara y ojos y la Ultra de Barcelona a sólo dos semanas vista, esto va a cambiar. No vale de nada correr a medias. O lo doy todo o me voy a casa. Sin excusas.

Damos las primeras zancadas y con la idea de que los primeros compases de la carrera serán cuesta abajo, decido soltarme y como decía, correr como si aquello sólo fuera a durar una hora. Mientras corro, pienso en una palabra que refleje esa idea, la de no parar de apretar. Me quedo con limitless, sin límites.

Inconsciente, o loco muy consciente, me pongo a hacer de liebre al bicho que acaba ganando la carrera (y ganó la última) y para cuando llegamos a las cuerdas del Grau de l’Escletxa (la grieta), he tenido que dejar pasar a 5 corredores. Voy reventado, pero la verdad es que con la idea de que hoy si pienso sufrir, me siento más relajado que nunca.

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Al llegar a arriba, después de este tramo tan vertical, continuamos subiendo un poco por la Serra Major. Tengo las piernas como corchos pero puedo ir corriendo y pronto empezamos a bajar. Los kilómetros que hay por delante son muy juguetones.

En las cuerdas, tengo al sexto pegado al culo, pero cuando toca empezar a bajar, me empiezo a notar comodísimo y se me mete entre ceja y ceja sacarle algunos metros. No me gusta tener a nadie detrás o delante cuando toca bajar y más si el camino no es sencillo.

El camino, aunque se deja correr, tiene quiebros a izquierda y derecha constantemente y tengo más de un resbalón por apurar demasiado. Me aferro a la vegetación, que es bastante heavy, y me ayuda a virar cuando hace falta. Hay tramos totalmente cerrados y correr totalmente de pie se hace difícíl en algunos puntos. Hay que ir agachando la cabeza para salvarse de algún arañazo seguro.

Al llegar a abajo, a los pies del pantano de Margalef, aparece el segundo avituallamiento. Paro dos segundos a coger un buen trozo de membrillo y un vaso de isotónico. Mientras recupero la respiración el sexto me alcanza. Cuando toca volver a ponerse a subir, lo hacemos codo con codo, aunque sólo los primeros metros.

Nos esperan 6 kilómetros de subida con unos primeros tres de muy poco correr y una pendiente media del 20%. Los otros tres, se harán más ligeros, segurísimo.

Nos mantenemos a la sombra de la montaña entre una espesura de arboles considerable que contrasta con lo árido de la parte alta de la sierra. Los primeros metros de subida se me atragantan y ando rápido para recuperar el control justo cuando el otro corredor empieza a correr. Se me escapa unos metros y decido alcanzarlo, pero debo ir sin azúcar porque cuando hago la intentona me entra un fuerte mareo que casi me tumba.

Continuo andando todo lo rápido que puedo y después de unos segundos vuelvo a recuperar las fuerzas. Mientras continuo subiendo empiezo a notarme con más y más energía. Corro todos los tramos que las piernas se dejan machacar y cuando menos me lo espero, en un sendero de bajada de unos pocos metros antes de continuar subiendo, se me va un pie fuera del camino, me voy contra un arbol y caigo unos metros más abajo entre los arbustos.

Pese a la agonia de la carrera me estaba divirtiendo y salvo el golpe en la nariz, estoy bien. Es más, este pequeño susto me da un chute de adrenalina y en un santiamén estoy corriendo de nuevo.

Cuando me pongo en marcha tengo la tentación de mirar atrás y ver si tengo a alguien cerca, pero me digo que la única pregunta que debo hacerme es si lo estoy dando todo, no si alguien puede o no alcanzarme. Limitless.

Aún así, cuando contengo la respiración, puedo escuchar los pasos y moviemiento de hojas de alguien por detrás mío.

Finalmente llegamos arriba y durante unos cientos de metros en bajada, puedo relajar las piernas. Llegamos al que es el último avituallamiento de la carrera en el kilómetro 17,5 y con prácticamente todo el desnivel positivo hecho.

Bajo todo lo rápido que puedo y paso por el avituallamiento aún con la respiración acelerada. Una voluntaria me da un bidón de agua y trota unos metros a mi lado. Me hubiera gustado darle las gracias pero voy algo desencajado.

Sé que toca subir unos pocos metros más y desde hace minutos, coincidimos corredores de la carrera corta y la larga. La subida la hago con la cabeza baja e intentando pasar a quien puedo y cuando la cosa llanea arriba del todo, empiezo a coger ritmo y de nuevo, empiezo a disfrutar. Se que ya está todo hecho y que hasta la meta sólo nos separan, como mucho, cuatro kilómetros.

Los dos primeros pasan rápido y son bastante corredores, pero la última parte se me atraganta un poco más porque voy reventado de piernas y esta es menos corredora. Me alcanza un corredor del mismo equipo que el anterior e intercambiamos un par de palabras.

Si de algo me tengo que arrepentir de esta carrera es de alguno de estos dos kilometros de bajada, en el que pensando que ya llegaba y que no me podrían alcanzar, solté algo el acelerador. Sí, sí, me arrepiento de eso, pero de nada más.

Llegamos a la última bajada antes de entrar al pueblo. Una pista de hormigón. Me da por mirar atrás y veo a otro corredor. Entro en pánico y me digo que ya no, que no pienso dejar que nadie más me pase y menos a menos de un kilómetro de meta.

Acelero todo lo que puedo mientras vuelo por el medio del pueblo, pero cuando llego a la última calle, ya en llano, las piernas no responden y veo como a escasos metros de meta me vuelven a pasar y entra en meta a escasos 5 segundos delante mío.

Piso la moqueta y finalmente paso la meta habiendo dado lo que había en el depósito y con un último kilómetro de infarto. Limitless.

Hay días en los que la cerveza de después sabe más dulce que nunca y hoy, aunque se podrían mejorar mil detalles de como gestioné la carrera, acabo más que satisfecho, y sobretodo, con ganas de más. De más kilómetros, de más carreras, de más darlo todo y de más disfrute.

Poco a poco van apareciendo todos los compañeros del equipo y rematamos el día dentro del pavellón, con fideua y mucha cerveza.

Quizás en ese instante es pronto, y menos sin habernos pegado una ducha antes, pero una vez acabada ésta, es momento de empezar a pensar en la carrera de aquí a dos semanas. La primera «larga» del año… ¡Y que ganas le tengo!

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