Reencuentro con la esencia pura del trail (Parte II): Ultra Trail de Barcelona

Esta es la segunda parte del post. Todo empieza aquí, así que si no has leído la primera parte, te invito a que lo hagas. Y si lo has hecho hace días, refresca tu memoria. La historia tiene mucha más gracia si la lees del tirón.


Acabo de pasar por lo que mentalmente tenía marcado como la primera parte de la carrera.

Para algunos corredores éste es el punto kilométrico número 33, y para otros tantos, el tercer avituallamiento. Siéndote sincero, esto no es más que el calentamiento. Llevo algo más de tres horas corriendo pero en realidad acabo de empezar.

Ya sabes, estás carreras son así, una verdadera incógnita hasta los últimos kilómetros. El único propósito de los dos primeros tercios de carrera es pasarlos en el mejor estado posible y disfrutar de la oportunidad que tenemos de vivir algo así. Más adelante ya habrá tiempo de apretar los dientes y sufrir un poco.

Vengo de Malta con la idea de que durante la carrera voy a pasar mucho calor pero por suerte las temperaturas han dado tregua hasta ahora. Son las 10 de la mañana, el cielo empieza a despejarse y ya hace bastante bochorno.

Acabó de pasar la playa del Garraf y hasta el próximo avituallamiento queda algo más de una hora, unos 13 kilómetros. Tengo en mente el kilómetro 69, el fin de la segundo tercio de carrera, y por ahora esa es mi única obsesión. Eso y llegar ahí muy vivo.

En este tramo, del kilómetro 33 al 46, toca ganar algo de altura y me lo tomo con mucha calma. También tenemos que atravesar una rambla con bastante piedra y aunque en estos terrenos soy bastante ágil, esto no quita que tenga algún tropezón tonto de vez en cuando. Efectivamente, hoy es así, y acabo cayendo de lado en un despiste. «¡Gajes del oficio!» me digo.

Sigo corriendo sin problemas y alcanzo al siguiente corredor con el que mantengo el ritmo durante unos minutos. Después de un rato éste acaba parando a un lado junto a unos amigos y escucho que les dice: «¡Estoy sequísimo!».

Cuando corres tantas horas te da tiempo a pensar en todo y en nada. Algunas veces escuchas una verborrea mental incapaz de parar y otras veces no piensas en nada, entras en un estado de trance en el que lo único que haces es correr. Sin embargo, ahora, el comentario del otro corredor me lleva a pensar en lo bien que me encuentro. Parece que estoy administrando bien las fuerzas y hasta aquí estoy muy orgulloso de mi «estrategia de carrera». Me doy unas palmaditas y me animo a seguir como hasta ahora.

Pero para mi desgracia, en los últimos metros de ascenso antes de llegar al siguiente avituallamiento, noto como la rodilla con la que había caído unos kilómetros atrás empieza a hacer extraños. Me falla esporádicamente con unos pequeños pinchazos. Intento no darle demasiada importancia, pero para cuando llego al avituallamiento, la cosa es preocupante.

Pese a todo, paso por el kilómetro 46 recortando tres posiciones, en 12ª posición y 4 horas 43 minutos.

Estamos obligados a parar 3 minutos y algunos de los corredores aprovechan para disfrutar de las vistas y hacerse una foto. ¿Yo? Corro de cabeza al masajista. «¿Masajes a mitad de carrera? Joder, nunca había sido tan oportuno.»

Ahora sé que el masajista que me atendió se llama Matthieu y aúnque me dedica unos minutos muy valiosos (¡gracias!), no sirven de mucho.

Salgo del avituallamiento con la posititividad que me caracteriza, pero la realidad es dura y sólo unos metros después veo que aquello no va nada bien. Aquí aún no me había percatado de la gravedad del asunto y de la posibilidad de que aquel dolorcito me podía dejar fuera de carrera.

Sigo corriendo, pero modifico mi técnica de carrera y cada vez me noto más y más torpe. Recupero algo del tiempo perdido en los más de quince minutos que he estado parado mientras me masajeaban, pero esto se me está haciendo muy cuesta arriba.

A cada minuto que pasa, menos puedo apoyar la pierna. Todo empieza a desmoronarse hasta que en el kilómetro 55 me planteo seriamente abandonar. ¡Media carrera por delante y yo sin poder correr!

Me viene a la mente cuando peté en la Ultra Comtes d’Erill o cuando en los últimos kilómetros de la Trenkakames iba tan tocado por los calambres que era imposible encajar varios pasos seguidos sin saltar de dolor.

No sé si quiero repetir una experiencia así y me digo que sólo me faltan 14km para acabar con esto. No me retiraré aquí, porque estoy en medio de la nada, pero mi carrera acabará cuando llegue a Begues.

Aunque tampoco es que haya mirado mucho el reloj, en ese instante se agota la batería y a partir de aquí no tengo ni idea de qué hora es, cuántos kilómetros me faltan o cuánto llevo corriendo. Todo lo que sucede desde entonces parece que pasa a otra velocidad, casi de manera atemporal.

En todo este tramo mi vista se centra en el camino y lo único que veo son los diez pasos que tengo por delante. Dentro de mi hay una discusión terrible entre lo correcto y lo incorrecto, lo razonable y lo irrazonable, lo sensato y lo insensato.

Y después de un rato así y de haber intentado correr de todas las formas posibles, llego a la conclusión de que la rodilla me deja correr cuando la pendiente se inclina hacia arriba.

Correr en llano o en bajada es jodido, muy jodido, pero lo realmente frustrante es ver como te pasan otros corriendo cuando tu apenas puedes trotar. No hay nada que desmotive más que eso. Por suerte ya he pasado por esto en otras ocasiones y se que no significa gran cosa.

Los últimos kilómetros antes de Begues son todo pista y como digo, camino en las bajadas y en los llanos, y cuando sube levemente, intento correr. Intento.

Es aquí, apretando los dientes para llegar a Begues y dejar la carrera, cuando algo cambia y me digo a mi mismo: «Tío… al menos no son los calambres a los que estás acostumbrado. Eso sí que duele. Aquí, vale, no puedes correr, pero aún así puedes avanzar.»

Y no se muy bien porqué, pero se me pasa por la cabeza la opción de hacer los 40 kilómetros que quedan por delante andando.

Sólo es una de los cientos de opciones que tengo en mente, pero es suficiente para plantar, como si de una semilla se tratase, una idea en mi cabeza: Qué puedo acabar la maldita carrera.

Entiendo que aquellos que no han corrido nunca estas distancias se extrañen o incluso critiquen la emotividad de la gente al correr una ultra, pero si lo hacen es porque no han vivido antes la experiencia ni los altibajos emocionales que sufres durante ellas.

Encuentro algo de fuerza para correr aún cuando duele. Y troto y troto hasta alcanzar Begues, corriendo y satisfecho por haber llegado hasta aquí.

Cuando entro al recinto donde podemos avituallarnos y hacernos con nuestra mochila de repuesto, toda idea de abandonar se desvanece. Tengo todo el día por delante y joder, ¡andando acabaré esta carrera!

Y con esa idea en mente, como la del que se levanta por la mañana para un largo viaje por el monte, me cambio la camiseta maloliente y empapada de sudor, repongo agua y sales, y como bien, ¡muy bien!

No voy a correr, así que el estómago no me va a molestar si como en cantidad. Con la tontería caen dos platos de risotto y uno de macarrones. Un par de sandwiches de Nocilla y unos pocos frutos secos.

Al llegar al avituallamiento me encuentro con un par de corredores con los que he ido intercambiando impresiones durante la carrera. Charlamos brevemente y les deseo mucha suerte cuando emprenden de nuevo el camino.

Yo no se cuánto llevo allí, pero me lo he tomado con mucha calma. Me acerco a la mesa del crono y le pregunto al hombre de detrás de la mesa qué hora y posición llevo. 8 horas 15 minutos de carrera, 20ª posición. Y es aquí cuando recuerdo que hablando con Albert y Javi dijimos que firmábamos llegar aquí entre los 20 primeros, pero claro, con fuerzas y no llorando como una nenaza.

No voy tan mal después de todo y me mentalizo de lo que viene por delante y todos los que me van a adelantar en estos kilómetros.

Y mientras todos salen corriendo y pensando en el siguiente avituallamiento, yo salgo de allí andando y sabiendo que no tengo nada más de lo que preocuparme. El único objetivo, andar y disfrutar del paisaje.

Si el primer tercio lo disfruto como un cosaco, el segundo hasta Begues va de sufrir como un monstruo, éste podría titularlo, reencuentro con la esencia pura del trail.

Contra todo pronóstico vuelvo a disfrutar de la carrera y no puedo evitar sonreír al pensar, que joder, al menos sigo en carrera y que el verdadero reto, es hacerlo lo mejor posible y dadas mis condiciones, eso es lo que estoy haciendo. Me siento más que satisfecho.

La rodilla empeora y cada bajada (y más si es técnica) es un suplicio. Intento agarrarme a lo que puedo, pero la rodilla no tiene fuerza y cede con cada pinchazo. Y al contrario que todas las carreras, al no dolerme la rodilla cuando toca escalar o ascender, cada subida para mi es un descanso y espero la siguiente con ansias.

Para serte sincero, cuando la organización dijo que esta parte era complicada, tenían razón de la buena. Me pregunto cuánto hubiera sufrido por estas cuestas «compitiendo», corriendo, si hubiera ido al ritmo habitual.

En las bajadas pierdo mucho tiempo pero en las subidas soy un corredor más. Las piernas están fresquísimas… si no fuera por la puta rodilla ¡joder! Sonrío y me maldigo a la vez, pero después de 10 horas sudando como un pollo y revolcándome ¿qué más quiero? La cabeza juega como le da la gana.

Pero como decía, ¡vaya si estoy disfrutando!

Llego al kilómetro 93 y se que queda una subida más y una larga bajada hasta Begues. ¡Ya casi estoy!

Vuelvo a comer bien y me dispongo a disfrutar de los últimos kilómetros. Aún no ha anochecido, pero no creo que tarde en caer la noche. Saco el frontal y lo preparo para no tener que parar por el camino y empiezo a escalar los últimos metros positivos de la carrera.

Después de kilómetros de auto-evaluación, de crítica, de ánimos y de charlas con uno mismo, según cae la noche mi mente también se va callando y como si de una meditación se tratase, me siento en paz y ahora sí, sintiendo y disfrutando plenamente de la oportunidad de correr una carrera así.

Es aquí cuando asimilo de verdad lo que disfruto con esto y doy gracias por haber encontrado un deporte como éste, tan justo, con tanto sacrificio pero con tanto que aportar. No conozco manera más fiel de conocerse a uno mismo que corriendo estas carreras. La paciencia y la visión que desarrollas…

Es aquí cuando llego a la conclusión de que si me pusieran 50 kilómetros más por delante, los completaría sin pestañear.

Estoy a metros de la llegada y vuelvo a paso por las calles por las que había pasado hace unas horas al acabar el primer bucle de 69 kilómetros. A diferencia de entonces, ahora no puedo correr ni en llano. Lo intento varias veces, por lo de entrar a lo grande, pero lo hago andando y con toda la paciencia del mundo.

15 horas 16 minutos, 74ª posición y lo mejor, el orgullo de haber dado el máximo. Si la hubiera dejado en el 69 nunca me lo hubiera perdonado.

Y dolorido por el esfuerzo y aún con la euforia del que acaba un gran reto, hablo con mis colegas por WhatsApp. No son ni las 11 de la noche. Parece que aún llego a tiempo para celebrarlo con ellos, después de todo es sábado noche.


Quedan 7 días para la Ultra Trail de Gozo. En dos días vuelo a Malta y el sábado toca volver a ponerse las zapatillas, pero parece misión imposible viendo como tengo la rodilla. Hielo, hielo.

Muscularmente estoy bastante bien y después de dos días la rodilla es lo único que me molesta. Obviamente no me molesto en correr y lo único que hago es comer y descansar. La duda es ¿podré ni siquiera empezar la Gozo Ultra?

Próximamente la tercera y última parte de la crónica.

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